El asunto es saberse la contraseña, y un buen pirata (hacker) de las redes informáticas puede llegar a ella y, así, robar una millonaria cantidad de dólares ocultos que tienen los servicios policiales de los Estados Unidos para financiar sus campañas ilegales. Por aquí gira el núcleo argumental de una película que ahora se estrena con el título de Swordfish: acceso autorizado.
El filme viene dirigido por el realizador Dominic Sena, de quien hace poco vimos 60 segundos (2000) y, antes, Kalifornia (1993). La primera es una mala cinta de acción con robos de autos incluidos; la segunda es una polémica y tensa película que se mete con las conductas de los asesinos en serie.
Ahora, con Swordfish, estamos ante un filme donde la acción es un fin en sí mismo, por lo que la seducción de la cinta está en la tensión acumulada. Se trata de una película muy al pelo con su género (acción), donde no hay un estado tal en que la materia exista sin movimiento. Por eso, se insiste en agitaciones, en frases groseras, en persecuciones, en explosiones y en balaceras ¡con malas punterías!
En ese burumbún, el contenido poco importa mientras se recurre al uso oportuno de los adelantos técnicos: es cine hecho para entretener a un público al que le gusta el envoltorio y que se satisface con poco contenido en la trama. No hay duda de que en Swordfish hay muy buenos momentos visuales y un ritmo intenso.
De lo poco del contenido, podemos rescatar su denuncia de cómo algunos evidencian actitudes enfermizas al enfrentarse al terrorismo, al hacerlo con más terrorismo. El dedo bien puesto en la llaga.
Con personajes esquemáticos, los actores cumplen con su oficio: un John Travolta más bien inexpresivo, un Hugh Jackman con articulada rudeza y una Halle Berry dispuesta a mostrar bastante de su belleza física. ¡En el nombre de la acción!