Recientemente un reportaje del periodista Nicolás Aguilar reveló que bandas criminales en Costa Rica reclutan a adolescentes como sicarios a sueldo (La Nación, 5/2/2010).
El OIJ, consultado al respecto, confirmó dicha información y la gravedad de una tendencia, entre las mafias, de sumar a sus filas personas menores de edad para cometer asesinatos.
En Latinoamérica, este fenómeno está muy extendido y brutalmente consolidado, involucrando incluso a niños en algunos países, a quienes se les ha llamado también “niños soldados”.
El sicariato como oficio se ha manifestado desde la antiguedad aunque inicialmente se le relacionaba con la actividad política. El término ‘sicario’ históricamente ha derivado de la palabra sica, que era un tipo de puñal o daga muy pequeña y cómoda de llevar. Sin embargo, es en América Latina en donde se redefine y adquiere un rostro joven.
Fue en Colombia en los años ochenta cuando se dio el auge de los adolescentes sicarios. “Basuqueros” con edades comprendidas entre los 16 y los 23 años, se convirtieron en palabras de la revista Semana, en la manifestación por excelencia del delito en Colombia.
Con Pablo Escobar Gaviria al frente del Cartel de Medellín, una nueva generación de sicarios se dio a conocer. Jovencísimos, marginales, temerarios, letales, diestros en el manejo de armas y de motocicletas, fueron parte de la guerra narcoterrorista contra el Estado colombiano.
Aunque Colombia no es el único país de Latinoamérica que ha acusado esta realidad, es en su contexto en el que el sicariato juvenil ha alcanzado niveles execrables. Veinteañeros como José Oliver Rodríguez, alias “José Muelas”, quien por sus servicios al paramilitarismo en barrios de Soacha y Cazucá, no en vano fue llamado por la prensa “jinete de la muerte”. En el año 2002 un fiscal de la Unidad de Derechos Humanos lo acusó de 70 homicidios.
En México, el caso de Rosalío Reta Jr. es representativo. A los 13 años era ya miembro de Los Zetas, sicarios con formación militar de élite al servicio del Cartel del Golfo. Después de su arresto a la edad de 16 años, declaró con frialdad y sin reparos a la Policía: “Sé manejar armas y explosivos, fui adiestrado para ello”.
Roberto Saviano en su libro Gomorra, revela la instrumentalización que las organizaciones criminales hacen de las personas menores de edad que reclutan. Por su singular situación, son “mano de obra” ideal ya que no tienen familias que mantener, cobran menos que un adulto, carecen de horarios fijos y no es necesario pagarles un salario puntual. Además, tienen la dudosa virtud de ser desechables. En Río de Janeiro la muerte de niños y adolescentes al servicio del narcotráfico puede ocurrir de dos formas: o a manos de bandas rivales o ejecutados por sus propios jefes cuando dejan de ser útiles.
Víctimas y victimarios. El adolescente sicario es una víctima en tanto que también victimario. Representa el fracaso de todo un marco jurídico proyectado para garantizar sus derechos como persona menor de edad. Por eso sucumbe a una cultura de muerte violenta que se ceba, sobre todo en países subdesarrollados, con los más jóvenes. Pobreza, desigualdad y delincuencia son factores que potencian esta realidad siniestra.
También es el fracaso de una sociedad que privilegia la represión en vez de la prevención, afiebrada por el discurso de la inseguridad. Una legislación penal juvenil y un aparato judicial atacarán las consecuencias. Pero no prevendrán la suma de factores que hoy depositan en las manos de un niño o adolescente un arma de fuego.