Ahí está la actriz Angelina Jolie con todo el descaro de su belleza (no solo en sus labios), y está el actor Antonio Banderas con su mirada pizpireta y un ostensible desnudo (trasero, eso sí). Ambos -juntitos- son un paso a la tentación, allí ligados en la película Pecado original, que llega dirigida por Michael Cristofer.
Los acontecimientos se dan en la Cuba del siglo XIX, cuando Luis Vargas (Banderas) quiere casarse con una estadounidense, para darse un mejor lugar, sin pedir mucho a cambio. Él quiere hacerlo epistolarmente: carta va, carta viene, y parece que todo puede salirle bien, no importa la belleza de la chica.
Cuando llega al puerto a recibir a su futura y desconocida novia y esposa, quien dice llamarse Julia Russell (Jolie), Luis se encuentra ante una mujer que es capaz de espantarle un voto de castidad a cualquiera, por eso se enamora locamente de ella, con pasión y también con lujuria cercana al pecado (el de la fruta prohibida).
De ahí en adelante, la vida se le complicará al joven Vargas, sobre todo por poner sus jugosas cuentas bancarias en manos de su extraña mujer: lo que le sucede es peor que el castigo por el pecado original, con la pérdida del Paraíso incluida.
Sin embargo, él la sigue amando, lo que lo lleva a descubrir más asuntos misteriosos de Julia. La película se llena de idas y vueltas sobre el amor, la sensualidad y el deseo por la pasión: argucias y más argucias que alargan el argumento del filme.
Antonio Banderas, en tanto, no le da nunca fuerza expresiva a su personaje (actuación plana y superficial); Angelina Jolie se limita a ser muy impúdica, sin intensidad dramática alguna. Por ahí transita la historia de un pecado imperdonable, en una película que se basa en la novela escrita por Cornell Woolrich, novela que ya tuvo otra versión fílmica en 1969: La sirena del Mississippi, dirigida por François Truffaut (nada menos).