
Sin originalidad alguna, hoy nos encontramos ante una farsa que se convierte en el peor homenaje que se le pueda hacer a una comedia harto conocida como lo es La Pantera Rosa (1963, dirigida por Blake Edwards). La de ahora mantiene el mismo título, es dirigida por Shawn Levy y cambia de actor, porque Peter Sellers descansa con la sonrisa de los demás en su rostro.
Por ahí empiezan las debilidades de este homenaje, con el actor Steve Martin como el conocido inspector Closeau. El señor Martin está lejos, muy lejos, de la actuación del británico Peter Sellers. No decimos que el filme original de 1963 sea una alhaja, aunque se refiera al robo de una joya, pero todos estaremos de acuerdo en que Peter Sellers le daba el tono gracioso y la vis cómica suficientes para proveerle entereza y dignidad a la película.
La Pantera Rosa de ahora, 2006, es bobalicona, cierto, pero con la actuación chabacana de Steve Martin la tal pantera se agota en ronquidos de felino sin aire o de leopardo con bigotes marchitos. Así de simple. No hay duda de que lo mejor del largometraje original estaba en la fina caracterización de Sellers como un detective puesto al camino. Esta vez, la estupidez está en la película toda.
Cuando se inicia La Pantera Rosa (2006) nos sentimos bien, porque con los títulos se escucha la emblemática melodía compuesta por Henry Mancini. Igual, nos encontramos con el simpático dibujo animado, color rosa apanterado, que se le debe al dibujante Fritz Freleng. Hasta ahí. Luego un tal personaje Dreyfus, jefe de la policía, monologa desde la pantalla, especie de introito absurdo.
El actor Kevin Kline se encarga de dicho personaje, y el señor Kline sobreactúa tiro a tiro, cada vez que aparece, en fangosa caracterización para contraponer su personaje al de Closeau. En el cine, cerca de donde estaba sentado, había unos muchachitos que se reían a cada momento, pero esto no garantiza calidad alguna para la película; por mi parte, me reí un par de veces y el resto del tiempo observaba cómo la industria del cine es capaz de vender tanta estulticia.
Les confieso que me dio pena luego de que me reí en una secuencia donde el inspector Closeau pregunta si una cabina de grabación es contra ruidos, cuando le dicen que sí, entra y se suelta una pedorrera descarada que se escucha por micrófonos. Lo acepto, este humor propio de comedias baratas hace quedar mal al filme, pero también a mí, por soplas, por reírme ante este humor de cantina.
No hay duda, es mejor ir al videoclub más cercano y alquilar la vieja cinta de 1963, con Peter Sellers. En todo caso, como opción, en otras salas del país hay mejores películas, échenle ojo a la programación.