Prueba de vida (Proof of Life). Dirección: Taylor Hackford. Guión: Tony Gilroy, William Prochnau y Thomas Hargrove. Fotografía: Slamovir Idziak. Música: Danny Elfman. Con Russell Crowe, Meg Ryan, David Morse, Pamela Reed, David Caruso.
Estadounidense, 2000. Estreno.
El secuestro se ha vuelto ya rutinario, al punto de que hay instituciones dedicadas a rescatar a los secuestrados. Así tenemos compañías de seguros que "bancan" este tipo de acciones, y una rara mezcla de espía y psicólogo que negocia la libertad de las víctimas.
Todo muy organizado, sede en Londres y el vasto universo como campo de operaciones. Terry Thorne (Russell Crowe) es enviado a Suramérica (¿Tecala, Ecuador?) y allí toma a su cargo el salvataje de Peter Bowman (David Morse), ingeniero de una transnacional que cayó en manos de la guerrilla.
Los jefes le ordenan a su agente que abandone la misión. El bueno de Terry no escucha, debido a una cuestión de honor, y decide asumirla por su cuenta y riesgo. Sí señor, usted lee bien, gratis.
A su vera, día y noche, camina o se para o se rasca la cónyuge de Peter, Alice (Meg Ryan), de quien el héroe queda prendado. Pero, ¡les avisé!, está de por medio aquello del bendito honor.
Taylor Hackford ( El abogado del diablo , 1997) concreta un filme entretenido, de interés realmente sostenible, mientras Russell Crowe pone su carisma al servicio de una trama cuyo objetivo es atizar el suspenso.
Y cuando Terry le dice a la contrita Alice: "Estamos a mano", cerca del final, uno cree ver ahí al mismísimo Bogart hablándole a Ingrid Bergman.
Solo que Meg Ryan no es Ingrid; y tiene únicamente dos expresiones a lo largo de la cinta: de frente y de perfil.
Pero, vamos, lo que funciona es cierto realismo de la acción que contrario a lo que reza el afiche publicitario no se asemeja al estilo James Bond. El agente 007, siempre atado a sus juguetes tecnológicos, excede lo verosímil. En cambio, Terry confía en sus agallas y un poco de suerte. ¡Ah... y el corazón le suena en el pecho!
Lo que aproxima a ambos, claro, es el enemigo común. El primer mundo busca hoy a los malos en el tercero. Vienen aquí y nos miran desde arriba del hombro con un aire de superioridad que da bronca (ver la escena de la pareja de moscas blancas Russell y Meg en el oscuro mercado indígena). Nuevos arios, dueños a la brava de las tierras vírgenes o violadas, ellos manejan, cuando se les ocurre, un español tan desganado que a uno le dan ganas de tirarles un tomo de Cervantes a la cabeza.
No sé, quizá esta sea una buena idea para defender el idioma.