El rock no es solamente un género musical más. En la construcción de la identidad de los jóvenes de las décadas de 1960 y 1970 jugó un papel determinante, afirma Silvia Citro, en un estudio sobre un grupo de rock argentino. Más que un tipo de música, el rock fue un movimiento transnacional de contenido transgresor ante los valores socialmente aceptados. Esta música sirvió para aglutinar otro tipo de consignas y reivindicaciones que, en algunos casos, enfrentaron a la juventud con el sistema político e ideológico dominante.
En esas décadas se vivía en un mundo convulso, en el que los revolucionarios latinoamericanos coexistían con los hippies, las comunas de California y los soldados de Vietnam. Tal es el escenario de Neblina púrpura (2017), de Vernor Muñoz, cuyos protagonistas constituyen un grupo claramente identificado por sus experiencias generacionales y, sobre todo, por la afición y la práctica del rock.
Características comunes
La música, además, les sirve para crear un lazo de unión con la comunidad internacional de los roqueros, como se evidencia al mencionar numerosos grupos y el repertorio que interpretaban.
A la vez, el rock los separa de las generaciones anteriores y de otros conjuntos sociales; así la banda antagoniza con los vecinos del barrio donde ensayan, quienes prefieren otro tipo de música en español.
Tal diferencia de gustos musicales los conduce, incluso, a enfrentamientos violentos, como ocurre durante una presentación en la que deben pelear con unos parroquianos y uno de aquellos resulta herido por el golpe del distorsionador de la guitarra, lo cual hace que pierda un ojo.
Los distintos gustos también hacen que un integrante de la banda oculte, por un tiempo, su trabajo en una orquesta de música tropical y que otro no hable de sus estudios de música académica.
La música, cuyo lenguaje no todos conocen, constituye una especie de código al que muchos no tienen acceso; es un lenguaje reservado para creadores e intérpretes. Se asemeja a la forma especial de comunicación que utiliza uno de los personajes y que solo algunos logran comprender, parcial o totalmente –como Elsa–. Precisamente es Elsa quien necesita salir del país en busca de las razones de su existencia y, finalmente, resuelve las interrogantes acerca de los otros personajes.
Otro elemento une a los jóvenes músicos, y a la vez los separa del resto: el uso de algunas drogas –marihuana, hongos alucinógenos y LSD–; para ellos son un camino hacia un estado anímico personal y compartido, y les sirve para cambiar la percepción de la realidad, lo cual permite una comunión inefable y pacífica con el entorno. Eso es lo que experimentan Mario y Elsa al consumir hongos alucinógenos, experiencia que, al igual que la musical, no solo es incomprendida por las generaciones anteriores, sino que también es reprimida violentamente por la acción policial.
Triunfos, vacíos y secciones
Pese a su cohesión interna, la banda de rock carece de un nombre que la identifique; al inicio esto se suma a otra importante carencia que deben remediar para poder completar el conjunto.
Además de esto, el grupo debe atravesar muchas pruebas, por ejemplo, los conciertos frustrados tanto por agresiones del público como por la irrupción de la Policía.
El último intento, sin embargo, tiene lugar en Puntarenas: el momento del triunfo, al calor de la emoción, los efectos especiales y la música, se narra como una experiencia mística, inefable: “fue como rociar diesel en una caldera (…) hasta que una nube de sudor se condensó sobre las butacas y los reflectores la devolvieron en llovizna escarlata!” (73); “el halo añil que dibujó un rayo y lo demás fue magia y pólvora” (74).
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Después de alcanzar esta cúspide, que incluye la grabación de un disco antológico, el grupo sufre pérdidas irreparables, con lo cual se suspende su desarrollo e historia. Esto sucede al final de la primera de las dos secciones de la novela; de modo que, en ese momento, se crea un vacío temporal, pues la siguiente sección reinicia varias décadas después.
Dos voces se encargan de narrar ambas historias, en dos secciones, separadas por cuatro décadas, en los años de 1970 y en nuestros días. Cada parte tiene su protagonista, ellos fueron una pareja de enamorados en su juventud.
