LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO. Dos actos de Fernando Fernán-Gómez. Coproducción de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) y del Teatro Universitario (TU). Elenco principal: Jean Martén, Roberto Zeledón, Tatiana Zamora, Marielos Fonseca, Lylliam Quesada, Moy Arburola, Luis Fernando Gómez, Douglas Cubero, Luis Diego Ureña, Gladys Catania, José Trejos, Dayanara Guevara. Vestuario: Rolando Trejos. Luces: Gabrio Zappelli. Escenografía: José Enrique Garnier. Dirección: Júver Salcedo.
Teatro de la Aduana. Sábado 12 de agosto. 8 p. m.
Querido y admirado por el público y la crítica como actor, director, dramaturgo, cineasta y literato, Fernando Fernán-Gómez (N. 1921) es una figura imprescindible cuando se habla de las artes del espectáculo en España durante los últimos 50 años.
Su pieza teatral Las bicicletas son para el verano se estrenó en Madrid en 1982 y el año siguiente se llevó a la pantalla. Ambas versiones tuvieron mucho éxito y ganaron varios premios.
La película se exhibió aquí por ese entonces en la sala Garbo y ahora la Compañía Nacional de Teatro (CNT) escenificó la obra en su sede de la Aduana, en coproducción con el Teatro Universitario de la Universidad de Costa Rica (TU), que celebra el quincuagésimo aniversario de su fundación.
Dirigió el montaje el uruguayo Júver Salcedo, cuyo paso intermitente por el teatro costarricense se remonta a 1974. Desde aquel tiempo ha puesto en escena alrededor de 13 obras en el país y algunas recibieron el premio a la mejor dirección.
El argumento de la pieza de Fernán-Gómez transcurre antes, mientras y después del cerco de Madrid, capital y bastión de la república española, por las fuerzas bajo el mando supremo de Francisco Franco, durante la guerra civil que asoló a España entre 1936 y 1939, y que terminó con el derrocamiento del gobierno elegido democráticamente y la instauración de la dictadura franquista.
Empero, la trama no se teje sobre los combatientes sino sobre las consecuencias que el conflicto y el asedio de la ciudad traen a un matrimonio de clase media baja, don Luis y doña Dolores (Luis Fernando Gómez y Lylliam Quesada); la hija joven, Manolita (Moy Arburola); el hijo adolescente, Luis (Roberto Zeledón); la criada, María (Tatiana Zamora), y sus vecinos y amistades.
Somos así testigos de la dignidad, estoicismo y humor con que la familia soporta los aprietos y penurias a que está expuesta, y de cómo sus miembros se mantienen unidos, afables y civilizados entre sí y con los demás, a pesar de la barbarie circundante.
En el montaje hubo muchas actuaciones elogiables, pero antes de comentar el desempeño del elenco incumbe una reflexión acerca del inconveniente principal de la puesta de Salcedo.
Desde la antig,edad se ha comparado la obra de arte, y en especial la obra de teatro, con un organismo viviente; de esa analogía se infiere que cada pieza dramática tiene su hálito propio, el ritmo vital que cadencia su marcha y articulación distintivas.
En su puesta, al parecer Salcedo se encontró ante un dilema artístico y la solución práctica que le dio no fue atinada. Me explico: tal y como está escrita, la obra dura bastante más de tres horas; puesto que una extensión semejante no es viable para el público local, Salcedo podía optar por abreviarla, eliminando algunas escenas y reduciendo otras, como fue el caso con la adaptación cinematográfica.
En cambio, decidió dejar la obra tal cual, pero, para no alargar demasiado la función (quedó en unos 130 minutos, con intermedio), apresuró al extremo el ritmo de casi todas las escenas.
A menudo, este apremio impidió que las situaciones y la relación entre los personajes se establecieran de modo creíble y congruente, y también condujo a los actores a recitar sus parlamentos de manera precipitada y poco natural. De hecho, me encontré confuso y casi aturdido por la prisa de las réplicas durante las escenas iniciales, al punto que no entendí bien lo que ocurría ni lo que se decía.
De esta forma, la premura determinada por la dirección de Salcedo se opuso a la comprensión de la pieza, que cesó de respirar y sucumbió por asfixia.
Eso fue una lástima, porque, cuando el ritmo lo permitía, y en ocasiones a contrapelo de él, los personajes, en particular la famila protagonista, empleada incluida, fueron delineados de manera sincera y sentida por los actores.
Aparte de los antedichos, del elenco cabe destacar a Jean Martén, como Pablo, el amigo de Luis; a Marielos Fonseca, en el papel de doña Antonia, la vecina, y a Douglas Cubero y Luis Diego Ureña, en los de Julio y Pedro, sus hijos; por medio de una aparición muda y fugaz, Dayanara Guevara insinuó de modo sutil el oficio de Rosa, un personaje menor.
El decorado y el mobiliario, a cargo de Luis Enrique Garnier, me parecieron anacrónicos y reñidos con el rango social y económico de la familia, pero una fotografía gigantesca de Madrid funcionó al fondo como elemento ambientador. En las últimas escenas, la familia no tenía dinero para comer, mas, según el vestuario de Rolando Trejos, había plata suficiente para el sastre. Asimismo, la ropa de Trejos no se desgastaba con el uso, pues todas las vestimentas lucían nuevecitas.
No quisiera desanimar al lector de asistir a Las bicicletas son para el verano , del español Fernando Fernán-Gómez, ya que la obra y las actuaciones tienen suficientes méritos como para sobreponerse a muchas de las deficiencias apuntadas, y ofrecen a los espectadores poco más de dos horas de juicioso entretenimiento.