Se nos había quedado rezagado este comentario, a propósito del estreno de la película 27 bodas (2008), que se sostiene únicamente por el encanto histriónico de su actriz principal: Katherine Heigl.
La publicidad insiste en que este filme es de la misma guionista de El diablo se viste a la moda (2006), Aline Brosh McKenna. Es un efecto propagandístico, porque 27 bodas está muy lejos de la calidad de esa otra cinta.
Incluso, en algunos otros países han preferido traducir tal cual el título original: 27 Dresses (o sea, 27 vestidos ), ¡más gancho aún!
La trama narra la “desolada” historia de una joven llamada Jane (Katherine Heigl), quien es la eterna dama de honor y nunca la novia en las bodas. En un momento, ella debe hacer frente a su peor pesadilla cuando su hermana (Malin Akerman) se compromete con el hombre de sus sueños.
Por supuesto que a cada santo le llega su día, por lo que Jane tendrá su momento propio y colorín colorado, este cuento azucarado tendrá su final feliz.
En el transcurso del argumento solo hay más de lo mismo: chistes sosos, una puesta en imágenes apenas funcional (sin creatividad alguna), mucho blablá, poco gluglú, un diseño bastante superficial de los personajes y una atmósfera muy poco expresiva.
La película es pura agua de pozo, estancada. Ya sabemos que solo el agua fina saca la espina y que el agua pasada no mueve molinos. Por eso, este largometraje no moja, lo sentimos como lluvia distante, película fría e indiferente. Lo peor: es indiferente ante sí misma.
A 27 bodas no se le siente progresión en la intriga, ni como comedia amorosa , ni como romance alegre. Su ritmo es sostenido, con elegantes formas (tal vez), pero sin resultados convincentes. Humorísticamente es cine mohoso.
Desde ahí, igual se comportan la fotografía y la música: ambas sin aliento. La película nos da una visión anodina y opaca del amor, salvada tan solo por la presencia de la actriz principal. Por supuesto que, en ello, falta la mano con criterio autoral de parte de la directora del filme: Anne Fletcher.