Concierto del cuarteto de Mike Stern. Dennis Chambers, batería; Lincoln Goines, bajista; Bob Franceschini, sax tenor; Mike Stern, guitarrista.
Miércoles 7 de febrero del 2001. Jazz café. 10 p. m.
"Mike Stern, cuando está frente al público, no oculta nada de su impresionante talento en la guitarra. Se muestra en su totalidad, tal cual es, y cualquiera diría que no se guarda secretos".
Quien piense así se equivoca porque Stern no ha querido compartir con el resto del mundo uno de sus más grandes tesoros: las transcripciones de algunos solos memorables en la historia del jazz.
Todos los músicos escriben, pero no todos transcriben la música de otros para ser ejecutada en otros instrumentos. Y no todos los músicos se dan a la apoteósica tarea de transcribir los solos de John Coltrane, Miles Davis o Bill Evans. Mike Stern escucha los instrumentos de las grandes figuras del jazz de todos los tiempos y aprende de ellos.
Su objetivo es reproducir en la guitarra la esencia de las mejores improvisaciones del jazz y capturar las ideas que alimentaron la espontánea creatividad de aquellos que evolucionaron el género. Por eso Mike Stern toca como los dioses.
El asombro que este guitarrista de clase mundial provocó en la noche del miércoles pasado en su primer concierto es consecuente con su deseo de apoderarse de todas las notas.
Es esta una gran pretensión para la que es necesario contar con un técnica impecable, nítida precisión, más un dominio absoluto de la gama cromática y sobre todo tener ideas, muchas ideas.
Desde luego que, y no se trata de ninguna casualidad, Mike Stern cuenta con todos esos atributos y se encuentra entre los tres guitarristas más influyentes de la escena contemporánea. Los otros son John Scofield y Bill Frisell, dos de los músicos preferidos de Stern y que le acompañan en su más reciente disco Play del sello Atlantic.
Aunque su producción no es muy conocida en nuestro país, el llenazo en la noche de miércoles evidenció la constante curiosidad del mismo grupo de siempre, que sin ser del avioneta set, habitualmente se reúne en torno a la música de alto nivel en Jazz Café. Fue un concierto lleno de músicos que llegaron a hacer lo que Stern ha hecho toda su vida: escuchar a los grandes.
Sangre, sudor y lágrimas
En todos los escenarios donde Stern ha puesto un pie la gente no cesa de admirar su técnica y su fraseo. La facilidad con que salta en los estilos más las ideas que aporta en cada ambiente provocan una admiración que en algunos raya casi en extravío emocional. Y no es de extrañar. A la edad de 12 años ya estaba imitando el pulso de B.B.King, Eric Clapton y Jimi Hendrix.
Cuando se matriculó en el Berklee College of Music de la ciudad de Boston el destino lo puso frente a Pat Metheney y junto a él estudió la herencia de otros dos grandes de la guitarra; Wes Montgomery y Jim Hall. Por recomendación de Metheney se incorporó al grupo de jazz rock Blood, Sweet and Tears y a partir de ahí integró bandas de notables como Billy Cobham, Miles Davis, Jaco Pastorius, los Hermanos Brecker, David Sanborn, entre otros. Mucha sangre ha corrido por esas seis cuerdas, toneladas de sudor para alcanzar la cúspide donde está y lágrimas solo de felicidad; porque en su rostro se dibuja el gesto del hechicero que obtuvo la alquimia perfecta entre la idea y el sonido.
Del rock al soul , del blues al jazz, del sonido estándar al experimental. Mike Stern hizo de todo en este concierto y lo acompañaron tres verdaderos monstruos.
El señor Goines es uno de los bajistas más estables y limpios que he escuchado; Bob Franceschini tiene uno de los ataques más firmes que hay en la historia del sax y su estilo en las baladas es simplemente maravilloso.
El baterista Dennis Chambers fue el responsable de provocar un acceso de euforia virulenta y nadie, absolutamente nadie, podrá curarse del dúo a destiempo que protagonizó con Stern. No ocultaron nada, todo lo dieron. Sin embargo, el mundo seguirá sin conocer los secretos que Mike Stern encontró en las transcripciones de Miles, de Coltrane, de Rollins o de Evans.
Por el momento no quiere compartirlas por escrito. Hay que adivinarlas escuchando. Es un egoísta perfecto.