Un televisor de aquellos cuadraditos, chiquitos y casi que redonditos. Un sillón de brazos de madera, torneados y con tapicería de vinil. Jarros de loza, un papel higiénico del más barato colgando en la pared. Un mecate que se atraviesa de extremo a extremo de la celda, interviniendo el espacio aéreo que hay entre el techo y dos camarotes roídos, de espumas amarillentas y delgadísimas.
Adentro, cuatro almas en pena purgan su condena. Entre ellos está La Negra Wilson y Salchicha. Caballón, Papa Diablo, Picoelapa, Go-Go, Mordiscoemono, Mama Sapa, Canalete, Mataepelo, Chito, El Renco, Seisdedos, Corneta y Gato Flaco andan por ahí, en otras celdas o quizás en los pasillos porque aquel es el reino del terror. Los reos han tomado una parte de La Penitenciaria y aquel es desde hace mucho su territorio, tanto les pertenece que las celdas mantienen abiertas sus puertas y algunos guardias ni siquiera asoman la nariz en aquella zona de vibra pesada, sucia y hedionda a sudor y orines.
Hace casi 30 años, de 1974 a 1976, aquellas escenas eran una realidad que quedó registrada en los anales policíacos y en el imaginario colectivo. El miércoles pasado todo pasaba por ser una recreación. Ignacio Sánchez y su equipo de Protocolo 84: análisis final , filmaba el que es el tercer capítulo del programa que en julio estrenará Teletica canal 7. El que podría ser uno de los caballos de batalla para que la estación televisiva de La Sabana se meta el raiting en el bolsillo como hace años atrás lo hizo Repretel con Expedientes CR-06 también dirigidos y coproducidos por Sánchez.
Los hijos del Diablo lleva por nombre el tercer capítulo de Protocolo 84: análisis final . Tomó por nombre el mote de la banda que tanto dio de que hablar en La Penitenciaria y que marco la vida -y la muerte- de varios privados de libertad en aquella época.
Heredia arde. Tres días demoró solo la filmación de Los hijos del Diablo, dos de ellos transcurrieron en la Delegación Policial de Heredia -la Comandancia también le llaman-. No fue casual, en los adentros de ese cuartel policial estaba la cárcel perfecta: una estructura que hace años se quemó pero de la que celdas paredes y pasillos estaban todavía intactas para efectos de una filmación. Fue el equipo de Protocolo el encargado de poner en relativo orden el lugar. Durante dos días limpiaron paredes, manguerearon pisos, barrieron mugre; probaron iluminación y amarraron todos los detalles para la ambientación y el trabajo de arte. Porque trucos y efectos especiales son carnita para una recreación.
Un lote de unos 23 actores sirvieron para recrear a los privados de libertad y el ambiente setentero de La Penitenciaria. De no saber que aquello era una filmación a cualquiera se le hubiera encrespado la melena: el casting era perfecto, jóvenes y adultos daban al pelo con las características físicas de los privados de libertad y su actitud -totalmente metidos en personajes- hacían pensar a más de uno que eso de actuar era profesión en ellos.
Buena pinta. Sin embargo, no todo el lote de actores que encarnó a Los hijos del Diablo tenía experiencia ante cámaras o en tablas, la mayoría salió de un casting realizado por Protocolo donde se convocaba a gente común y corriente.
Desde el pelo, melena o greña; estructura corporal y tatuajes reales tenían a su favor estos nuevos actores costarricenses como José Fernando Rojas (Picoelapa), Manuel Campos (Go-Go), Edgardo Castillo (Seisdedos), David Rojas (Macho Cruz), Rodolfo Martínez (Papa Diablo), Eric Ross Hay (Rickett), Ricardo Cornejo (Mama Sapa) y Jorge Martínez (Salchicha).
Era Moy Alburola, actriz de profesión y para efectos de Protocolo la productora de campo, quien afinaba los diálogos con los actores tras cámaras y entre cambios de escenografías y montadas y desmontadas de luces, sonido y chunches.
Y corre cámara. Vestidos con camisas y pantalones de los 70, y hasta chancletas Kam Lun, los actores se acomodaban en las celdas, en el patio de la cárcel, en los pasillos o, si había chance en uno de los salones que sirvió para montar el catering (no solo de estar ante o tras cámaras vive el hombre).
Mientras técnicos como Mario Suárez, Rafael Guzmán, Esteban y Marvin Corrales corrían con el sonido y la luz en vestuario Malalo y asistentes se afanaban. Silvia Ferrero, asistente de dirección, iba de un lado para otro siguiendo las instrucciones que Ignacio Sánchez, como director, le dictaba desde un recinto aparte y megáfono en mano. A la siniestra del director Ian Lotz no le perdía la atención al monitor, debía llevar la continuidad y en su tabla anotaba si era la secuencia 17, 19 o la 124 y cuál de todas las tomas era la correcta.
Muchas fueron las secuencias filmadas aquel miércoles, pero un par de ellas fueron de gran dificultad: el asesinato de Canalete, que muere electrocutado (hubo chispas y todo) y cuando el corazón de este es arrojado por los vengadores a un pasillo frente a la cara de expresión ida del Gato Flaco.
Más de una hora para montar luces, sonido y cuadrar camarógrafos tomó una escena que quizás al aire dure ocho segundos.
A las 7 p. m. todo terminaba. Actores a sus casas, y técnicos y el resto del equipo recoge que recoge el chunchero que tan necesario fue para armar el capítulo que en julio, todavía en día por anunciar, recordará una oscura historia que quizás muchos han querido olvidar.