La decoración huele a Caribe y refleja la sencillez de la madera, la tierra y las raíces.
Las mantas de tres colores y las fotos de Bob Marley o Marcus Garvey son elementos reglamentarios en el mundo del reggae, pero sería insuficiente si a su lado no se evidenciaran los cuerpos que se mecen al son de los ritmos africanos y caribeños.
Los dreads, la ropa colorida y las pieles morenas podrían ser la norma del lugar, pero hace ya mucho tiempo que los ritmos del roots y el dancehall conquistan a flacos, gordos, rubios, altos, negros, jóvenes, adultos, hombres y mujeres.
Las caderas y las rodillas se mecen con los cantos a Sellasie I, al rastafari, a Jah, a Zion y a Babylon. Los coros son en vivo cuando Alpha Blondy, Sizzla, Israel Vibration, Barrington Levy o Steel Pulse entre otros, elevan las voces en un canto por el regreso a África, en contra de la represión social y en pro de los derechos humanos.
Si el hambre acecha, el negro de la canasta en el hombro pondrá al alcance la comida típica del reggae. Con chile o sin chile, con viagra o sin ella, el patí guarda la cura del hambre y quizá también a otros apetitos, pero si el paladar anda goloso el sabor dulce lo encontrará en el plantintá.
La negra noche se hace madrugada al pasar de las horas y la música. El éxodo hacia las casa comienza y la mística se empieza a desvanecer, pero la bandera del reggae seguirá firme y con el nuevo oscurecer se volverá a mecer con la música.