
He aquí una película que pudo ser más interesante de lo que se nos ofrece en pantalla. Se trata de
El argumento narra la historia de un hombre viudo llamado Burke Ryan (encarnado de manera poco creíble por el actor Aaron Eckhart, quien actúa menos y posa más para la cámara). Ryan es un exitoso autor de libros de autoayuda. Él enseña a enfrentar el dolor, pero es incapaz de seguir sus propios consejos o de superar sus propios traumas. En dos platos: es un embustero.
Por aquí la película hubiera dado mucho. Más hoy, cuando el concepto de literatura parece concentrarse en este tipo de libros: devaneo moderno que lleva a algunos a pedir que la gente lea, aunque sean textos de autoayuda o de superación personal. Autores sobran. Es un buen negocio.
Así, pues, el filme se queda a media máquina con este tema y las contradicciones del personaje se le escapan como sardinas de la mano al pescador. Es pura flojera con el diseño del personaje principal, en su caracterización y en el tratamiento que se hace de esta circunstancia. Aunque la película plantea bien el tema, pierde mordiente al hilvanarlo.
Es cuando el guion recurre a lo más fácil: poner a una mujer guapa en la historia y, de una relación tirante de ella con el escritor, sacar la solución amorosa más previsible del caso. Ella será parte de la catarsis del escritor y colorín colorado, como usted lo supone, este cuento se ha acabado.
La mujer a la que conoce Ryan se llama Eloise Chandler. Hay que reconocerle el mérito a la actriz Jennifer Aniston por tratar de darle peso a su personaje. Yo no creo que ella sea una mala actriz, es solo que la tienen encasillada en el papel de la mujer bella para comedias sentimentales en baratillo, siempre de mujer desencantada del amor que, en un dos por tres, encuentra a su pareja ideal.
Además, la puesta en imágenes resulta del todo convencional. Es como filmar un documental sobre la vida en el mar, pero en una pecera. Se trata de un filme de tibia mirada personal, cuya clave deficitaria es no definirse por estilo alguno en su búsqueda por la sonrisa fácil y la lagrimita sensible.
Al final, al salir de la sala, lo mejor es desentenderse de lo que se ha visto en pantalla. Menos yo, por supuesto, que debo escribir la crítica. Aquí está. Ahora sí, la olvido.