Entra descalzo y trotando al escenario del Coliseo del Campín, en Bogotá, hacia donde miran 6.000 pares de ojos. Las mangas negras de su camisa se agitan vacías como banderas en plaza pública. Aunque le faltan los brazos, sus gruesos hombros bailotean en armonía con el resto de su cuerpo.
Desde las graderías, la gente lo aclama. Lo reciben de pie y batiendo palmas. Al fin tienen frente a ellos al publicitado hombre sin brazos que toca guitarra.
Solo unos segundos antes, el público había visto, en una pantalla gigante, el momento en que el ahora fallecido papa Juan Pablo II lo besaba en la mejilla.
Tony Meléndez se sienta y un baño de luz cae sobre su vestimenta negra. Estira sus piernas y posa sus pies desnudos sobre la guitarra, que está acostada sobre un trozo de tela.
Los tres miembros de su banda bajan un poco la intensidad de sus instrumentos, y la voz gutural de Tony empieza a sonar junto a su guitarra. Sus pies se distribuyen: el izquierdo se coloca sobre el brazo del instrumento, sus dedos se deslizan y marcan los acordes. Con el pie derecho rasga las cuerdas, el dedo gordo hace las veces del pulgar con uña alargada de los guitarristas.
Hijo de la talidomida. José Antonio Meléndez Rodríguez, Tony , nació hace 45 años en la ciudad nicaragüense de Rivas, cerca de la frontera con Costa Rica.
Su historia, que cuenta en su libro en inglés A gift of hope (Un regalo de esperanza) , empieza antes de que soltara su primer llanto. El segundo hijo de José Angel Meléndez y Sara María Rodríguez llegó al mundo sin brazos a consecuencia de la talidomida, un fármaco que en los años 50 y 60 se prescribió a muchas embarazadas para contrarrestar los vómitos de los achaques. Después se comprobó que era un medicamento teratogénico, es decir, que provocaba malformaciones en los fetos. La talidomida -de venta muy restringida actualmente- se sigue utilizando para otros padecimientos como la lepra y en algunos tratamientos de cáncer.
Tenía Tony un año, cuando sus papás ganaron un premio en la lotería y aprovecharon para emigrar a Estados Unidos, donde los médicos les habían recomendado viajar para buscarle remedio al pie derecho del niño "que estaba bastante mal", recuerda Tony desde un sillón del camerino del Coliseo, minutos antes del primer concierto de su gira por tres ciudades de Colombia.
Mientras habla, sus pies se mueven, como si acompañara sus palabras con las manos.
Su encuentro con el papa Juan Pablo II en 1987, cuando tenía 25 años, es quizá el evento más explotado en las entrevistas. Y es definitivo que eso lo marcó.
No recuerda bien cómo fue que llegó hasta él. Tony ya cantaba y tocaba guitarra con los pies en iglesias; había aprendido a ejecutarla a los 16 años. Un día fue a una audición y lo seleccionaron para cantarle a Su Santidad en una actividad para jóvenes en Los Angeles.
En las imágenes del encuentro, se ve a un Tony más delgado y joven, que canta a todo pulmón en inglés Never be the same ( Nunca seas igual ), un tema que compuso para el Pontífice. Se acompaña con su guitarra que ejecuta con sus pies, que calzan 41. Un mar de gente joven lo rodea. En el centro, lo mira con las manos juntas un sonriente Juan Pablo II. Tony termina de cantar y lo que sigue después es leyenda: el líder de la Iglesia Católica se le acerca, lo besa en la mejilla y le dice: "Se oye bonito". El video de este encuentro, que cambió la vida de Meléndez, se proyecta al público bogotano antes del concierto.
Barreras superadas. Pero esta anécdota ocurrió después de largos años de burlas y obstáculos ante los que él nunca se rindió. En esto fue crucial el apoyo de sus padres, quienes siempre lo animaron a sentirse igual que los demás. Venció con sus pies barreras como escribir, vestirse y manejar. Luego intentó con la guitarra de su papá, a la que logró sacarle algo más que ruido tras mucho tiempo de práctica. "Para mí, los pies son las manos". asevera.
En un día común de su vida, que transcurre en la ciudad de Branson, Missouri, Tony es un padre que estira su pierna derecha hasta la altura de la cintura, para abrir su camioneta y conducir, mediante una adecuación especial para los pies. Le gusta llevar a su esposa, Lynn, y a sus dos hijos adoptivos, Marisa (salvadoreña) y Andrés (nicaragüense), de paseo a pescar a un lago cercano. Sin complejos, saca la caña y con los pies acomoda la carnada en el anzuelo y la lanza al agua.
Cuando no es el hombre de familia anónimo, es el cantante famoso que se ha presentado en 33 países, ha recorrido todo Estados Unidos y ha participado en programas prime time como Today Show y Good Morning .
El día de este concierto, retira por un momento los pies de la guitarra, los sube y los bate para aplaudir, y canta por el micrófono que lleva adherido en la cabeza. En sus canciones sobresalen las palabras "Dios", "fe", "alegría", "amor" y "esperanza".
Ha grabado siete discos de canciones con contenido eminentemente religioso, seis de ellos en inglés y uno en español. Con algunos de esos temas abrió este recital, en el que también hace un repaso por algunos clásicos de rock&roll , con los que prende a sus seguidores.
Consultado sobre asuntos más íntimos, confiesa que no tiene problemas para dar cariño a su esposa. "Tengo los labios y tengo los hombros. Si ella se me acerca, yo la aprieto aquí", dice mientras inclina su cabeza de lado y sube el hombro. "Si ella está sentada en el suelo, la aprieto con las piernas. El afecto se da también con la mente y el corazón", explica al tiempo que sus pies, esos pies de Dios, se mueven con el mismo nerviosismo de unas manos que, la verdad, no le hacen falta.