En carne viva(In the Cut) . EE.UU., Reino Unido, Australia, 2004. Dirección: Jane Campion. Guion: Susana Moore, Jane Campion. Montaje: Alexandre de Franceschi. Fotografía: Dion Beebe. Música: Hillmar Örn Hillmarson. Elenco: Meg Ryan, Mark Ruffalo, Jennifer Jason Leigh. Duración: 120 minutos.
Cuando la película El piano (1993), de la directora Jane Campion, ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, estábamos ante la primera mujer que recibía ese galardón y ante su cine, protagonizado orgánicamente por mujeres, núcleo de acontecimientos y de emociones.
Es el hito de esta directora neozelandesa, graduada en Antropología y en Bellas Artes, que estudió cine en Australia y realizó su primer largometraje en 1989: Sweetie. Aquí se analiza el mundo interior de una mujer de conducta autodestructiva, faz de la locura del universo cotidiano.
En 1990, Campion ganó el Premio del Jurado en Venecia con Un ángel en mi mesa, sobre la timidez de una escritora injustamente internada en un psiquiátrico: la vida de Janet Frame.
El piano narra la vida de Ada, quien decide dejar de hablar desde los seis años, en una especie de cuento de hadas de dureza vital. Luego, en Retrato de una dama (1996), se describe cómo la mujer domina las circunstancias cuando hace ejercicio propio de sus pasiones.
En Humo sagrado (1999) se proclama el triunfo de la mujer en el duelo, ante el hombre, de pasiones con tensión intelectual y emoción erótica. Ahora llega el más reciente filme de Campion: En carne viva (2003). Aquí, una mujer es atrapada por el vórtice de una serie de asesinatos, donde a las asesinadas (solo mujeres) les cortan ritualmente la cabeza.
En ese marco, Frannie (así se llama la mujer) no solo debe enfrentarse a lo más áspero de la ciudad, también debe situarse ante ella misma en sus posibilidades carnales, desde que observa la relación íntima de una pareja. La carga erótica la consume.
Luego, Frannie descubre la correlación entre esa pareja y los asesinatos. Es cuando el filme entra en el arte del policiaco sensual, pero se atasca en su desarrollo.
Como cine detectivesco, la trama nunca encuentra el signo lógico de una investigación policial: los hechos se dan y se resuelven solos, a pura suerte. No hay silogismo alguno. Como filme erótico, la actriz Meg Ryan muestra más su cuerpo que su talento, con un personaje totalmente periférico en emociones.
No hay manera, ni así ni asá, que se le sienta intensidad dramática a la trama, por lo que se alarga de manera aburrida, en una estetizante mostración de hechos, sin apuntar a la causa de los mismos.
Por esa ruta, la relación entre los personajes resulta siempre forzada, y los sucesos se ven constreñidos. Al paso, la actuación de Mark Ruffalo, como el detective Malloy, es apenas funcional, como lo puede ser un asiento para el trasero de cualquiera.
Así, Jane Campion se queda en puro nadadito de perro: ni logra el buen cine de antes, con su temática femenina, ni alcanza un cambio significativo. Solo le queda el buen estilo visual, para quienes gustan del envoltorio.
Al salir del cine, subsiste la percepción de que hemos estado ante un thriller erótico, de esos que hacen para la televisión por cable, cuya carne no alcanza ni para una buena sustancia.