Billy Elliot. Dirección: Stephen Daldry. Guión: Lee Hall. Fotografía: Brian Tufano. Música: Stephen Warbeck. Con Julie Walters, Jamie Bell, Jamie Draven, Gary Lewis, Jean Haywood, Stuart Wells.
Inglesa, 2000. Estreno.
"Cuando bailo, siento que desaparezco", responde Billy Elliot a la pregunta de un examinador del Royal Ballet.
La secuencia es clave y abre camino a un par de interpretaciones: 1) la danza es un modo de huir de este mundo; y 2) la danza es una promesa de éxtasis, un logro casual e inexpresable.
Ambas posiciones, creo yo, se refuerzan. Lo cierto es que, para llegar a dicho punto, el niño de once años ha debido librar una dura batalla contra su familia y el pueblito natal, una aldea minera del condado de Durham.
De esto trata Billy Elliot . Pero lo más sugestivo es que la cinta no gira alrededor de un planteo, sino que el planteo gira alrededor de lo que pasa y de los personajes y situaciones.
De allí que el futuro (lo que ignoramos) marca el tiempo del relato: todo apunta hacia un porvenir impredecible y el espectador vive un suspenso atípico, un suspenso que le pertenece más a él que a la película.
A menudo, la cámara enfoca a Billy, la señora Wilkinson, el padre, la abuela y Tony de modo simultáneo. Todos parecen unidos por un destino que los sobrepasa, una fuerza que cambia los datos de la realidad.
Uno, desde luego, se identifica con Billy. Él desafía a los mayores, apegados a una tradición machista ("el ballet no es de varones" corea la gente), y la suya debe considerarse una victoria sobre los prejuicios.
Pero uno también comprende a esos trabajadores curtidos que padecen el "milagro económico al revés" de la era Thatcher y que, al fin, rodean al pequeño con el poder único de su afecto. Billy se convierte así en un símbolo de carne y hueso para sus vecinos, alguien que pudo salir del túnel de la desesperanza donde a ellos les fue negada la luz.
La profundidad llega a tocarse con los ojos. Estamos ante un filme que carga la pantalla de emoción, cuenta su cuento sabiamente y nos recuerda la magia y riqueza de significado de la imagen muda. Las actuaciones de Julie Walters (señora Wilkinson) y Jamie Bell (Billy) resultan soberbias.
Uno siente, al dejar la sala, no sé, un júbilo de ser tan inexplicable como el entusiasmo de Billy por el baile.