Yo me llamo Alastenia Quesada Fallas...
Así empezó nuestra conversación con esta anciana a quien todos conocen como Socorro.
Y decirle anciana, a pesar de su arrugado rostro curtido por el sol del campo, le suena a uno raro, pues esta corajuda mujer se amarra todos los días el canasto al cinto y recoge café desde que amanece hasta la una de la tarde.
Ya pasa de los 80, y lleva 30 años de llegar puntualmente a la Cafetalera San Gabriel, en La Trinidad de Aserrí, cuando el fruto está a punto de reventar, para reclamar su puesto en el cafetal.
Hace unos tres años, la familia Salazar, propietaria de la finca donde ella suda los jornales, le hizo un homenaje de despedida al considerar que ya había trabajado bastante y merecía un descanso. Pero, al año siguiente, volvió de nuevo y así lo ha seguido haciendo, y promete repetir el ritual mientras Dios le dé fuerzas.
Fuerza es precisamente lo que le sobra a Socorro, quien levanta el canasto con su delgado cuerpo ya curvado por los años y los esfuerzos, y varias veces durante la jornada lo carga de café hasta que llega a pesar unas 33 libras.
Miguel Corella, mandador de la finca, cuenta que Socorro a quién llamó con el tradicional grito del campesino para que saliera del cafetal cuando fuimos a buscarla es muy valiente y que rinde más que muchos hombres jóvenes. Coge 10 cajuelas diarias, lo que para Miguel es bastante.Ella misma dice: "le doy palo a muchos".
Aún as¥¥i, el trabajo en el campo a veces es injusto con la mujeres. Cuenta que ella tiene que emigrar cada año desde su pueblo hasta donde los Salazar, porque allá en Llano Bonito de Acosta, a las mujeres les pagan solo ¢1000 por toda una jornada, independientemente de la cantidad que cojan, mientras que a los hombres les dan ¢500 más.
Con sus patronos de casi 30 años no le ocurre lo mismo. Relata satisfecha que ahí se gana unos ¢3500 por día. "Con eso junto platita para muchos meses", manifiesta y recuerda que ese día en que estamos hablando es el mejor de la semana: el viernes pagan.
La vida de siempre
Que trabaje así, a esta edad, algo que a nosotros nos parece tan excepcional, para ella no es cosa del otro mundo. Y es que ella explica que esa ha sido siempre su vida, una vida muy dura...
Creció en los potreros de Sabanilla de Acosta correteando junto a cuatro hermanos, aunque su infancia casi no dur¥¥o. A los 14 años se casó con Abelino Quesada Hernández y al momento comenzó a tener güilas. Dió a luz veintidós, quince hombres y el resto mujeres. De esos solo uno le queda; las diarreas y otros males le arrancaron los demás. Aunque no se quedó con ganas de crear, pues a su hijo lo dejó la mujer y tuvo que hacerse cargo de sus tres nietos y, de ellos, tiene ahora ocho bisnietos.
Uno, Félix Quesada, de 12 años, la acompaña desde muy chiquillo al cafetal.
Cuando pasan las cogidas, el trabajo no se le acaba a Socorro. Cuenta que tiene una vaquita y unas cuantas gallinas con lo que logra comer. "Ya no ordeño la vaca por que me da miedo que me pateé y ya uno no se quita una patada", dice con una gracia especial.
Tiempo de la cogida
Gana alguna platita sembrando frijoles, maíz o cuidando chanchos, pero lo que realmente le gusta es meterse al cafetal. "Viera la alegría que me agarra cuando ya se acercan las cogidas", asegura mientras una de sus escasas sonrisas se le pinta en el rostro.
Los canastos y el cafetal son el centro de su existencia, y ella siente que los compañeros y sus empleadores son como su familia.
Miguel Corella, a quien solo le dicen Gelo, cuenta que Socorro se muda a la finca por tres meses, pero llega con bastante tiempo porque siempre quiere la misma casa. Ahí ella se acomoda con los nietos y bisnietos que quieran acompañarla y con la esposa de alguno de ellos.
En la casita del cafetal hace tortillas, y para prender el fogón ella misma jala la leña. Cuando todos salen no teme quedarse sola, porque si alguien se acerca sale con un buen cuchillo en la mano.
Gelo asegura que él todos los años le dice que se quede en la cocina atendiendo a la familia, pero cuando la ve está con el canasto amarrado y metida entre las matas de café. Esa es su pasión y la vive con intensidad. Recuerda que, para cuando ya se veía esta cosecha, ella estaba recién operada de los ojos y le preguntó al médico si podría coger café. Relata que el doctor, sorprendido, le preguntó cómo ella, a su edad, aún era cogedora; al final le dió permiso.
Así nos relató, mientras con sus manos curtidas de tanto desgranar matas, tomaba la taza de café durante el descanso.
Y antes de partir, un último detalle: ¿Por qué Socorro, si su nombre es Alastenia? La respuesta fue tansencilla como ella: "Porque, idiay, todo el mundo me dice así".