Repasemos un poquito y veremos como son cientos las veces en que, dentro de nuestra vida social, la oficina o la casa, nos encontramos con situaciones un tanto molestas, y que en realidad no sabemos como tratarlas de una manera educada. Hoy les comento algunos ejemplos.
Empecemos por la edad. No hay pregunta que cause tantas molestias como la siguiente: ¿A ver cuántos años tenés? Quizás sea algo que haga gracia entre los niños, pero a la mitad de la gente adulta y en especial a muchas señoras la pregunta resulta una impertinencia.
Lo correcto es simplemente ignorar la pregunta y decir una frase cortés como: ¿para qué querés saber? O bien, "prefiero no contestarte". También podemos decir: "la suficiente edad para no decírtelo".
Otro tema tiene que ver con los insultos. Muchas personas nos insultan de una manera pasiva. Me refiero a chistes ofensivos o comentarios groseros, que sin usar palabras soeces logran herir nuestra sensibilidad.
No hay excusa para este tipo de situaciones, y lo mejor es decirlo en la cara: "disculpame pero no voy con este tipo de comentarios", o simplemente cambiar de manera abrupta el tema de la conversación.
También se da el caso de las personas a las que les encanta contradecir a los demás, llegando a los límites de la falta de educación. En este caso, deje que la persona lo interrumpa, espere unos segundos callado y luego termine o comience de nuevo sus frases.
Todos tenemos derecho a dar nuestra opinión, pero hay personas que se creen pequeños dictadores y su palabra es la última. En este caso, lo decente es decir: "bueno, tal vez usted tenga la razón, pero yo pienso diferente y mejor no sigamos discutiendo porque ninguno de los dos quiere ponerse de acuerdo", y cambie de inmediato el tema de conversación.
Otras veces notamos que las personas dicen una palabra incorrecta, un verbo mal empleado, o bien un término que no es el apropiado. Si estamos con nuestra pareja, nuestros hijos o un amigo muy querido, nunca hagamos la observación de sus errores delante de los demás, esperemos a estar en privado y hagamos los comentarios de una forma considerada.
Y por último, recordemos la regla de oro de los comentarios a la hora de comer: nunca hay que hablar de religión, ni de política... y dejar los problemas personales en el diván del sicólogo.