
He aquí un filme que se atreve a decir que los padres tienen siempre un hijo preferido, pero –al fin y al cabo– eso es lo menos importante en la trama de Sentenciado a morir (2007), película dirigida por James Wan, quien muestra algún ahínco visual en su vano esfuerzo por darle cuerpo a un guion muy flojo de Ian Mackenzie Jeffers, basado en la novela de Brian Garfield.
La incoherencias internas saltan a cada rato en una historia donde un padre decide tomarse la justicia por sus manos y, así, matar a los asesinos de su hijo mayor. Más claro no canta un gallo: es un relato de venganza justiciera. El asunto ético está bastante soslayado en un argumento dominado por la acción.
Otra vez, Kevin Bacon demuestra que es buen actor al encarnar los dilemas de un papá que se mueve entre el ansia del desquite, el dolor por la muerte del hijo y sus propios sentimientos de culpa. Así, de pronto, la película lo convierte en un “superpapá” duro de matar. Entonces, el filme hace un abandono cobarde del drama trágico, del análisis de personajes y del estudio social sobre los jóvenes y las crueles pandilleros.
Lo que queda en pantalla es una verdadera “matasinga”, que puede entretener a algunos espectadores con violencias reprimidas y que, por otro lado, evidencia el esfuerzo del director para encontrar soluciones visuales a las incoherencias del guion, con más huecos que un queso tipo gruyer.
Así, la policía no se asoma o solo aparece como consejera espiritual (da risa, más bien); la transformación del papá es como si se hubiera multidrogado (no es creíble); los malos tienen una puntería aún más mala que sus conductas; todo es puro alboroto en las calles y nadie chista; los errores del padre en su venganza no los cometo ni yo matando zancudos.
Visualmente, lo que queda es un “apelotamiento” de planos, una fotografía llena de filtros, travelines volados, estridentes ángulos de cámara e imágenes de muy rebuscada hechura, pero es como echar agua en un canasto. ¿Cuál es la gracia de traer películas añejas del montón?