La actriz chilena Daniela Tobar, inquilina de la polémica Casa Transparente, decidió abandonar el proyecto denominado Nautilius y no regresará al que ha sido en los últimos días su hogar, ya que teme sufrir agresiones.
De este modo se puso fin a un audaz proyecto artístico destinado a evaluar las reacciones del público que observaba cómo Daniela realizaba las labores cotidianas, incluido ducharse e ir al baño, en una casa de vidrio instalada en pleno centro de Santiago.
La iniciativa contó con una subvención del Fondo Nacional para el Desarrollo de las Artes y la Cultura por unos $11.500 (¢3.450.000).
El proyecto desató una controversia tal en la opinión pública que dividió a los capitalinos entre partidarios y detractores, e incluso terminó en los tribunales de justicia, donde ya fueron presentadas tres querellas, una de ellas por "ultraje público", que ya fue acogida a trámite.
Los arquitectos Arturo Torres y Jorge Cristi, autores del plan, manifestaron su deseo de finalizar de forma honrosa su iniciativa, que debía durar dos semanas y apenas alcanzó los siete días.
Los promotores anunciaron que la Casa Transparente permanecerá en su actual emplazamiento hasta mañana, día en que harán pública una valoración de lo ocurrido.
Opiniones encontradas
El diputado socialdemócrata y abogado Nelson Ávila anunció su intención de asumir la defensa del proyecto Nautilus, porque dijo que "Chile no puede prestarse para un nuevo y lamentable caso de censura".
En una carta dirigida el pasado lunes a la joven actriz que habitó en la casa de vidrio, Ávila le rindió un homenaje por teatralizar la más trivial y pedestre de las rutinas, y se declaró impactado por el noble aplomo con el que Daniela exoneraba su vejiga.
Sin embargo, el movimiento ultraconservador Acción Familia se sumó a los detractores de la iniciativa y señaló que no se debe permitir que los artistas carentes de ingenio acudan al "recurso barato" de atentar contra la moral.
Para Acción Familia, la Casa Transparente favorece una revolución cultural de carácter freudiano-marxista por la que optaron, a partir de los años 80, los socialistas europeos.