Pasados los jolgorios navideños y bien entrados ya en el verano, somos poco conscientes de lo que habrá sido de nuestro querido arbolito de Navidad .
Traigo el tema no solo porque soy un majadero sino porque con varios meses de antelación a la próxima navidad tendrán ustedes tiempo de ir pensando lo que harán con el siguiente arbolito.
Sin hipocresías. Odio los árboles de Navidad artificiales. Se me parecen demasiado a sus dueños. La mayoría los usa por mundana comodidad, no por conciencia ecológica.
Gracias a los viveros, hay zonas cubiertas todo el año de arbolitos que de otra forma no estarían allí. No hay nada de malo en cortar un árbol de esos, siempre y cuando sembremos cinco en su lugar. O, mejor aún, en otro lugar.
Pero "aquí entre nos", deshacerse del arbolito de Navidad natural es un dolor de cabeza. Sobre todo porque cuando está seco, pica más en el cuello y brazos, deja más reguero y es motivo de depresión familiar. No hay mayor contentera que la de los güilas celebrando la llegada del verde encanto pero a la hora de sacarlo inerteÖ el silencio y las caras de culpa de todos me hacen sentir como gánster buscando a toda costa deshacerse del cuerpo.
Supongo que ninguno de ustedes habrá sido este año tan güev... como para haberlo tirado en el caño, esperando a que las primeras lluvias, programadas para meses después, se encargaran de lavarles la conciencia.
Mucho menos les veo en el enfermizo papel de pirómanos de ojos desorbitados, metiéndole fuego al pobre arbolito, ensuciando nuestro ya contaminado aire veraniego, y poniendo en peligro algún charral o sus propias vidas o propiedades.
Ustedes son de los que aplican ideas ecológicas para deshacerse del árbol como usarlos de estacas para evitar la erosión en playas o ríos, como demarcadores de zonas peligrosas, como abono orgánico una vez picados, o incluso apilados cerca de nacientes de agua para servir de refugio a aves o hundidos como refugio de peces.
Nada cuesta iniciar la tradición anual de revertir el proceso: montarnos todos alegres al carro, amarrar con dignidad el feo árbol al techo, desandar el camino hasta el vivero y entregarlo allí para que lo usen de mil formas diferentes o bien llevarlo a algún lugar, cortarlo y usarlo de "defensa" para los cinco o seis árboles de especies nativas que sembremos ese día.