Perpetrada que no dirigida, parloteada que no escrita, por Jason Friedberg y Aaron Seltzer, Una loca película de Esparta no pasa de ser bufonada barata, poco inteligente, graciosa por algunas milésimas de segundo y grosera la mayor parte del metraje.
Es curioso ver como Hollywood ha descubierto que la estulticia es vendible no solo en Estados Unidos, sino también en nuestros países pobres, para público de cualquier escolaridad, pero de muy poco rigor ante el llamado “fenómeno cinematográfico”.
Si nos atenemos a una película como esta que comentamos, habremos de darle la razón al guionista y realizador Paul Schrader: “El cine se acaba”.
El montaje es pésimo, sin ningún rigor en la continuidad del plano, menos de la secuencia. Las actuaciones son absolutamente deficitarias (¿son actuaciones?), la historia se muestra totalmente desestructurada, el humor es pura cháchara, la fotografía es como un ultrasonido del hombre invisible y la música es solo un pretexto para acentuar tanta impunidad en el humor grotesco. Es una película totalmente contrahecha.
Tiene razón el actor George Clooney al afirmar, un día de estos, que Hollywood ya no hace cine inteligente. Igual lo dijo no hace mucho Win Wenders y, antes, Susan Sontag, Ettore Scola, Peter Greenaway y Arthur Penn.
Decía el español Ortega y Gasset: “Lo que más vale en el hombre es su capacidad de insatisfacción”. Por eso, revelamos la frustración de encontrarnos ante una sala de cine casi llena con este filme.
Las multisalas y el público joven no son signos de revitalización del cine, lo son del consumismo actual, cuando el cine se “chinamea”: ahora es circo, ¡y del malo!