
Hace unos días, durante la Semana Japonesa, nos visitó Michiko Hirama, doctora en musicología por la Universidad Nacional de Tokio de Bellas Artes y Música, para ofrecernos conferencias sobre las disciplinas escénicas del país del Sol Naciente. Sus sabias exposiciones ilustraron conceptos que procuramos seguir aquí.
Recordemos que el teatro y la música tradicionales del Japón han suscitado gran interés en el Occidente. Así, en su libro El arte de la impermanencia japonesa, Andrew Juniper anotó: “En las artes escénicas japonesas permanece el deseo de producir una sensación de serena melancolía y anhelo espiritual”.
En 1921, el poeta Paul Claudel, embajador de Francia en el Japón, expuso sus impresiones en El noh y El drama y la música. Al mismo tiempo, William Butler Yeats, premio Nobel de literatura en 1923, se dedicó al estudio del teatro noh. Igualmente, luego de deleitarse con el teatro chino, Bertolt Brecht adaptó una obra del noh: Taniko, bajo el título de Der Ja-sager (El que dice que sí).
También recordemos que, en el Japón, a partir del siglo XIV, se comenzó a utilizar trajes muy complejos y decorados, y máscaras exuberantes y excelso maquillaje en las presentaciones musicales y teatrales, que todavía deleitan.
El gagaku se mantiene en desarrollo desde la importación de los instrumentos chinos en el siglo VII (como el gakuso [cítara] y el gakubiwa [un tipo de laúd]); además, el gagaku tiene gran aceptación entre los jóvenes japoneses y ha sido punto de partida de fusiones con otros géneros.
Sus principales variantes son la música religiosa basada en el animismo sintoísta; una forma de origen coreano-manchuriano, y canciones de estilo chino, específicamente del período de la dinastía Tang (618-907).
El gagaku también ha sido el soporte de otras manifestaciones artísticas, como danzas y obras de teatro. Algunas son las siguientes.
En Asia, el teatro con muñecos también ha tenido curiosas manifestaciones, como el wayang kulit, interpretado por los indonesios para adorar a los dioses del Mahabarata (poema épico de la India), y el bunraku, el teatro de marionetas japonés.
De corte muy estilizado, el bunraku solía narrar las aventuras de personajes históricos (jidai mono) y piezas burguesas (sewa mono), aunque más tarde incorporó a “personas comunes” en sus dramas.
El bunraku debe ser interpretado por un titiritero de gran experiencia y por dos ayudantes; ninguno –una curiosidad– se esconde debajo o detrás de los muñecos. Cada marioneta pesa más de veinte kilos y las confeccionan artesanos expertos en partes específicas.
Su oposición es el kyougen (farsa), y ambos se presentan intercaladamente. En el noh aparece un coro siempre visible, un escenario sobrio pero elegante, y dos actores principales: el shitekata y el wakikata.
El shitekata utiliza una máscara como metáfora de personajes míticos (héroes, demonios y dioses) y debe entrar por el hashigakari, que simboliza el puente tendido entre el mundo de los seres humanos y el de las divinidades.
El shitekata expresa sus emociones y la tensión del drama mediante la música y su elaborado baile, junto con los diálogos del wakikata y los oficios del coro, que se mantiene inmóvil.
Por su parte, el wakikata ejecuta una función de pseudoespectador de la tragedia, haciendo preguntas al shitekata sobre la naturaleza de su danza.
El lenguaje del noh es muy elaborado y aristocrático, y abunda en arcaísmos –algunos japoneses lo encuentran incomprensible–. Para entender el noh debe estudiarse un concepto estético llamado yuugen (oscuro, profundo, impenetrable).
En su obra El teatro japonés (1995), Ortolani Benito explica que el yuugen es “un profundo y misterioso sentido de la belleza del universo [...] y de la triste belleza del sufrimiento humano”.
Motokiyo Zeami (1333-1384), uno de los mayores mecenas del noh, creó otro concepto: el hana (flor), que evoca “la primera sensación estética del receptor frente a la belleza”.
Asimismo, Motokiyo se apropió del yuugen para dar una explicación estética del teatro noh: primero aludió a la atracción por la belleza sensible (hana); luego, al yuugen (belleza oscura, elegancia misteriosa y sublime), y finalmente al roujaku (la belleza encontrada en la serenidad solitaria de la senectud).
Celebrados escritores del siglo XX, como Yukio Mishima (1925-1970), también escribieron importantes obras del noh.
No obstante, debido a su éxito, este kabuki primitivo tuvo numerosos competidores. En esa época, las actrices interpretaban tanto papeles masculinos como femeninos, de modo que pronto se presentaron espectáculos considerados “indecentes”; incluso, algunas mujeres lo utilizaron para ejercer la prostitución.
Esas “presentaciones obscenas” y sus atmósferas violentas indujeron al Shogunato Tokugawa (1603-1867) a expulsar a las mujeres del teatro “para proteger la moral pública”.
Así, los roles se invirtieron: los actores comenzaron a interpretar indistintamente papeles masculinos y femeninos. Sin embargo, pese a todo esto, existen registros históricos de muchos actores dedicados a la prostitución (con otros varones).
De todas maneras, las anécdotas históricas del kabuki no distraen de su verdadera naturaleza: un teatro que procura despertar una sensación de intensa serenidad y de concentración por la belleza.
A diferencia del noh, los actores del kabuki carecen de máscaras, pero utilizan maquillajes coloridos. Chikamatsu Monzaemon (1653 -1725) fue uno de los primeros dramaturgos profesionales del kabuki, y su trabajo teórico y artístico aún se ejecuta.
Como Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe, la obra más conocida de Chikamatsu, Los amantes suicidas de Sonezaki, condujo al suicidio a jóvenes parejas de su época. Por esto, el libro fue prohibido, aunque esta interdicción se revocó en 1723.
En el Japón, el kabuki goza de gran acogida en todas las edades, y es común que actores de cine y televisión también lo sean de kabuki.
Internet diluye las distancias de espacio y tiempo que impidieron a nuestros antepasados occidentales apreciar el noh o el kabuki. Apelemos hoy a los videos para conocer un poco de esas artes, sin olvidar la salvedad del maestro Motokiyo: la apreciación estética impersonal es inconcebible; el noh solo puede experimentarse.