¿Sabía usted que las dos obras que más se han expuesto en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) son de dos mujeres: Priscilla Monge con Adiós Lela (1994) y Emilia Villegas con El testigo (1993)? ¿Sabía que la colección de este museo, resguardado por las murallas del Centro Nacional de Cultura, comenzó con 196 obras –adquiridas bajo la dirección de Virginia Pérez Ratton– y que su patrimonio ya asciende a 1.164 en arte y diseño? ¿Sabía que el discurso que ha tejido esta institución ha sido marcado por la violencia y su cotidianidad, por el deseo, por la discusión política, por la mirada crítica a ciertas verdades que parecen incuestionables, por la experimentación, por la libertad en el uso de las técnicas, por un constante diálogo de los artistas nacionales y extranjeros?
Es muy probable que no lo sepa y no se preocupe, que para eso el MADC le cuenta su historia en la nueva exposición que inauguró este jueves 13 de junio, como parte de la celebración de su vigésimo quinto aniversario y como cierre del paso de Fiorella Resenterra en la dirección de esta entidad. Para esto, y como es de esperar en un museo de este tipo, la exhibición (A+D) *25=Ag / Historiografía MADC revisa su colección para destacar algunas de sus obras icónicas, reflexionar sobre la manera en que han construido su memoria, proponer diálogos entre el pasado y el presente y recorrer su accionar.
El recorrido incluye 62 creaciones de más de 50 artistas (de Costa Rica, del resto de Centroamérica y del mundo) distribuidas en tres salas.
Esta selección de 25 obras nos sirve para transitar la exhibición y la historia del MADC, tiempo en el cual ha mostrado su colección permanente en 25 ocasiones, ha hecho más de 240 exposiciones y ha realizado 230 publicaciones entre catálogos, brochures y revistas.
1. Adiós Lela (1994), de Priscilla Monge (Costa Rica)
Tiene 25 años y permanece tan vigente como el primer día. La artista costarricense Priscilla Monge reflexiona sobre la violencia en la vida cotidiana de una forma muy aguda. En 1996, Virginia Pérez-Ratton (1960-2010) decía en el texto de la exposición El espíritu de la colección –una de las ocho ocasiones en que se había exhibido–: “Monge realiza una pintura que destaca las artes manuales asociadas tradicionalmente a las mujeres. Su obra invierte el sentido y significado de la manifestación al usar patrones de diseño, bordado, damasco para forrar, resina y telas con diseños industriales. Esto contrasta con el tema principal de su obra: la violencia sutil en que se desenvuelve la vida cotidiana. Juega a trasladar objetos y obras de un contexto a otro trastocando así los significados”.
2. Lluvia (2012), de Walterio Iraheta (El Salvador)
¿Teme pasar debajo? Sí, no es el único. Este trabajo de Iraheta es estremecedor por todas las razones. Es una visión acerca de la violencia que se vive día a día en El Salvador. Y todo es adrede: son 260 cubiertos (cuchillos de punta redonda) resultado de esta multiplicación que hizo el artista en aquel entonces: 13 asesinatos diarios y 20 los años que habían pasado desde las firmas de los tratados de paz. “En esta pieza utilizo un elemento doméstico para decir que la violencia está a la orden del día. Cuando las personas salen a la calle, hay un sentimiento de inseguridad que pesa psicológicamente”, explicó el salvadoreño en el 2013. La representación centroamericana en la colección del MADC refleja muchas de las preocupaciones y preguntas que los artistas se han hecho a partir de la situación del istmo.
3. Aposento del deseo (2002), de Roberto Guerrero (Costa Rica)
Y hubo fuego...; las llamas consumieron la cama, la habitación, al deseante. Roberto Guerrero trabaja acerca de la pasión, el deseo y la sexualidad desde su propia experiencia. Se trata, explica Daniel Soto Morúa, curador en jefe del MADC, de un autorretrato psicológico en un espacio significativo. “(...) se representa un aspecto de la subjetividad del artista mediante el simbolismo de “estar ardiendo” en deseo”, explicaba María José Chavarría en la exposición Vergüenza ajena del 2015.
