He aquí una película cuyo título es bastante indicativo y poco novedoso, porque es la tercera en la saga de choferes o pilotos que gustan de los "piques", bien metidos en las carreras de autos llamadas "drift", a gran velocidad en peligrosos circuitos llenos de curvas y serpentinas, con (casi) imposibles cambios de giro. Hablamos del filme Rápido y furioso: Reto Tokio (2006), secuela dirigida por Justin Lin.
Podemos afirmar, así de pronto, que el título de este largometraje da pauta de conducta para el espectador: salir rápido del cine, para no perder tiempo viendo esta mala cinta, y furioso por haber tenido que pagar por verla.
Esta vez los sucesos se dan en Tokio, pero igual pudieron haber sido en un psiquiátrico, nuevamente con arrancones callejeros, con pilotos audaces o irresponsables y con autos modificados, donde el "arrastre" es tan atractivo como un cabezazo de Zidane.
La historia de esta película tiene un montón de efes: fea, flaca, floja, fregona, frágil, fútil y fría.
A las carreras se suma la mafia japonesa para hacer un dédalo narrativo sin pies ni cabeza, con imágenes constantes de lo mismo, donde lo único agradable a la vista son las japonesitas que siempre acompañan a los mafiosos en las carreras de autos y en otros lugares.
Con guion tonto, huero, vano y anodino, poco se salva de este largometraje. Sus personajes aparecen sin entidad, por lo que las actuaciones son deprimentes (lógica correspondencia entre unos y otros).
Es película sin rostro, visualmente atropellada, con derroche tecnológico para manipular emociones en el espectador, con falta de sentido en cuanto al exceso se refiere, con imágenes de choque que dinamizan secuencias, pero degradan el valor del plano, del encuadre y de la composición.
La fotografía es un puro apelotamiento de imágenes, mientras la música se derrapa en pura bullaranga, más cerca del ruido que de la melodía. De la idea inicial de esta serie quedaron las presencias de los actores Vin Diesel y Paul Walker, ahora no queda nada, aunque al final Vin Diesel se permite la licencia de aparecer unos pocos minutos, para darle menos sentido a la trama.
En fin, esta es "película del drifting", carreras callejeras de autos en rutas culebreadas, donde a coches y pilotos solo les queda resbalar sobre las llantas. Igual: quien se resbala es el filme todo, al punto del ridículo. De verdad, es mejor, mil veces, ir a ver el filme animado Cars (2006), en cartelera. ¡Ni lo duden!