Guión: Claude Faraldo. Fotografía: Eduardo Serra.
Música: Lesley Barber.
Vestuario: Christian Gasc.
Intérpretes: Juliette Binoche, Daniel Auteuil, Emir Kusturica.
Partiendo de una historia real, el director francés Patrice Leconte autor de filmes como El marido de la peluquera (1990), Ridículo (1996) o La chica del puente (1999) nos propone esta vez una interesante reflexión acerca de los límites, alcances y contradicciones de la justicia y la ley modernas.
Con una exquisita fotografía, que se mueve nerviosa pero fluida. Una puesta en escena y ambientación de época aceptables, así como actuaciones de gestos y miradas sumamente expresivas (excelentes Juliette Binoche y sobre todo Daniel Auteuil). El mayor defecto de este filme se halla, no obstante, en un guión a veces excesivamente melodramático, de situaciones argumentales por momentos algo forzadas.
Ambientada en la isla de Saint Pierre colonia francesa a mediados del siglo XIX esta recreación histórica evoca el proceso de condena a muerte de Neel Auguste: un marinero que cierta noche, embriagado, asesina a otro hombre; motivo por lo cual es sentenciado a la guillotina.
Sin embargo, una razón entre azarosa y burocrática (no existe guillotina ni verdugo en la isla) y una piadosa bondad (personificada en Madame La, esposa del capitán de la isla) se mezclan para que este "asesino" pueda reivindicarse, demostrando sus virtudes, y hasta su heroísmo.
Este filme se convierte, entonces, en un abierto alegato contra la pena de muerte. Aunque, igualmente, nos propone una lectura mucho más radical y sugerente.
Así, en algún momento de la trama, Madame La evidencia el carácter voluble del ser humano, al afirmar: "La gente cambia. Se puede ser malo un día y bueno al otro".
Expone así las contradicciones que, de hecho, siempre han existido entre la aplicación de la ley y su (probable) sentido de justicia.
Esas dudas también recorren a otros personajes. "Condenamos a una bestia y ejecutamos a un benefactor", nos dice una autoridad de la isla, después de que Neel Auguste salva la vida de una mujer en el pueblo. A lo que otra autoridad replica: "La ley es la ley y hay que cumplirla".
Así, aunque la Revolución Francesa de 1789 (y su continuidad en la Segunda República de 1848 que refiere el filme) proclamó el ideal moderno de "derechos humanos", también refrendó la idea de "pena de muerte"; siendo la guillotina su símbolo mayor.
En esta película se contraponen, entonces, la posible (in)justicia de la ley a la bondad, la piedad y el humanismo.
De ahí que Madame La y su esposo representen unos ideales de justicia piadosa y humana, contrarios a una aplicación ciega y burocrática de la legalidad.
Todo ello, quizás siguiendo aquel precepto del jurista y filósofo francés, barón de Montesquieu (uno de los máximos impulsores de la jurisprudencia moderna), quien afirmaba que de la ley hay que acatar más el "espíritu" que su "letra".