4. Arlette (1995), de Wim Delvoye (Bélgica)
Es una de las obras más valiosas de la colección; fue hecha por un artista muy contemporáneo, famoso y controvertido, conocido, en especial, por sus cerdos tatuados, por su máquina para crear mierda o por meter sus cerdos decorativos en el Museo del Louvre en París en el 2012. Acerca de Arlette, Pérez-Ratton decía en la exhibición El espíritu de una colección en 1996: “Graba sobre la superficie un tatuaje –expresión vinculada históricamente a los criminales, marineros y marginados en occidente– destruyendo de este modo las jerarquías al unir conceptos diferentes de arte: lo que es considerado tradicional con la vanguardia, lo elevado con lo bajo y lo artístico con lo ornamental. Realiza hermosos tatuajes con nombres de mujeres para expresar un sentimiento y a la vez entra a cuestionar lo artístico”. Esta obra muestra el interés del MADC por coleccionar arte internacional.
5. Natalia (2010-2011), de la serie Vanguardia Popular, de María Montero y Jose Díaz (Costa Rica)
Para Fiorella Resenterra, directora del MADC, y Soto Morúa, curador, Natalia y Arlette “dialogan” gracias a su relación entre el estampado del vestido y el del tatuaje, lo cual evidencia que la colección permite articular discursos entre sus inicios y la actualidad, entre Costa Rica y otros países. Esta es una fotografía que forma parte de un proyecto documental. En el 2012, María Montero contó: “Vanguardia Popular es una maniobra estética de organización popular en los alrededores del Mercado Central y el Mercado Borbón. Estos retratos sin rostro fueron concebidos como un ejercicio de traducción y de acumulación: es el tránsito de la palabra pueblo a la imagen y también la suma sin fin de modelos originales”.
6. La cámara (2017), de Andy Retana (Costa Rica)
Casi todo hemos matado alguna vez algún bicho, una hormiga, una cucaracha, una mosca, sin mayor reflexión acerca del acto. Este video de Retana, que está intervenido con imágenes de series y películas, nos para en seco y nos pone a pensar acerca de a qué seres decidimos aniquilar y por qué. Yendo más allá, se convierte en una metáfora, explica el curador en jefe del MADC, acerca de la exclusión social de las minorías o de las poblaciones marginadas.
7. Historias paralelas (1995), de Luis González Palma (Guatemala)
Mientras Centroamérica estaba en guerra y luego de conseguir la paz, el arte de la región era sumamente político y de denuncia. En esta obra de González Palma, vemos cinco camisas de personas inocentes baleadas y las proyecciones en la pared; son metáforas poéticas y dramáticas de la muerte. Al respecto, escribía Pérez-Ratton en 1996: “Vistas como reliquias, las cinco camisas hablan de la ausencia y permiten hacer una reflexión sobre los niveles de violencia, en un contexto enclavado dentro de la realidad histórica presente en toda Latinoamérica”.
8. Zapato (1998-2001), de Patricia Belli (Nicaragua)
No es un objeto funcional, pero sí dice mucho sobre esta sociedad y sus espinosas lecturas. Es poesía visual y de la dolorosa; ofrece un enorme abanico de lecturas. Cuando se usó en el 2009, el catálogo de la exposición MADC 94/09: Diálogos y correspondencias decía: “Esta obra de apariencia simple abre ricas posibilidades interpretativas, que avanzan desde el comentario cínico sobre los estereotipos femeninos, hasta una figura metafórica del dolor autoinfligido”.
9. Inversión histórica (2009), de Sila Chanto (Costa Rica)
Sila Chanto (1969-2015) era un artista incisiva, que sabía poner el dedo en la llaga y los puntos sobre la íes. Inversión histórica participó en la Bienal de Cuenca en el 2009, producida por el MADC, y luego fue a la Bienal de Venecia. Usa las propias placas conmemorativas en monumentos para relativizar su solemnidad al ponerlas al revés e imprimirlas sobre tela y espuma. La relación entre la construcción histórica y la visualidad, la memoria y el olvido, así como las narraciones que se hacen sobre ciertas personas y hechos históricos son temáticas que se abordan en este trabajo.
