La esquina noreste del Teatro Melico Salazar dejó de emanar sonidos de martillos, taladros y serruchos; una suave música y el susurro lejano del poblado tránsito externo atiende a las visitas que, atraídas por la decoración de principios de siglo, ingresa y toma uno de los asientos del café La Bohemia.
El lugar está compuesto por un único salón conectado a la realidad capitalina por unos ventanales que dan al techo. Vestidas con sobrias tonalidades de verde, las paredes hacen armonía con la madera de que están hechas las sillas, mesas y la barra y con las lámparas enormes, cromadas y de tipo industrial que cuelgan de arriba. Al observarlas dimos con la particular galería que es el techo.
Diecisiete fotografías antiguas y ampliadas del San José de antaño cubren el cielorraso y provocan inevitablemente que uno enfoque su atención a esta parte, antes de pensar en comer. Más tarde el menú nos da, una a una, la descripción de cada gráfica, así que la opción de ver para el techo, requiere de más tiempo.
"Las fotos son un homenaje al San José antiguo, estas van de 1871 a 1920. Algunas son de colecciones privadas, otras del archivo de la Cervecería Costa Rica y el resto del Archivo Nacional", comentó Iván Rodríguez, de Briggantin S. A., empresa a la que se le adjudicó la licitación de administrar el café y que además es propietaria del bar Jazz Café.
Ardua labor
La meticulosa misión de instalar un café bajo el alero del teatro comenzó en 1999 con papeleos, maquetas, propuestas e innumerables, aunque muy claras ideas, pues aparte de la Junta Directiva del Melico y de Briggantin S. A., metió mano en la remodelación el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura pues el poner un café en el Teatro Melico Salazar no era un asunto para tomarse a la ligera ya que se trata de un edificio que es Patrimonio Histórico Arquitectónico.
El principal cambio que tiene el café La Bohemia con la que fuera su predecesora durante 36 años, soda La Perla -la cual cerró en abril de 1998-, es que la entrada al café ya no está en la esquina noreste del teatro, ni tampoco hay una puerta en el sector este, ahora solo se puede entrar por el lobby del teatro.
El diseño de la decoración estuvo en manos de Rodríguez quien realizó un proceso investigativo, para que cada elemento que se colocara en el café fuera el adecuado.
"Parte del mobiliario como sillas, mesas y lámparas, las mandamos a traer de Holanda. La idea es crear un estilo clásico de café europeo con algunos elementos más modernos, como por ejemplo, las lámparas que colocamos en las paredes, las cuales servirán para iluminar las exposiciones que regularmente tendremos", agregó Iván.
El piso, una versión antigua, en tonos verdes y detalles en terracota, y el perchero que está a la orilla de la puerta, cierran con méritos propios este meticuloso proceso y no pasan desapercibidos.
Una vez puestos los elementos, el ambiente se presta para los objetivos del teatro: crear tertulia. "Lo que queremos es rescatar un poco el ambiente de tertulia, de poesía, implementar programas culturales, programas de radio en vivo, exposiciones de fotografía y plástica, entre otros", agregó Rodríguez.
Una probadita
El lugar abre a la hora del almuerzo y las puertas no se cierran hasta bien entrada la noche. Los días de función han demostrado ser una hecatombe pues unas cuatrocientas personas, o más, bajan en el intermedio con los minutos contados, pero el atender a tanta gente al mismo tiempo es un detalle en el que los dueños aún trabajan.
El café tiene capacidad para sesenta personas cómodamente sentadas.
El resto de los días las cosas transcurren con más calma. El menú es variado aunque con pocas opciones. Por ejemplo, si usted quiere pollo solo hay una forma de comerlo: a la mostaza. ¿Pescado? A la Meuniére. ¿Carne? A la pimiento. Sin embargo, esto es adrede pues la idea no es hacer de este lugar un comedor, sino un café en el que también se puede comer.
El día que visitamos La Bohemia el plato del día era pollo, a la mostaza, por supuesto, el cual por cierto, estaba muy bueno y acompañado de una deliciosa y fresca ensalada de lechuga y tomates pequeños, que además tenía fresas y uvas. También probamos las crepas rellenas de pollo y hongos, que nos dejaron sin palabras.
Antes, llegaron a nuestra mesa una sopa de cebolla, rica pero con poco apasionado saborcito a consomé, y una crema de ayote que se llevó todos los aplausos.
Todo estaba muy bueno y bien presentado a excepción del pan, pues por tratarse de un lugar tan sobrio y elegante como el café del Teatro Melico Salazar, uno espera unos bonetitos calientitos o algún tipo de pan más consistente, pero nunca una canasta con unas tristes y frías rebanadas de pan cuadrado que desentonaron con el juego visual y gustativo de este sitio.
El cierre lo dieron un pie de almendra y un eclair de chocolate, que junto a un par de cafés, nos hicieron sentir en La Bohemia como en ese rincón aislado del mundo que pretende ser.