Los dedos de su mano derecha jugaban velozmente con las seis cuerdas a lo largo del diapasón, mientras su homóloga de la izquierda se divertía lanzando el yo-yo.
El escenario era todo suyo y, sobre él, Jason Becker hacía cuanto le entrara en gana. El toque del estira y encoge del yo-yo era uno de sus trucos favoritos para abrirle la quijada a la audiencia, que ya de por sí yacía atónita, cortesía de su innegable virtuosismo.
Cabellera larga, pantalones de cuero ajustados, y tenis blancos. Su
El estadounidense contaba con un contrato discográfico desde su adolescencia, había hecho una gira en solitario por Japón, era portada de cuanta publicación guitarrística hubiera y su apellido era referente de ejecución magistral en el instrumento.
Becker se había convertido en un sinónimo de prestigio y calidad a punta de grabaciones y conciertos. Para aquel momento, su discografía ya sumaba dos placas con el dúo de
Tenía poco de haber lanzado su carrera como solista, con el álbum
Todo aquello era miel. Todo aquello era prometedor; sin embargo su mejor momento coincidiría pronto con la peor noticia.
Durante los días de la grabación del disco
A los dos meses de aquella molestia, a la pierna adormilada se le sumó un dolor muscular en la pantorrilla y el debilitamiento de la mano derecha. Ya eran suficientes señales de alarma.
Tras una visita al doctor, la “pereza” de su extremidad se tornó en una noticia de pesadilla.
Con 20 años, a Jason Becker le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa que afecta las células nerviosas encargadas de controlar los músculos de todo el cuerpo (
Primero fue un bastón; luego, una silla de ruedas. Conforme avanzaban los días, se reducía la capacidad de movimiento del joven Jason.
El músico se resistía a que sus manos dejaran de deslizarse por el mango de su guitarra eléctrica o que sus pies dejaran de pisar las pedaleras de efectos sonoros. Mas la enfermedad reñía, con ventaja, ante la joven promesa de las seis cuerdas.
Con mucha dificultad, Becker logró concluir las sesiones de grabación del disco de Roth, que estaba a medio camino, pero le fue imposible participar en la consecuente gira de conciertos.
Cada vez, con más velocidad, la esclerosis invadió su cuerpo. Rápidamente le robó la posibilidad de tocar guitarra, la capacidad de hablar e inclusive la habilidad de tragar. Aquellos tiempos de Becker jugando yo-yo y tocando guitarra simultáneamente eran de fotos del pasado.
A pesar de todo, el músico decidió que la enfermedad nunca afectaría su vena creativa. Postrado en una silla y esclavo de la inamovilidad, Jason continuó componiendo.
Cuando ya no pudo mover más las manos, un amigo suyo le inventó un sistema para que, con el movimiento de la boca, fuera capaz de
Más adelante, cuando esa acción también le resultó imposible, su padre se inventó una tabla alfabética en la que cada letra se indica con un par de movimientos oculares. Esa se tornó en su única herramienta para comunicarse, aún hasta el día de hoy.
“T - H - I - S, I - S, deletrea Becker, y alguno de sus familiares o amigos va traduciendo lo que él habla con la mirada. Así –letra por letra y palabra por palabra–, el artista logra conversar y comunicar sus ideas musicales.
Con un trabajo lento pero nunca tedioso, y la interpretación de colegas, el músico logró sacar en 1998 su segundo disco solista:
El próximo año se estrenará el documental Not dead yeat ( Aún no estoy muerto), que resume la vida de Becker, para quien la música palpita y vibra por los ojos, aunque ninguna otra parte de su cuerpo se mueva ya.