
Nuevamente el cine se apodera de una novela ilustrada para hacer una película a su antojo. Esta vez, el arte secuencial (narrativa icónica) es de Alan Moore, quien luego ha pegado el grito al cielo por lo que hicieron con su cómic. Esto le pasa por vender los derechos sin control alguno sobre el guion.
Como ustedes habrán adivinado, hablamos de la película V de Venganza (2005), dirigida por James McTeigue, con sucesos cargados de subjetivismo romántico, característica que permite establecer reflexiones políticas desde una relación más bien sentimental.
La historia sucede en el futuro, en Gran Bretaña, convertida esta isla en un régimen de carácter fascista. En ese entorno surge la presencia de un hombre enmascarado tras una venganza, quien se enfrenta a los opresores. Este héroe disfrazado conoce a una mujer, quien lo cambiará en sentimientos y hará que su anarquismo convoque, más bien, a una rebelión social.
El guion y la producción de este filme son de los hermanos Wachowski (Andy y Larry).
Precisamente, el componente literario de la película ha resultado polémico: es evidente que dicho guion funciona como parábola de la realidad política actual, es imposible no advertirlo.
O sea, amigos, estamos ante otro largometraje políticamente contestario. La película mantiene el anarquismo de la novela ilustrada de Alan Moore, su instinto subversivo. Lo hace con una puesta en imágenes misteriosa, de atmósfera opresiva, y denuncia la utilización del miedo para controlar la voluntad ciudadana, en complicidad con la prensa (sobre todo, con la muy poderosa televisión).
La película quiere que los espectadores "sientan y piensen" a la vez. La narrativa visual contribuye a esto, bien atornillada en su coherencia. Sin embargo, por secuencias, se adormece como un trompo sobre su propia punta: su dinámica se estanca para arrancar de nuevo, lástima, porque no mantiene un solo impulso con su ritmo.
No vamos a caer en la trampa de otros críticos al elogiar la actuación de Hugo Weaving, siempre tras una máscara; pero sí hay que señalar como deficiente el trabajo de la actriz Natalie Portman, quien prefiere resaltar su belleza antes que la fuerza dramática de su interesante personaje.
Está mejor Stephen Rea como el detective tras la pista de los acontecimientos, aunque siempre llega tarde. Lo malo es que su personaje, tal y como está diseñado, solo vuelve más moroso el ritmo narrativo y le mete al filme extraño sentimiento contemplativo, ilógico en una película de acción o de aventuras.
El final de la película es espectacular, no solo por lo simbólico, sino también por la creatividad escénica, pero es algo de lo que no podemos decir más, pues hacerlo nos podría costar la venganza de los muy pacientes lectores.