Algunos críticos piensan que el cine largo y moroso es bueno. Falso, no importa el tiempo ni lo remiso, lo que vale es la inteligencia de su contenido, la habilidad de su narración, la destreza visual y la entereza de su arte dramático.
Aquí contradecimos a quienes dicen que el alargado filme El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (160 minutos; 2007) sea bueno.
En estas lides, el director Andrew Dominik demuestra que no es ningún Ingmar Bergman y ni siquiera un Terrence Malick, con quien algunos lo comparan.
Lo único que ofrece Dominik es un Oeste con pinta de estudio psicológico, pero llevado a pura brocha gorda durante un tiempo excesivo y con una morosidad más bien exasperante.
Es la historia de un pillo de baja estofa, bandolero y asesino sudista, defensor de la esclavitud y criminal de sangre fría. Sin embargo, Jesse James ha sido idealizado por la sociedad estadounidense, capaz de adularse a sí misma con antihéroes. El cine contribuye, y con Jesse James lo ha hecho con cualquier cantidad de películas.
Este filme que se estrena ahora convierte en víctima al vaquero homicida, con el buen aporte del actor Brad Pitt (como Jesse James), bien secundado por el joven histrión Casey Affleck (como Robert Ford).
Con un título igualmente alargado, poco original, tontoneco y de valoraciones editoriales (“el cobarde Robert Ford”, “cobarde”), la película abunda en superficialidad a lo largo del metraje.
Es una futilidad impúdica tal su ligereza conceptual. La película juega de intelectual y ni siquiera es inteligente, de compleja y ni siquiera es complicada.
Es cinta desordenada en su narración, más por culpa de un montaje poco cuidadoso, por lo que el filme pierde sentido de conjunto.
No cuenten con nuestra recomendación en este caso. Si la recomendáramos seríamos poco sinceros, pedantes, presumidos o jactanciosos. No lo vamos a ser, por lo menos en este caso.