¿Qué es lo normal en la conducta humana? ¿Es lo que las mayorías definen como tal? Son dos preguntas que nos colocan ante una sola alternativa y son parte del temario que plantea la buena película Vitus: Un niño extraordinario (2006), dirigida sin estridencias por Fredi M. Murer.
El concepto mismo de “extraordinario” nos acerca al fluir semántico de la película: es lo que está fuera de lo común, pero no fuera de la naturaleza de lo normal.
El guion relata la historia de un niño con una inteligencia superior y con gran habilidad para el piano (es un genio). Se llama Vitus. Lo único es que él quiere tener una vida igual a la de otros niños y no la que sus padres le imponen para sacarle jugo a su genialidad.
El niño se resiste a ser manipulado, a ser convertido en mercancía o en ser objeto de la mirada circense de los demás. En ello, cuenta con el favor y apoyo del cariño de su abuelo. En el papel de Vitus, personaje, tenemos dos niños actores.
Con Fabrizio Borsani (Vitus a los 6 años), el filme mejora mucho, cadencia ganada desde el talento de Borsani: ojos expresivos. Decae con Teo Gheorghiu (Vitus a los 12 años), menos actor, pero muy bueno como pianista (realmente lo es).
En este momento, el filme da su punto de giro (imposible de ser contado en esta nota). Primero es un análisis intimista de la situación; luego es un filme más narrativo y se burla del capitalismo bursátil o parasitario, pero a costa de la coherencia del relato.
Es un punto de giro rocambolesco, por exagerado e inverosímil. Si el filme no se cae en este momento es por la extraordinaria, sensible y tierna actuación de Bruno Ganz, como el abuelo. Son momentos exquisitos cuando él domina la pantalla en secuencias con su nieto.
Lo demás transcurre como fábula con moraleja incluida: “sobre una cultura enfermiza que busca ciegamente el éxito y el triunfo, la fama y el progreso socioeconómico, cuando no el poder a cualquier precio” (así lo señala el crítico español Julio Rodríguez Chico). Buen filme. Lo recomendamos.