
Durante más de veinte años, la artista visual y arte educadora nicaragüense Patricia Belli formó, guio y acompañó a generaciones de artistas centroamericanxs a través del proyecto de educación artística EspIRA / La ESPORA. El impacto que ha tenido Belli sobre la producción artística y los afectos de una gama amplia y extensa de artistas y curadores de la región no sería el mismo sin su sensibilidad, visión y comprensión de las necesidades, particularidades y fortalezas del ser centroamericanx. En palabras de Belli: “Ser centroamericana es un entrenamiento para la resiliencia: pobreza, desastres naturales, y sistemas sociales frágiles y desiguales”. La lucidez y empatía con las cuales la artista comprende el territorio al que pertenece han resultado en un cuerpo de trabajo artístico, de la mano de proyectos educativos, en los que la concientización de los mecanismos de poder y la reparación son esenciales.
Utilizando el diálogo crítico y la retroalimentación grupal como métodos de (re)aprendizaje, EspIRA / La ESPORA se estableció como una escuela para la vida, propagándose como una espora por distintos países de la región. Esta escuela informal ofreció una alternativa que redefinió y reformó los modelos de enseñanza en el arte, alejándose de la norma centroamericana de una educación rígida, patriarcal y vertical, que no estimula la imaginación o la agencia de pensamiento crítico de sus estudiantes.

Pocas personas en Centroamérica tienen una trayectoria tan extensa y humana como la de Belli. Por lo que el reconocimiento recibido el pasado 29 de octubre, como ganadora del Premio Velázquez 2025 de Artes Plásticas, es justo y merecido para quien, con rigor y compromiso, ha utilizado el arte y la educación como herramientas de reparación y transformación social. A su vez, este premio es un reconocimiento de la riqueza y lo ejemplar que brota de una región pocas veces considerada.

En honor a esta distinción, comparto un breve diálogo con Belli sobre el pasado, el presente y lo que este premio —100,000 euros y una exposición en el Museo Reina Sofía— significa para el futuro.
― Cuando acompañé el montaje de El Circo para Habitar el diálogo: pedagogías artísticas en Centroamérica (EspIRA/Rapaces 2007 al 2019), en La Nueva Fábrica (Antigua, Guatemala), con vos vía Zoom, fue una revelación la complejidad y preciosidad de esta instalación. Esta obra del 2001, que reconstruiste en Alemania en 2024, presenta doce muñecos que se balancean, sostienen y suspenden unos de otros por cuerdas, pesos, ganchos y poleas. En el contexto que se presentaba– una muestra en honor a tu labor pedagógica– me pareció muy poético que esta obra abarcara cómo estamos inevitablemente conectados y sujetos a diversas fuerzas– buenas y malas– que de alguna u otra forma nos controlan y determinan, revelando que la libertad o la autonomía son una ilusión.
Para mí esta instalación es un reflejo de lo que hilaste y construiste por años a través de EspIRA/LaEspora: una familia extendida y diversa. Por medio de RAPACES (Residencia artística para artistas centroamericanos emergentes), brindaste una experiencia de educación colectiva que les permitió a lxs artistas reconocerse como individuos sujetos entre sí por un territorio común. Más allá de definirse como salvadoreños, chapines, hondureños, nicas o ticos, lxs cuerpos que atravesaron este programa formativo entendieron que son una espora más de un conglomerado de países con heridas, cicatrices y conflictos bastante similares, haciéndoles pensarse e identificarse por primera vez como centroamericanxs.
¿Cómo sentís que tu trabajo como artista, al igual que como arte educadora, refleja, habla o responde a la vivencia centroamericana?
― Quizás podamos definir mejor mi trabajo como un reflejo de mi vivencia personal y desde ahí hablar a la condición centroamericana. Me parece importante resaltar que no tengo una agenda geográfica, sino un interés humano situado. Mi vida, mi cuerpo y mi historia encarnan los ejes de mi obra: la otredad, la discriminación de género, la diferencia de clases; la cultura de la escasez; la ansiedad materna; la inestabilidad, el desequilibrio, los duelos, la empatía y la solidaridad. Ese es mi mundo y de ahí parten mis obras.
Como educadora, mi práctica parte de esas mismas circunstancias, aunadas a las circunstancias de mis estudiantes —también centroamericanos—. Uso la metodología de la clínica grupal, tropicalizada por nuestra idiosincrasia: el humor, la franqueza y una saludable dosis de inseguridad. No son clínicas enfocadas a la búsqueda de un marco conceptual, aunque también, pero sobre todo se enfocan en la experiencia sensible del grupo ante la obra. Insisto mucho en la experiencia personal como catalizador de la creación y de la crítica, de ahí que las propuestas que surgen de los talleres también sean situadas.

