Hay quienes afirman que el género del Oeste es un género muerto, que su epitafio lo fue la película Los imperdonables (1992), de Clint Eastwood. Algo semejante se dijo cuando se estrenaron cintas como Silverado , El jinete pálido o Danza con Lobos . Ahora se estrena El tren de las 3:10 a Yuma , filme dirigido por James Mangold, y vemos que el western pervive entre la nostalgia del cinéfilo y la rudeza del género.
El tren de las 3:10 a Yuma es refrito de otra cinta de 1957, de Delmer Daves. La acción transcurre en Arizona, a finales de 1800. El ranchero Dan Evans (Christian Bale) se ve sumido en problemas económicos y está a punto de perder su finca, su ganado y su familia, por culpa de garroteros del dinero.
Evans, con la aspiración de conseguir una recompensa en dólares, decide colaborar en la captura del peligroso forajido Ben Wade (Russell Crowe), reteniéndolo en su rancho para luego llevarlo hasta el tren de las 3:10 que lo trasladará a la prisión de Yuma. Es una misión que pronto se tornará muy violenta, con la pandilla de Ben pisándoles los talones.
El director James Mangold perfila su relato de manera bastante clásica. Este filme cumple con el concepto del historiador George-Albert Astre sobre el Oeste, al que define como el género “donde se dan la mano mito e historia, intimismo y epopeya, el gusto por la aventura, el atractivo de vastos paisajes, el movimiento rápido y la acción tan violenta como vital”.
El único pecado en la película es del realizador James Mangold por su temor a abrirse en panorámicas más expresas: muestra el paisaje, pero cierra y pasa pronto a imágenes oclusivas, incluso a primeros planos, y no deja que el panorama sea parte de la expresión protagónica del sentimiento que significan, en pantalla, el Oeste y el vaquero.
Por lo demás, el relato se pronuncia desde sus imágenes, diálogos y situaciones, con fiera intensidad dramática. Los diálogos son inteligentes para proponer ideas sobre la ética de vivir o de morir, cuando los personajes se acercan exactamente a lo contrario de lo que son (dialéctica). Con actuaciones formidables, todo el conjunto, nos da un filme ante el que hay que quitarse el sombrero y desempolvar la mente.