10. Transustanciación (2001), de Raúl Quintanilla (Nicaragua)
El artista, editor, promotor e intelectual Raúl Quintanilla Armijo es una voz muy crítica de su país y de toda Centroamérica, una de esas voces que hay que oír con atención. Este trabajo no solo es representativo de la colección del MADC, sino del quehacer de Quintanilla, de su forma de trabajo y de su manera de dar un mensaje por medio de elementos ensamblados; en este caso, apunta hacia cómo se han construido nuestro países, explica Soto Morúa. “(...) forma parte del proyecto NicaraWHAT, iniciado por Quintanilla en la década de los 80 como un intento de reconstruir la imagen de Nicaragua, país que desde la perspectiva del artista, no termina de reconocerse plenamente”, escribió Rosina Cazali en el texto de El día que nos hicimos contemporáneos (2014). La obra está ubicada estratégicamente en la exposición para posibilitar un diálogo entre artistas centroamericanos.
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11. Zompopas (2010), de Andrés Cañas (Costa Rica)
Aunque el arte contemporáneo ha dominado el discurso de este museo, el diseño también ha sido importante en su historia y ha tomado preponderancia en los últimos años debido a la trascendencia de las industrias creativas y la decisión consciente del MADC de promover y renovar el diseño nacional; esto queda en evidencia en la colección y en esta muestra de aniversario. Estos banquitos del arquitecto Andrés Cañas son atractivos ejemplares de diseño responsable.
12. Chonete, machete y botas (Costa Rica)
Estos son símbolos del diseño vernáculo de Costa Rica. Por ejemplo, explicó Soto Morúa, el machete vino de España a América como un arma, complementaria al fusil, y fue en nuestras tierras que se convirtió en un instrumento de trabajo, que se usaba para abrir el bosque, podar cañales y cafetales y ahora para limpiar terrenos. El chonete es una versión más sencilla y humilde de los sombreros de finos materiales que usaban las clases adineradas en el siglo XIX. “Antes se usaba sobre todo para ir a trabajar al campo, aunque en la actualidad la gente lo utiliza también para ir a la playa y como referente de la identidad costarricense en actividades institucionales y patrióticas: ferias, fiestas y celebraciones”, agregan en la exposición.
13. Just say no y Obelisk WDC, de la Serie Blanca (2009-2010), de José Alberto Hernández (Costa Rica)
Desde el diseño, Hernández hace una relectura de las fotos que hace la Policía con un carácter documental o de prueba. Las balas cercan un cuerpo ausente y un casquillo de resina conserva su potencial poder para destruir. Las artes gráficas pueden comunicar y cuestionar tanto como otras técnicas.
14. Korean landscape (2015-2016), de Chan Jae Lee (Corea del Sur)
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Esta ilustración de Chan Jae Lee recoge una hermosa historia de amor filial que usa como plataforma una red social: el abuelo que dibuja para sus nietos que están lejos y publica sus obras una vez al día en Instagram. Además, se trata de la primera obra viral y generada en una red social que adquirió el MADC para su colección. En el 2016, el MADC expuso por primera vez en el mundo Drawings for my grandchildren, 81 obras impresas de Chan Jae Lee, como parte del Festival Internacional de Diseño (FID 6). Este es no solo un proyecto de diseño, sino también de comunicación visual del siglo XXI, aseguran en su texto los curadores Soto Morúa y Marga Sequeira Cabrera.
15. La larga Marcha 111, FANAL (1998), de Moisés Barrios (Guatemala)
Sí, una de las obras emblemáticas del MADC. Esta es una portada de la revista FANAL, que hizo el MADC de forma trimestral entre 1994 y 1998. FANAL es una de las series más conocidas de Moisés Barrios, en que usa los bananos para reflexionar acerca de las llamadas Banana Republic, la historia de las bananeras en la región, los movimientos sociales y las políticas alrededor de este cultivo. Estas obras de artistas centroamericanos también muestran otra característica del MADC: deja huella en la historia del arte costarricense y legitima las propuestas visuales de la región.
16. Vía Láctea (2015), de Léster Rodríguez (Honduras)
La crítica acerca de la explotación y la economía basada en la exportación de materias primas en Centroamérica y el Caribe continúa y se vuelve más evidente. Este mapa formado por tetillas –sí, de esas que se usan en los chupones– habla de cómo se les succionan las riquezas a estos territorios. “Vía Láctea retoma las relaciones que históricamente han definido estos países como economía de enclave”, dijo en el 2015 María José Chavarría en la exhibición Territorio infinito.