El regreso de Elsa
En la segunda parte, Elsa narra su regreso a Costa Rica, después de una larga ausencia. Ella ha vivido con el vacío que le produjo ausentarse entre la época de la ilusión juvenil y el posterior desencanto. Con el regreso al país, la mujer trata de encontrar las razones de su propia tragedia y conocer esos años desconocidos en la vida de sus viejos amigos. En su búsqueda, descubre los hechos que no vivió y también que cada uno ocultaba algo a los demás.
En un mundo tan cercano a todos −incluidos sus lectores– todavía se esconden hechos desconocidos, algunos no tan inocentes; así, conforme los va reencontrando, sus viejos amigos se descubren. Mario le cuenta a Elsa que el actual portero del edificio, es el Cholo de las cabras, quien antes escondía a la hija en un cuarto oscuro del patio de la casa y una vez lo secuestró junto con la niña. Elsa, quien también había ocultado a Mario la existencia del hijo de ambos, sabe que su antigua amiga, Eugenia, tuvo una hija con el dueño del bar del barrio.
Mientras busca las claves de lo sucedido con el grupo y sus amigos, relata su propia historia. Es un proceso de recuperación de lo abandonado mediante el cual va hallando parte de los recuerdos de esa época, como unas cajas que guardan fotografías, memorias y algunos discos, entre los cuales, está una antología de música rock de grupos nacionales, en la que pervive la única grabación del grupo de su viejo amigo Mario. En su desplazamiento por la ciudad, encuentra la casa familiar convertida en una tienda de ropa usada; cuando la recorre, les va superponiendo a los espacios actuales la distribución de las habitaciones de la casa en sus recuerdos.
Sin embargo, su regreso al país y su búsqueda esconden un propósito más personal: hallar a Mario, su viejo amor, a quien vuelve a ver, pero es muy distinto al chico con quien había compartido ilusiones juveniles. El encuentro le permite a Elsa cerrar el duelo que la ha acompañado tantos años.
Una vez que ha visto a todos, Elsa hará una última visita a la abuela de Mario, Aleluya Zárate. Esta mujer, que había aparecido en Cómo ríe la luna, del mismo autor, sorprende a Elsa por su longevidad y sabiduría. La anciana la conforta y, al final, la invita a caminar por el jardín antes de que anochezca.
Ahí concluye el ciclo, que empezó en una sucia cantina de un pobre barrio cerca del río Torres: aunque tuvieron que tocar en un antro hediondo alumbrado por cuatro luces amarillentas, eso era parte del sueño del grupo de rock que, de la misma forma que el ideal revolucionario de Elsa, no triunfaron. Sin embargo, el fin de la utopía no impide que ese tiempo, el de la juventud, permanezca en el recuerdo de cada uno. Como el disco que conservó Elsa de La chuleta gris, el jardín de Ale, su pequeño paraíso. Como Neblina púrpura.
Sobre el libro
Neblina púrpura es la segunda novela del escritor Vernor Muñoz; la primera fue Cómo ríe la luna (2015). El autor, quien también ha escrito poesía, había ganado el Premio Aquileo Echeverría en Cuento 2005.
La novela está en dos épocas: la de la ilusión juvenil y la del desencanto, cada una con su protagonista.
Muchos amigos los acompañan en sus peripecias juveniles en San José y Puntarenas, en el barrio Pitahaya y alrededores. Además de referencias a grupos como Led Zeppelin y Crosby y Stills and Nash, se incluyen lugares conocidos de la época, sobre todo en el ambiente roquero; por ejemplo, se detallan espacios donde tocaban los grupos, como los cines Center City, Caribe y Zapote, el Teatro Tabasch, las discotecas El Sapo Triste y La Cueva, el balneario Los Juncales. También se recuerdan personajes del medio musical como Benjamín Gutiérrez, Álvaro Sanabria y Raúl Saavedra, y lugares de la vida nocturna josefina (Chelles y La Perla) y de la vida universitaria (La Mazorca).
Este libro fue publicado en el 2017 por Uruk Editores.