Madrid (DPA). La hora de casarse, los nervios nunca suelen faltar, pero, si los contrayentes no son simples mortales, sino miembros de la realeza, la tensión es aún mayor, por la trascendencia política que casi siempre marca estos enlaces.
El del rey Juan Carlos y la reina Sofía, hoy una de las parejas monárquicas más queridas en el mundo, no fue la excepción. Ahora que se cumple el 40° aniversario de aquel "Sí, quiero", se ha sabido que la boda, celebrada en Atenas el 14 de mayo de 1962, estuvo antecedida de una auténtica guerra diplomática que a punto estuvo de frustrar la ceremonia.
Corrían tiempos difíciles. En España, la férrea dictadura de Francisco Franco (1939-1975) marcaba el compás político. El "Generalísimo", a punto de cumplir los 70 años, había sufrido meses atrás un accidente de caza que hizo aflorar el debate interno sobre su sucesión. Franco, todavía en secreto, preparaba al entonces príncipe Juan Carlos para asumir un día el poder.
Pero el futuro monarca, de entonces 24 años, se había enamorado de una joven que provocaba recelos en sectores de la sociedad española.
La princesa Sofía, un año menor que él y a quien había conocido en un crucero en 1954, era hija de los reyes de Grecia, Pablo I y Federica, y profesaba por aquel entonces la religión cristiana ortodoxa.
Demasiadas opiniones
"De mí se escribía entonces en los periódicos españoles que yo era una hereje", recuerda doña Sofía en el libro La Reina , de Pilar Urbano (Editorial Plaza & Janés).
Tampoco Franco ocultó sus reparos. "Existe en este matrimonio un aspecto que, estimo, debe encareceros, que es la conversión de la princesa a la fe católica y el de la ceremonia del enlace, pues lo que en este orden pudiera satisfacer a la nación griega, seguramente causaría efectos contrarios en la nuestra", escribía el dictador en una carta a Juan Carlos seis semanas después del anuncio del compromiso, el 13 de septiembre de 1961.
A los intereses de Franco y a los de los reyes griegos, que querían asumir el protagonismo, al igual que la iglesia ortodoxa, se sumaron los del Vaticano, que deseaba que la ceremonia se celebrara según los cánones católicos. Juan de Borbón, el padre de Juan Carlos, que años después renunciaría a sus derechos dinásticos en favor de su hijo, consideraba por su parte que el matrimonio debía ser competencia exclusiva de la familia real española.
Los desencuentros fueron tales, que el 11 de marzo de 1962, cuando se suponía que Juan Carlos llegaría a Atenas, Sofía acudió al aeropuerto y rompió a llorar al percatarse de que su prometido no iba en el avión. "En el entorno de su futuro esposo se había decidido aplazar el viaje", escribe Fernando Rayón, autor del libro La boda de Juan Carlos y Sofía: claves y secretos de un enlace histórico.
¿Que había ocurrido? La razón era tan simple a primera vista como espinosa a la segunda: En medio de una batalla diplomática habían surgido diferencias sobre el reparto de las invitaciones para las distintas ceremonias, que competían entre sí por ser la más vistosa.
Cuatro ceremonias
Y es que, para que cada cual quedase satisfecho, se decidió llevar a cabo nada menos que cuatro bodas: una católica, una ortodoxa, una civil para el registro español y otra civil para el registro griego.
Los invitados se pasaron aquella mañana del 14 de mayo en Atenas corriendo de una iglesia a otra. En el templo católico de San Dionisio, en una ceremonia sobria de 45 minutos que no fue transmitida por televisión y a la que no asistieron las autoridades griegas, Sofía se convertía en princesa española, una vez pronunciado el "Ne thélo" ("Sí, quiero" en griego).
Tras pasar por el Palacio Real para firmar el acta matrimonial española, la ceremonia, esta vez de 60 minutos, transmitida por la televisión y con todas las autoridades griegas presentes, se repitió en la catedral de la Anunciación de Santa María. Juan Carlos incluso bailó la danza de Isaías. La siguió una nueva firma, esta vez del acta matrimonial griega, otra vez en el Palacio Real.
Franco no acudió a la boda, pero no dudó en enviar el buque insignia de la flota española, el Canarias , a bordo del cual iba su representante personal, el ministro Felipe Juan Abárzuza.
Las presiones de hoy
Dentro de todo, los jóvenes esposos habían tenido suerte.
Al frente del Vaticano estaba entonces Juan XXIII, el Papa bueno, hombre tolerante que consintió que el matrimonio fuera mixto y que Sofía se convirtiera a la fe católica poco después del enlace.
"De no ser así, me juego la Corona", había advertido Federica de Grecia, la madre de Sofía.
Además, los recién casados compensaron tanta tensión: Su luna de miel duró cuatro meses. Uno por cada ceremonia, se podría decir.
Aun así, Rayón está convencido de que "todo se pudo ir al garete en más de una ocasión.
Fue quizá la decisión y visión de futuro de don Juan Carlos y doña Sofía lo que al final salvó la nave".
Cuarenta años después, también el hijo de Juan Carlos y Sofía tuvo que sentir el peso de la Corona a la hora de una relación sentimental. En diciembre, el príncipe Felipe anunciaba su separación de Eva Sannum.
La decisión fue atribuida a "razones de Estado" tras las presiones que el príncipe heredero, de 34 años, recibió debido a que la exmodelo noruega, de 26, había posado en ropa íntima y no gustaba en ciertos sectores de la sociedad española.