Espontaneidad, arrebato, intensidad, lirismo, originalidad, son cualidades inseparables de la obra pianística del alemán Robert Schumann (1810-1856), figura medular del romanticismo musical europeo, a quien la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica (EAM) ha brindado tributo a lo largo del año mediante un ciclo conmemorativo de los 150 años de su fallecimiento.
El martes, en la pequeña sala 107, el homenaje al excelso compositor estuvo a cargo de Sara Feterman y Gertrudis Feterman, profesoras de piano en la EAM.
Muchas de las piezas para piano de Robert Schumann exhiben o encierran un programa, a veces alusivo a referentes literarios, si bien a menudo también a incidencias íntimas o a personajes imaginarios, simbólicos de la dualidad anímica de su naturaleza artística: el aspecto introvertido, soñador, contemplativo, que llamó Eusebius, en contraposición con el extravertido, impulsivo, apasionado, que nombró Florestán. Aún en las obras de Schumann que carecen de un programa explícito, los musicólogos han discernido el empleo de códigos, citas y referencias extramusicales, bien que no hay acuerdo definitivo acerca de su significado o alcance estético. No obstante, incluso aquellas composiciones con un programa manifiesto pueden disfrutarse sin referencia a él, tal es la fineza de su inspiración y estilo estrictamente musicales.
Ese es el caso de Carnaval de Viena , opus 26, obra en cinco movimientos, escrita en 1839, que recibió una interpretación suficientemente fluida e idiomática de parte de Sara Feterman. A la profusa alegría y vitalidad del movimiento inicial, siguen una suspirante Romanza, un travieso Scherzino, un apasionado Intermezzo, y una Final brillante, y no es siquiera necesario reconocer la broma a que alude el título en alemán de la pieza: una cita pasajera y disimulada de La Marsellesa , el himno republicano francés en ese entonces prohibido en la Viena imperial.
Schumann duró cinco años, de 1833 a 1838, en componer su Sonata N° 2 en sol menor , opus 22. La articulación interna de los tiempos, indispensable en la estructura de la sonata clásica, solo le fue posible al compositor después de un largo periodo de prueba y esfuerzo, y, justo por eso, su logro es todavía más admirable: la Sonata constituye un todo congruente y unitario. Al comienzo del recital, Gertrudis Feterman brindó una versión pasable de la Sonata, bien que hubiera preferido mayor delicadeza en el fraseo y soltura en la digitación.
Las hermanas Feterman finalizaron su presentación con el Andante y variaciones en si bemol mayor , opus 46, arreglo para dos pianos del propio compositor del original para dos pianos, dos violonchelos y corno, de 1843.