
Milán . Giorgio Armani es profeta en su tierra. Italia entera se rinde a sus pies para reconocer sus 25 años de buen gusto en el mundo de la moda, entendida más como una filosofía artística que como un negocio.
Desde esta monstruosa ciudad, (norte de Italia) verdadero centro del poder económico, Armani ha llenado un cuarto de siglo con un estilo sobrio y elegante. ¿Qué sería de las ceremonias de los Oscar sin sus trajes?
Pero el diseñador no se conforma. La semana pasada inauguró su nueva línea de muebles, maquillaje y accesorios, disponibles en la pomposa Via Manzoni, de Milán, cuyos transeúntes visten como modelos de pasarela.
No deja de ser exagerado el reconocimiento y el culto a la personalidad de este hombre de 66 años, canoso, bronceado y en plena forma. Su cara aparece por todas partes, revistas, periódicos, televisión, InternetÖ
De toda esta veneración, el homenaje más glorioso ha sido la muestra de su obra en el Museo Guggenheim de Nueva York; sí señores, en el 1071 de la Quinta Avenida. En la gigantesca exposición, inaugurada hace 15 días, el público puede ver 450 vestidos, imágenes de 25 célebres fotógrafos, tacitas, libros, sillas. El festejo al gurú ocupa todo el edificio del Guggenheim: las tres rampas circulares y las tres galerías. Permanecerá allí hasta el 17 de enero y en marzo será trasladada a Bilbao.
"Celebramos el trabajo, la visión incomparable de Armani y su aporte al diseño", justifica en el catálogo el director de la fundación Solomon R. Guggenheim.
Hombre revolucionario
Giorgio Armani era un estudiante de segundo año de medicina cuando, por pura casualidad y amor, dejó de estudiar el cuerpo humano para ocuparse de vestirlo.
Nacido el 11 de julio de 1934 en Piacenza (norte de Italia) en una familia de clase media, aprovechaba cualquier fin de semana libre para ir a esquiar. En uno de esos viajes, en 1966 conoció al único gran amor de su vida y futuro socio, Sergio Galeotti, arquitecto y 10 años menor que él. Juntos, en 1975 fundaron la Armani SpA, y tras su muerte, en 1984, a causa de una leucemia fulminante, Armani estuvo a punto de sepultar su carrera. Tragaba y tragaba antidepresivos. Se estaba muriendo también él.
"Todo lo que he hecho en la profesión lo he hecho por Sergio, y Sergio lo hizo todo por mí. Al principio, las relaciones eran de padre-hijo; después, algo cambió. Teníamos una gran complicidad, tanto en las cosas de nuestra vida como del resto del mundo. Ha sido mi compañero inolvidable. Su muerte es el dolor más grande de mi vida", declara.
En 1975 no había ninguna seguridad de que la empresa saliera adelante. Italia vivía tiempos muy difíciles y agitados. Las mujeres salían a la calle a gritar consignas feministas. Vestían con pantalones flojos y camisones de la India. La confusión imperaba en las calles: gases lacrimógenos, arrestos, terrorismo.
En el ambiente se respiraba un aire de cambio. Esto lo supo interpretar muy bien Armani, que para entonces no era un joven rebelde, sino un atractivo cuarentón de ojos azules, con el cabello precozmente gris.
Cuando en 1978 las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, el presidente de la democracia cristiana italiana, Armani realizaba su primer desfile en Roma. Todos aplaudieron a aquellas 12 modelos simples y ligeras, sin ornamentos ni extravagancias, como lo imponía París.
En silencio, el diseñador estaba haciendo su revolución. Empezaba a crear una nueva imagen de mujeres más seguras, fuertes y libres, con pantalones masculinos, tejidos suaves; pero de aspecto severo y zapatos sin tacón.
Antes de Armani, la forma de vestir de las mujeres oscilaba entre la clásica extravagancia de las señoras de alta sociedad y el romanticismo hippie de las estudiantes. Las muchachas habían rechazado las faldas y reclamaban libertad con sus camisones holgados de tejidos de la India y pantalones anchos de telas afganas. Las mujeres bien vestidas eran consideradas fascistas.
Durante estos 25 años Armani no ha hecho más que interpretar a unas mujeres y unos hombres ansiosos de cambio.
A los hombres les quitó de encima toda la presión social de tener que ser siempre viriles y poderosos. Les propuso unas ropas más cómodas y atractivas. "Cuando comencé a diseñar para varones, la industria estadounidense dominaba el mercado. Todos impecablemente iguales, con uniforme. El síndrome Mao", recuerda.
El salto definitivo a la fama lo dio en 1980 con la película American Gigoló , de Paul Schraeder.
El protagonista, interpretado por un jovensísimo Ricard Gere, lucía un vestuario enteramente Armani. Un costoso guardarropa de un vividor de la alta sociedad, armado de trajes grises, camisas claras y centenares de corbatas.
De repente, la moda Armani salió del gueto milanés y comenzó a hacerse sentir en Europa y Estados Unidos. Dos años más tarde era ya tan famoso como para ameritar la portada de la revista Time , algo que solo había ocurrido con Christian Dior.
Lo de Armani es asunto serio. En Italia, los entendidos en la materia aseguran que su aporte a la moda es comparable con lo hecho por Picasso en la pintura. La ha emancipado, la ha revolucionado.
Su originalidad radica en haber usado tejidos tradicionalmente masculinos para vestir a una mujer unisex. Sus diseños se caracterizan por evidenciar algunos "defectos", él saca provecho de los errores, como hacer reversible el saco, cambiar la distribución de los botones y modificar radicalmente sus proporciones.
"He construido un tipo de saco relajado, informal, menos riguroso, que deja sentir el cuerpo y su sensualidad. Por esto me han definido como el primer estilista-postmoderno", explica el modista, cuyo imperio factura al año el equivalente de ¢350.000 millones, una buena razón para continuar por el mismo camino en todo lo que toca: ropa y ahora, muebles.
Sereno, el diseñador da una mirada al pasado y toma aire para lo que viene. "Estos 25 años han pasado terriblemente rápido. Creo mucho en el trabajo. No me pienso aburrir. Tengo tantas cosas por hacer...", asegura el rey del buen vestir, convertido hoy en millonario con múltiples ocupaciones y poco tiempo para descansar en alguna de sus cuatro casas en el campo o la playa, todas llenas de soledad.
De su boca
Nombre: Giorgio Armani
Edad: 66 años
Su pasión: El mar
Un deseo: Darle la vuelta al mundo y hospedarse en hoteles sin lujo.
La lectura: Un hábito que extraña.
Sus modelos: Renuncia a las top models, prefiere mostrar los trajes.
Viste mujeres: Ejecutivas, símbolo de emancipación.
Viste hombres: Menos informales y rígidos.
Su estilo: Geométrico, étnico, andrógino y preminimalista.
Viste: Siempre de azul para resaltar sus ojos y contrastar sus canas.
La elegancia: No significa hacerse notar, pero sí hacerse recordar.
La muerte: No lo aterroriza; sin embargo, teme no poder seguir lo que ha comenzado.