Las palabras le fluyen con una sonrisa pizpireta. En tanto, un camanance se muestra coloquial en su rostro. La finura de Alejandra Portillo oculta la fama de una actriz en ascenso.
El teatro, la televisión y el cine hacen de Alejandra una imagen muy conocida.
En tele, ella es Azucena, empleada doméstica un tanto metiche, querida por todos, que vino de San Carlos, como buena hija del campo, a la pensión de doña Tere (Eugenia Fuscaldo). En La Pensión, Azucena la llama doña Patrona, por lo que muchos se lo repiten a Alejandra Portillo en la calle, sobre todo en los supermercados.
Ombligo en el teatro
Alejandra se llena de memorias al hablar de su profesión. Desde que su abuelita Lidia la llevaba al viejo teatro Arlequín, al norte de Chelles, cuando ella era una niña de apenas 6 años.
Allí laboraba la abuela Lidia, por lo que Alejandra se acostumbró a ver teatro todos los fines de semana. Cuando regresaba a pie a su casa, ¡repetía los textos que había escuchado y memorizado con precocidad teatral!
Como niña inquieta, aprendió a meterse a los camerinos, a empolvarse como las actrices de esa época llegadera a los años 80, a plantarse en el escenario.
"Yo voy a ser actriz", se dijo. Muchos de los actores de entonces la chinearon.
El brazo de Jonás
Por supuesto que hubo travesuras, como romperle un brazo a un muñeco, Jonás, que Óscar Castillo iría a ocupar en escena. Nadie se percató, ni el utilero, y el chasco se lo llevó Óscar en plena actuación.
La obra del costarricense Melvin Méndez: Eva, Sol y sombra, la puso de verdad en el escenario, con el personaje de Sarita, mientras ella trajinaba su colegio en el Señoritas. El actuar le llegó como un don, sin estudiar artes dramáticas.
Luego estudió con Sara Astica, en el teatro La Comedia. Alejandra habla y habla de Sara. Para ella es la madre del teatro. Su trabajo de graduación fue un collage con textos de García Lorca.
Un mundo se le abría a una actriz que combinaba talento y belleza en el escenario, como todavía lo hace.
Con "Pablo" en escena
Quedó embarazada de su primer hijo mientras trabaja en Ardiente paciencia, con un personaje que, al igual que ella, llevaba un hijo en el vientre y se va a llamar Pablo, por el Neruda del cartero (¿recuerdan?, también al cine llegó esta obra). Por eso, su hijo se llama Pablo.
Ahí se quedó, como la hija adoptada para el escenario por Sara Astica y Marcelo Gaete, los del grupo Surco, haciendo surco al actuar. Por ese entonces, llegó a la televisión por mano de Alonso Venegas, a un programa de vida efímera por su voltaje crítico: La Zaranda. Mientras zarandeaba en tele, a dicho programa le contaban los días.
Óscar Castillo la vio en el papel de criada en la obra El marido engañado. No lo pensó mucho, siempre Óscar con su ojo de cineasta, y se la llevó a La Pensión, al personaje que ahora es suyo y muy suyo: Azucena.
Sex-apilosa y coqueta
Para Alejandra fue volcarse en un personaje que ya conocía de alguna manera: su mamá era de Cervantes, de origen campesino. Alejandra conocía la generosidad de las hijas del campo. Se la contagió a Azucena y cumplió con lo que quería Óscar Castillo: lograr una criada "sex-apilosa", coqueta y pícara sin dejar de ser ingenua.
Azucena quiere estudiar Belleza, tener su salón, de ahí su bachillerato por madurez. Su novio es de San Carlos, fortachón trabajador en una granja de huevos. Él le ofrece todo a Azucena, pero ella no quiere que le regalen nada.
Y mientras Alejandra cuida el balance de su Azucena, la rescata siempre como mujer. Ahí en la tele se siente como pez en el agua: inyecta lo que siente. Lo confiesa: "Busco rescatar la naturalidad y la verdad de lo que hago".
En pantalla grande
Un día, a Alejandra se le hizo un sueño: ser actriz de cine. Porque su pasión por el cine la trae de su padre, de quien no se cansa de hablar (su mamá murió cuando ella tenía 11 años).
Nos cuenta Alejandra que ella veía el cine como "la pantalla de los sueños". A ella le llegó con Asesinato en El Meneo. Dice: "Me produjo el gran gusto de verme". De ahí, la llamaron para trabajar en Password.
Tenía miedo de fracasar, como nunca lo había sentido. Se fue a indagar sobre la vida de las prostitutas y drogadictas. "Fui a la zona fea de San José". Le llegó la satisfacción al verse en la película y ahora se siente orgullosa hasta de ver su nombre en el afiche de la cinta. Un día fue a ver la película con Pablo, hasta pagó la entrada, y lloró cuando su hijo le dijo: "Guauu, mami, ya sos actriz de cine", y él agregó: "Estoy tan orgulloso de usted". De ahí pasó a trabajar en el complejo papel de una patóloga en el filme de Maureen Jiménez: Mujeres apasionadas, con fuerza para apoderarse de su personaje.
En negro o blanco
Alejandra trata de ser la mejor actriz donde esté, con Azucena lo hace con mucho cariño. Eso sí: le preocupa el tiempo que no puede darles a sus hijos por culpa de su trabajo. "No es fácil ser actriz, ser mujer y ser mamá", dice.
Y trata de que la fama acosadora no la embriague. Por eso nos agrega, con afinada ironía respecto a la frivolidad del medio televisual: "No me gustan las fiestas donde todos van con ropas de blanco o de negro"; ella quiere que su vida y profesión sean más útiles.
Ahora trabaja para un proyecto colectivo bajo la dirección de Melvin Méndez, en teatro. La obra se titula Mueca.
Armoniosa, como un verso alejandrino que juega con su nombre, Alejandra no solo es presencia: también es imagen para recordar.