Un señor bajito y moreno, que lleva muy bien sus sesenta, nos saludó con afable caballerosidad al entrar a la Galería Centro. La conversación, fluida y nada afectada de ese anfitrión -que era al mismo tiempo el artista-, nos permitió echar una primera ojeada aprobatoria a la colección colgada en los muros. Su trato sin aspavientos, nos indicó que estábamos ante un artista seguro de su obra y que no necesita de discursos para impresionar.
Estábamos en lo cierto.
Estrada es fundamentalmente un gran dibujante, uno de esos que, con los recursos más elementales, una pluma y aguada, transforman la pequeña hoja de papel en un universo autónomo y bullente, con base en eso que tanto falta hoy día en las exposiciones: deslumbramiento.
El arte hoy día puede ser muy inteligente e irreverente, pero no emociona. Emocionar está pasado de moda, es moderno. Lo posmoderno debe ser tan frío como dedicarse a ilustrar conceptos, con las debidas excepciones.
Estrada no ilustra conceptos sino que nos descubre el mundo una vez más, y descubrir es eso: destapar, mostrar, impresionar, develar -sacar el velo- y dejar al desnudo lo que se cocina a fuego lento en el interno de alguien. Es un simple streep-tease, pero hecho con arte, otro concepto hoy día degradado. Arte, con mayúscula.
Arte es la manera de hacer bien algo, es oficio, es saber hacer; y, en eso, Estrada ha logrado la maestría porque equilibra emoción con armonía. Nada se saca con una maestría vacía de contenido: esto es decoración. Hoy día, muchos decoradores pintan.
De sus óleos surge una humanidad estática congelada en el juego luminoso de los escenarios inventados, o recordados y recorridos por gente extasiada por la luz, o esfumada en la penumbra. La línea ágil en sepia sostiene claras capas de aceite opaco y cremoso, un color deleitable punteado por brillos allí donde la emoción ubica la luz más impetuosa, donde el artista nos clava la mirada para que la obra tenga un eje que impida la dispersión.
Pero quizá sea en sus dibujos donde Estrada es más efectivo, más drástico por medio de los oscuros fondos insondables que se van clarificando poco a poco, como en andante cantabile, recorriendo, pausado, sedosas medias tintas, demorándose en los torsos con subterfugios de esgrafiado, hasta llegar a unos blancos tan intensos y definitivos -tan Zurbarán- que parecen mercurio ardiente, más que simple papel de dibujo. En eso está el arte, en transmutar la materia en emoción.
Con esta muestra, Galería Centro nos trae lo mejor de lo mucho que produce ese país completo y complejo que es Colombia.