De nuevo una novela de Stephen King, publicada en el 2001, es llevada al cine. Solo que esto ya no es noticia. Es como leer la misma nota en distintas páginas de un mismo diario (como sucede a veces). Esta vez se trata de la película homónima Cazador de sueños (2003), precisamente el noveno filme dirigido por Lawrence Kasdan.
El título hace referencia a un amuleto que los indígenas de los Estados Unidos empleaban para cazar pesadillas y eliminarlas. Es un poco lo que tratan de hacer los psiquiatras hoy día, pero sin amuletos.
Esta vez, las pesadillas tienen que ver con el género fantástico (incluidos los extraterrestres), con el terror (sanguinolento y con heces, ajá) y con el drama (la historia de un grupo de amigos en fatal encrucijada).
La verdad es que hay poca originalidad en el argumento "stephenkingiano": este autor escribe tanto, a tantos dólares de ganancia, que a veces parece un refrito de sí mismo. Eso sí, siempre rentable. ¿Así quién no?
Ahí están los fenómenos paranormales (que, esta vez, resultan truculentos); ahí están los amigos que se reúnen mientras arrastran sutiles recuerdos de infancia que marcan sus conductas y les dan poderes (como superhéroes disminuidos de un cómic).
Ahí están los diálogos pretenciosos que, al final, no dicen nada, como un discurso diplomático o un sermón de obispo; ahí están las dosis de terror cuajadas, esta vez, a puro efectismo (con la falsedad de quien alaba a un enemigo); y hay personajes agarrotados por la angustia (como la de quien comienza una crítica de cine ante una página en blanco).
Así por el estilo; aunque estilo es lo que le falta a esta película de más de dos horas, sobre todo en su segunda mitad. Es que el filme se cae por culpa de su irregularidad y de la poca originalidad de la trama. Tal vez haya una correcta labor de Kasdan tras las cámaras; pero la cinta abarca tanto, que aprieta poco, pese a la presencia del actor Morgan Freeman, quien nada aporta.