― En una de tus entrevistas junto a Miguel López, específicamente en la publicación “Patricia Belli: equilibrio y colapso”, abarcás esto que mencionaste recién. Ahí resaltás: “... revisamos constantemente la experiencia personal, identificándola para articular nuestras perspectivas y retroalimentar los procesos, visibilizar lo oculto y lo soslayado, gozarnos mutuamente en nuestra humanidad, nuestro sentido del humor y nuestras perversiones.”
Tomando esto que señalás de la “experiencia personal como catalizadora de la creación”, ¿cómo influyó– con el pasar del tiempo– o transformó tu práctica visual tu experiencia personal como educadora?
― Mi pedagogía está construida por mi visión del arte, que reúne sublimación, concientización y agencia. Para acercarnos al proceso necesitamos espacios de mucha intimidad donde podamos exponer y exponernos. Hablamos de ideas, duelos, vergüenzas, rencores y anhelos y cuestionamos las soluciones formales de las problemáticas de cada quien. Eso nos conecta a un nivel profundo. Mi trabajo en el taller ha sido informado por esas vivencias y por las sensibilidades que las comunican… de ahí que se llenó de otras voces íntimas; el epicentro se movió de lo autorreferencial a lo compartido.

― De las características más bellas del proyecto que lideraste durante veinte años, sobresalen su carácter colectivo, su método horizontal y una vena crítica que atravesó a quienes tuvieron el privilegio de ser tus estudiantes, colegas o colaboradores. Entre más investigo o comparto con personas vinculadas a EspIRA/LaESPORA, no me deja de sorprender el impacto y el eco que le acompañan, a casi seis años de su pausa indefinida.
En la dirección del proyecto, al igual que en tu obra, destaca la capacidad de transmutar; en ambos has logrado trabajar con lo que se tiene, reconocer la belleza oculta o la que muchos no ven, encontrar valor en lo descartado, potenciar el error y trabajar sobre el dolor para sanarlo. Hacer uso de lo desechado, valorar lo dañado y sobrepasar la adversidad son algunos de tus superpoderes; atributos que te han permitido ser una espiral de reparación para un territorio fragmentado.
¿Cómo percibís “lo compartido” y “lo precario” en Centroamérica?
― Percibo lo precario como una consecuencia de la injusticia, no como una virtud en si mismo; pero entiendo que a nivel simbólico relacionamos lo precario con lo humilde, lo verdadero, lo íntimo y el momento presente. De hecho, lo precario genera empatía y eso lo relaciona con la experiencia colectiva.
Diría que hay una relación vinculante entre un contexto precario y unas relaciones humanas en las que compartir es vital para sobrevivir. Dependemos unos de otros, necesitamos de la comunidad para hacerle frente a la necesidad. Uno escoge asumir la precariedad como forma de resistencia ante el mismo sistema que la genera y eso es un gesto político. Si bien no considero lo precario como una virtud, sus consecuencias pueden serlo, como la empatía y la creatividad: la necesidad que es la madre del ingenio. La carencia se convierte en método. La reparación sostiene. Todo eso se opone a la lógica del consumo y la espectacularidad y eso es una virtud.

Por otro lado, quiero mencionar que lo compartido también puede ser una forma de complicidad que reproduce modos de dominación, sobre todo en un contexto de precariedad sin suficiente acceso al pensamiento contemporáneo y las reflexiones acerca de los supuestos culturales; por ejemplo, compartir actitudes sexistas o clasistas y sesgos cognitivos en general nos impide identificarlos. En mi trabajo abordo esas dinámicas de complicidad cuando es el público quien echa a andar una pieza, generando un acto de violencia: ese gesto señala la llaga de la responsabilidad compartida. Hacer conciencia de nuestro papel individual en el sistema es una parte muy importante de compartir.

― En 1999, ganaste el 1er premio en la Bienal de Pintura Nicaragüense. Esta premiación fue cuestionada y rechazada por el medio artístico, incluyendo a los adolescentes estudiantes de arte. En algunas conversaciones, me has compartido que recordás esto como un episodio de violencia, dolor y frustración. Este rechazo puso en evidencia el machismo y la rigidez del medio en general y de la educación artística, en particular, y se convirtió en tu motivo principal para pensar en crear plataformas de enseñanza alternas.
Tomando esto en consideración, el Premio Velázquez 2025 de Artes Plásticas viene a ser justicia poética. ¿Cómo recibís este reconocimiento?
― Es un regalo, una honra muy grande e inesperada. Lo recibo con la alegría de que a través de mí se hace justicia no solo a mí, sino a una región que ha sido ignorada. Justicia a la terquedad de hacer arte en un contexto tan inestable. Esa es la justicia poética: que las artistas viejas nos sintamos reivindicadas. Que les jóvenes artistas tengan pruebas para creer en el arte como proyecto de vida. Que la región constate que no somos invisibles.
