Cuando una persona estrena zapatos, desde los más sencillos hasta los más finos, siempre hay un período de varios días en el que el calzado debe usarse con cierta incomodidad hasta que por fin cede y se ajusta al pie. Por esto, la gente dice que no hay nada más rico que un par de zapatos viejos.
De igual forma, un centro gastronómico tan inmenso como Balalaika -inaugurado hace dos semanas en San Pedro- tiene que ir acomodándose hasta lograr el punto óptimo en el sabor de los platillos, en la atención de los saloneros y en la fluidez de todo el engranaje que hace muy bueno o excelente a un restaurante.
Por ahora, Balalaika tiene muchos puntos a su favor: una ubicación comercial adecuada, cerca de la Fuente de la Hispanidad; una edificación impresionante, diseñada por el famoso arquitecto mexicano Ricardo Legorreta; un equipo de gerentes, chefs y jefes de cocina de alto profesionalismo, traídos desde Europa para darle el punto exacto al lugar, y, claro, un menú bien pensado, variado y sabroso.
¿Qué falta, entonces, en esta lista? Cuidar los detalles y los procesos, cosa que solo se logra con el tiempo. En esa etapa se encuentra Balalaika.
Tiempo Libre envió dos periodistas a Balalaika, sin avisar y como clientes normales. Era difícil ignorar la apertura de un local gastronómico que había causado tantos comentarios, aun antes de su apertura.
Cuando entramos, tuvimos un momento de duda: ¿en cuál ambiente quedarnos? Esta duda surge porque el local cuenta con dos restaurantes, uno informal y uno gourmet; un bar de tapas en el segundo piso y un pequeño bar en la entrada del edificio. Al final, nos ubicamos en el restaurante Rodizio porque es el más amplio y el de precios más cómodos, por lo que suponemos que será el más visitado.
En dos platos, la visita resultó una experiencia positiva: el servicio fue amable, los platos estuvieron sabrosos (aunque algunos tenían muy buen tamaño y otros, por el contrario, eran muy pequeños) y, claro, disfrutamos mucho de estar en ese edificio tan llamativo (aunque podrían mejorar la música de fondo).
El único mal momento ocurrió cuando en uno de los platos faltó un ingrediente y, al hacer la consulta para saber si realmente faltaba o éramos nosotros los equivocados, el encargado trató de enmendar el error: casi nos obligó a comernos el ingrediente solo, pese a que le dijimos que no había problema, que ya estábamos llenos y que ya estábamos en el momento de los postres (¡y qué postres, por cierto!).
En eso, entonces, está Balalaika: en el proceso de "amansar los zapatos", pero va por buen camino.