La Exposición Universal de París de 1889 fue el gran acontecimiento de la época. Se celebró para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa, pero también para sacar a Francia de una grave recesión económica. A pesar del boicot de las monarquías europeas, reacias a celebrar la defenestración de uno de los suyos, casi 50 países exhibieron, en espléndidos pabellones, artefactos y espectáculos que maravillaron a más de 60.000 visitantes.
Ansioso de emular aquel gran suceso, guardadas las proporciones, el presidente de Guatemala, general José María Reina Barrios, decidió efectuar una Exposición Centroamericana en su país en 1897. Cualquiera pensaría que, además, le habrían llegado noticias de que Costa Rica estaba por inaugurar ese año su hermoso Teatro Nacional…
En aquellas exhibiciones, el arte acompañaba a las muestras científicas e industriales. Para escoger las obras que irían a Guatemala, los artistas costarricenses presentaron sus trabajos en el Edificio Metálico. Entre quienes acudieron a la convocatoria estaba el joven pintor Enrique Echandi (1866 – 1959), que se había formado hacía pocos años en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Múnich (Alemania). Una de las pinturas que presentó al concurso era un amplio lienzo al que tituló La quema del Mesón (1896).
Hasta entonces, la única imagen de Juan Santamaría que tenía el público costarricense era la de la estatua que se había encargado en Francia para el monumento que se encuentra en Alajuela, inaugurado precisamente en 1889, el año de la Exposición Universal. En ella, el humilde “Erizo” se nos presenta como un joven combatiente en pose heroica, de rasgos africanos y uniforme francés. La figura mereció el aplauso nacional.
Un soldado diferente
Para asombro de todos, la imagen del soldado que presentó Echandi no se parecía en absoluto a la de Alajuela. Mostró a un hombre moreno y de abundante pelo rizado, pero de rasgos caucásicos y grueso bigote, que aparenta tener más edad que la del tamborcillo. En vez de uniforme francés lleva una camisa floja y raída, y un tosco pantalón. Herido en el pecho, sus rodillas se doblan mientras extiende la tea encendida hacia el techo del Mesón. La expresión de su rostro es de desfallecimiento y dolor.
La escena carece de toda elegancia heroica. En el empedrado yacen un oficial y dos soldados muertos. Los muros del Mesón están descascarados y sucios. Esa imagen de ruina y desolación, con un héroe derrengado y agónico, era lo que menos esperaban ver los ilustrados de entonces. El director del periódico La República, Juan V. Quirós, escribió el 23 de enero de 1897:
“… Solo habremos de denunciar, como merecedor de las llamas, un cuadro diz que representa al inmortal Juan Santamaría”.
El rechazo al cuadro de Echandi fue prácticamente unánime y representó para él un fuerte golpe en el inicio de su carrera. Como escribió Roberto Brenes Mesén en El Fígaro, el 27 de noviembre de 1900: “… del primer salto no alcanzó los brazos del éxito, se ha dudado de sus fuerzas”.
No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que Echandi se resarciera e impusiera su talento. En la propia exposición de Guatemala presentó seis cuadros y ganó una medalla de bronce, y en años posteriores ganó otros premios nacionales e internacionales.
En su extensa carrera se consolidó como el gran retratista de los círculos ilustrados del país. Sus retratos de parientes y amigos, en particular, son de lo mejor que se ha pintado en Costa Rica.
Un acto de rebeldía
¿Qué indujo al joven pintor a presentar aquel lienzo sorprendente ante la audiencia, provinciana y pacata, del San José de fin del siglo XIX? Sin duda fue un acto de rebeldía, quizá incluso de protesta contra la imagen importada del héroe nacional. Nadie sabe cómo era exactamente Juan Santamaría, salvo que era joven y mulato. Sin embargo, el soldado que pinta Enrique Echandi tampoco parece serlo. ¿Entonces?
Las crónicas y los partes de guerra coinciden en que hubo tres intentos de incendiar el Mesón de Emanuel Guerra. El primero fue de Luis Pacheco Bertora, que resultó gravemente herido; el segundo fue del nicaragüense Joaquín Rosales, que recogió la antorcha de Pacheco, pero murió en el intento de incendiar la estructura. El tercero fue el de Juan Santamaría.
Echandi nunca afirmó que su obra representara a Juan Santamaría quemando el mesón, sino que se limitó a titularla La quema del Mesón. ¿Será entonces que decidió representar al primero de los valientes y no al soldado Juan?
El otro posible protagonista
La acción de Pacheco Bertora era de sobra conocida cuando Echandi pintó el cuadro. En la información ad-perpetuam levantada en 1891 para recoger testimonios sobre el heroísmo de Juan Santamaría, José María Bonilla manifiesta que, antes de Santamaría, Pacheco Bertora había prendido fuego al mesón.
En las dos fotografías que se conserva de Luis Pacheco Bertora se ve un claro parecido con la figura que aparece en la obra: un hombre criollo, de marcadas cuencas oculares, con ojos grandes y poblado bigote. Echandi bien pudo haberlo conocido y escuchar su relato de primera mano, pues Pacheco vivió en Cartago hasta abril de 1897, un año después de la conclusión de la pintura y seis desde el regreso de Echandi al país.
El heroico Pacheco Bertora también cargaba su historia. La Campaña Nacional parece haberlo salvado de cumplir una condena por estupro. Más tarde, se le menciona entre los soldados que acompañaron a Sotero Rodríguez a engañar a Juanito Mora para detenerlo durante el golpe. En la Asamblea Legislativa permanece abierto el Proyecto 20270, del 2017, que propuso declararlo como Héroe Nacional.
No parece existir ningún documento en el que Echandi reivindique a esta figura, pero tampoco ninguno en que la descarte o en el que diga que el representado era Juan Santamaría.
La tesis del acto de rebeldía se nutre también del estilo del cuadro. Convencionalmente, se espera que la pintura histórica tenga cierta elegancia marcial, más aún cuando se trata de la gesta de un héroe. Esos rasgos están ausentes de esta pintura, que muestra más bien la crudeza de una escena de guerra.
Incluso en la Europa en que estudió Echandi no era común esa visión de los actos bélicos. Eugène Delacroix había sido duramente criticado por su Masacre de Kíos (1824) y Francisco de Goya seguía siendo en gran medida desconocido o marginal fuera de España. Los pintores influyentes en Múnich en los años de formación de Echandi, como Franz von Lenbach y Nikolaos Gyzis, se atenían a los cánones tradicionales.
Tal parece, entonces, que nos hallamos ante el acto rebelde de un pintor de 31 años, decidido a impactar el ambiente local con un cuadro de gran formato, de estilo audaz y, sobre todo, a contrapelo de la narrativa oficial del principal gesto heroico de nuestra historia.
Su doloroso fracaso lo redujo al silencio, y en ese silencio sepultó al que, según él, no por haber fracasado en su intento fue menos héroe que el glorioso tambor de Alajuela.