Hay películas románticas que podrían no ser tan malas, pero que en manos de un director chambón, de un guionista cajonero y con actores sin carácter, no resultan malas, sino peor que eso. Es el caso del filme Noches de tormenta (2008), cinta dirigida por George C. Wolfe, con guion basado en una novela bien vendida de Nicholas Sparks, autor de folletines “romanticoides” como Diario de una pasión , Un paseo para recordar y Mensaje en una botella .
Esos melodramas tontuelos ya han sido llevados al cine con distintas suertes. En lo que respecta a Noches de tormenta , como película, resulta más bien un tormento cursi en alas de lo sentimental. Cierto que tiene una tormenta, pero tan mal filmada que uno no se la cree y al primer momento que la mujer divorciada, administradora de un hotel, se agarra del único huésped, también divorciado, uno sabe que esta tormenta se amaina solo en la cama.
En efecto, ahí siguen más tonteras en un guion inútil, inexpresivo y soso, con una realización bien pobre en imaginación (ni el erotismo es sugerente), que luego es cine epistolar (pura lectura de cartas), donde se adivina qué va a suceder. En este vaivén, la caracterización tan rala de personajes solo resume la invisibilidad creativa del filme y de su puesta en imágenes.
Las malas actuaciones de Richard Gere y Diane Lane empeoran el desastre romántico, los diálogos son más simplones que un piano sin teclas, el planteamiento de situaciones parece una mejenga futbolera sin balón y la estructuración del relato es como cortar leña sin hacha ni serrucho: es solo la pretensión de contar una historia.
Esta historia de amor es incapaz de conmover, pese a que está hecha para que la gente llore, es como atravesar el desierto con la cantimplora vacía, es como mirar el espejo y encontrar el vacío. Tiene un final sentido peor que una inyección en el hueso, más cursi que una lágrima con azúcar.
Sin progresión en la intriga, sin ritmo sostenido, sin pulso narrativo, ¿qué queda? Nada. Es mejor quedarse en casa cuando el cine anda así de malo.