17. Hogar (2005), de Karla Solano (Costa Rica)
Dolor, preguntas, pérdidas, agresión, violencia, apariencias, reflexión... Con enorme efectividad, Karla Solano usa un juego de niños, en que se abre y cose la piel de la palma de la mano, para plantear una metáfora acerca del hogar, lo que allí se construye, se pierde, se oculta y se muestra. Pasar de la diversión a la herida, de “lo inocente” a la agresión. Este videoperformance participó en la Bienarte del 2005.
18. Modelo ferial (2013), de Adrián Flores y José Pablo Ureña (Costa Rica)
Es una hermosa combinación entre escultura y grabado. Esta obra recupera la ubicación espacial y las imágenes de las frutas y verduras que integran una tradicional feria del agricultor. Cada tramo se convierte en un pequeño ícono grabado en yeso. Lo vernáculo hecho arte contemporáneo.
19. Detalle del portal de doña Antonia (1998), de Victoria Cabezas
Realizado por medio de la técnica de plateado selectivo, en este portal, las figuras quedan flotando. La gran artista Victoria Cabezas rescata una popular tradición ligada a una religión en un espacio cargado de significación. Las diferentes imágenes exponen elementos simbólicos, cruces de relaciones culturales, económicas y sociales, y su fuerte presencia en lo cotidiano.
20. El reino de este mundo (1993), de Manuel Zumbado (Costa Rica)
En sus primeros años, el MADC coleccionó bastantes pinturas, según se muestra en esta exposición; un reflejo de aquellos años 90. Sangre, violencia y muerte en una pintura que es como una escena cinematográfica que se sigue repitiendo hasta nuestros días. “Zumbado redefine El reino de este mundo como una secuencia cinematográfica de una síntesis estremecedora: el rojo de la sangre, el negro de la muerte, el ser humano como fragmento desgarrado y la fiera que lo acosa como símbolo del hambre, la guerra, las enfermedades y la condición de miseria de tantas poblaciones”, escribió entonces Pérez-Ratton.
21. Aria (2001), de Brooke Alfaro (Panamá)
Este video de tres minutos y 20 segundos ganó la primera edición del concurso centroamericano de videocreación Inquieta Imagen (2002). No se lo pueden perder: aunque el título nos remite a la ópera y a esas partes que interpreta un solo cantante, aquí estamos frente a una mujer alejada de cualquier divismo, con una voz disonante, cuyo escenario es un edificio ruinoso y acompañada por los sonidos de una inédita orquesta: niños con vasos y pajillas de McDonald’s. “Esta obra es un retrato incisivo de la pobreza y polaridad social en Panamá”, contó Soto Morúa en el 2017.
22. Imagen y semejanza (2015), de Stephanie Williams (Costa Rica)
Este trabajo de Stephanie Williams está compuesta de un libro y de un audio y resultó la triunfadora del octavo concurso centroamericano de videocreación y medios digitales Inquieta Imagen, en el 2015. El libro se basa en los catecismos que se utilizaron para la evangelización durante el periodo colonial. Este material fue reinterpretado por la artista con el fin de ofrecer una lectura actual sobre el poder y la representación.
23. Noche de fiesta (1989), de Roberto Lizano (Costa Rica)
El museo ha favorecido discursos en que se cuestiona al propio objeto artístico. Esta obra, que participó en la Tercera Bienal de La Habana (Cuba) en 1989, pone en entredicho el discurso oficial para representar la figura humana y quiebra cualquier posibilidad de sacralización al estar construida con cartón.
24. Silencio espinoso (1997), de Pedro Arrieta (Costa Rica)
Pedro Arrieta se atrevió a polemizar en varias ocasiones y trabajos sobre la identidad nacional. Qué creemos que somos y por qué lo creemos son preguntas que siguen siendo válidas al observar esta pieza. Sin duda, él creó un mapa alternativo para discutirnos como país “verde”
25. Sé tú mismo (2017), de Sara Mata (Costa Rica)
Para los curadores de la exposición, Daniel Soto Morúa y Marga Sequeira Cabrera, el MADC ha construido su memoria mediante múltiples visiones, siempre centroamericanas, siempre diversas, siempre contemporáneas. Y ese carácter lo conserva con obras recientes que se han incorporado a la colección de la institución. El humor, lo kitsch y los objetos inanimados sirven en este trabajo de Sara Mata para cuestionar la idea de lo real, jugar con la percepción y cargar con otros significados lo cotidiano. ¿Es natural o artificial? Las preguntas son provocadoras.