El martirio y la muerte por la crucifixión no fueron propios de los romanos. Aunque estos los perfeccionaron, ya eran usados siglos antes por los asirios y los persas.
Probablemente, la crucifixión fue llevada a Europa luego de las conquistas de Alejandro Magno. Por la agonía que provoca en el condenado, Cicerón la calificaba como el castigo más cruel jamás imaginado.
Inicialmente consistía en clavar o atar al condenado a un árbol o madero vertical, donde este quedaba suspendido en espera de una muerte particularmente lenta.
Los romanos oficializaron el uso de un madero transversal llamado patibulum, al cual se ataban y clavaban las manos, y ese era el madero que el condenado debía llevar en hombros, hasta el sitio del ajusticiamiento. Por tanto, probablemente, Jesucristo cargó un solo y pesado madero en su trayecto hacia el monte Gólgota, donde ya estaba listo el madero vertical ( staurós ), y finalmente fue crucificado en una cruz de dos maderos (cruz patibular) y no uno, como especulan algunos.
El emperador Constantino abolió este método de ejecución en el año 333 d. C.
Agonía. La agonía para Jesús se inicia en el monte de los Olivos, cuando ante la certeza del martirio suda sangre. Este fenómeno es conocido como hematidrosis, y ocurre en ocasiones de estrés extremo que aumenta la presión arterial hasta romper los pequeños vasos que rodean las glándulas sudoríparas. Fue descrito en soldados que combatieron durante la Primera Guerra Mundial, y refleja un sufrimiento extremo.
Luego de ser arrestado, debe caminar varios kilómetros a marchas forzadas, hasta el cuartel, a merced de las agresiones de sus captores, quienes eran reconocidos por el maltrato que infligían a los prisioneros. No se sabe si le dieron algún alimento o bebida en ese lapso, pero es poco probable.
Poncio Pilatos ordena la flagelación, que según la ley era de 39 golpes, y fue aplicada probablemente con un flagrum, consistente en al menos cinco correas de cuero, al final de las cuales se insertaban fragmentos de metal y de hueso. Este instrumento, en manos de verdugos experimentados, dejaba heridas por contusión y por arrancamiento de la piel y los tejidos más profundos, exponiendo los músculos y parte de los huesos de las costillas. Aparte del dolor y la pérdida de sangre, la suma de las heridas dejó un área expuesta similar a una extensa quemadura profunda.
La corona de espinas es el siguiente elemento que se describe, como parte de los maltratos físicos (golpes con varas) y verbales causados por los guardias pretorianos, que se extendieron por horas sin permitir descanso. El cuero cabelludo es particularmente rico en vasos sanguíneos y terminaciones nerviosas; así el sangrado y el dolor debieron ser considerables. Existen ahí algunas especies como el Poteriumspinosum o el azufaifo, dotados de espinas largas y agudas, que sin dificultad pudieron llegar hasta el hueso.
Ya, en este momento, nos encontramos ante una víctima a punto de caer colapsada por las lesiones, las pérdidas de líquidos vitales y el estrés extremo.
La carga del pesado madero, en el trayecto desde el sitio del cuartel pretoriano hasta el Gólgota (menos de un kilómetro), bajo el sol de la hora tercia (aproximadamente las 9:00 a. m.), significa un esfuerzo casi mortal para quien ha sufrido los maltratos anteriormente citados. Tras tres caídas que por supuesto le causan nuevas heridas, comisionan a Simón Cirineo para que le ayude, y no vaya a fallecer en el camino.
Primero, porque se perdería el ejemplo a la población, pero también porque si el condenado fallecía, el pretoriano a cargo podría ser crucificado en pago de su falta de cuidado.
Crucifixión. Una vez en el lugar lo despojan de las ropas y lo acuestan para clavarlo en el madero transversal. Los clavos de ese tiempo eran toscos y forjados. Contrario a las representaciones artísticas que los ubican en las palmas de la mano, el lugar anatómico que puede soportar sin desgarrarse el peso del cuerpo se ubica en los huesos de la muñeca (huesos del carpo) o inmediatamente debajo de ellos (entre el radio y la ulna).
Un clavo al penetrar en esos lugares colapsa vasos sanguíneos y nervios principales, como el nervio mediano, provocando contracturas, inflamación y dolor agudo, que aumenta en el momento en que debe soportar el peso del cuerpo.
Los pies solían ser fijados con uno o dos clavos, algunos indican que en la parte media e inferior del pie, en los espacios entre los huesos llamados metatarsianos, lo que implicaría flexionar las rodillas y ajustar la planta del pie al madero. Otra opción práctica para los verdugos era clavar atravesando el hueso del talón llamado calcáneo. Se han encontrado restos de crucificados con clavos en ese hueso. Así, el crucificado tenía mejor soporte para alzarse y respirar, lo que prolongaba días el tiempo de su martirio. Si se quería evitar esto, luego de unas horas les quebraban las piernas.
Una vez clavado y alzado en la cruz, la dificultad para respirar se añadía al cuadro del martirio. En esa posición, el peso del cuerpo y el estiramiento impiden que los músculos respiratorios, especialmente el diafragma, cumplan sus funciones para exhalar el aire.
Entonces, el condenado debe hacer estiramientos dolorosos que acaban por agotarlo más y producirle asfixia. Esto conduce a lesiones neuronales, renales y cardíacas. Sin una adecuada oxigenación y con dificultades para la circulación, los pequeños vasos sanguíneos del cuerpo colapsan y los líquidos escapan de ellos hacia los tejidos, provocando edema que al final daña la función de las células. Esto podría explicar el fenómeno de la sangre acuosa que salió del costado de Cristo al ser herido por la lanza.
Para ese momento, en menos tiempo que el que demoraba la crucifixión por sí sola, producto de la suma de las lesiones y el agotamiento de su metabolismo, es muy probable que ya hubiese fallecido.