
“De la antigua casa de las Chaves,150 metros para arriba, una casita frente al palo de mango”, me dijo una voz suave, un poco ronca, “ahí vivo”. Colgué el teléfono, todavía incrédula… Ahí vive Pacita, la legendaria modelo, un personaje que de un momento a otro cobró vida para mí.
Estamos acostumbrados a leer las historias de los demás en un libro, y son palabras las que las narran, pero en este caso es una historia contada a través de las líneas de un lápiz conté o los trazos de un pincel… Pacífica Aguilar Chávez,a quien cariñosamente llamaban Pacita, la modelo que cien veces dibujaron sobre un papel Sonia Romero, Dinorah Bolandi y otras tantas Margarita Bertheau y sus alumnas, es la que al oírla, cobra vida y se convierte en un ser real y no es una imagen como yo estaba acostumbrada a ver.
Vamos a revertir el tiempo, ya que es necesario para comprender la historia y el mundo íntimo de este personaje. Pero también necesario para entender el lazo que la unía con mi admirada profesora de acuarela, Margarita Bertheau.
Al mudarse la pintora Bertheau a Escazú -en ese tiempo, un pequeño pueblo rural de casas viejas de abobe, bahareque y algunas de madera-, ella tenía una relación amable con sus vecinos, entre ellos la familia Chávez cuya hija se llamaba Pacífica; ella tenía sólo trece años cuando empezó a ayudar en labores domésticas y a cuidar al pequeño Frank, que vivía con Margarita y su esposo Frank Yglesias.

Entre las cosas que nos relató Pacita el día de tan ansiada visita, es que con Margaritatambién vivía Quetica -como llamaban a María Enriqueta Pereira-, quien fuera la persona que trabajó toda la vida con ellos desde el tiempo de doña Rosalía Odio, la madre de doña Margarita, quien era afinadora de pianos. Recuerda también que Quetica era de Cartago y que nunca dejó a doña Margarita, siempre la cuidó. Inclusive cuando doña Margarita viajó de Cuba a Colombia y después se vino para Costa Rica, ella viajó con la joven pintora. “Quetica nos contaba que ella era costurera modista y que fue la que le enseñó a coser a Margarita”.
En un momento dado la artista y su familia deciden irse a vivir a “la isla”-un terreno que tenían en Golfito- “Cuando nos fuimos a la finca a Golfito ella volvió a pintar. Allá me hizo varias acuarelas a mí. Me acuerdo que íbamos al río pequeño a lavar porque no había donde más hacerlo. En los ratos que había descanso, ella pintaba, y a mí ella me hizo una secuencia de acuarelas. Luego las mandó a una exposición en Nueva York y se la robaron”.
Nos narra nuestra protagonista que un tiempo después de que volvió Margarita de Golfito, fue a Inglaterra porque su hijo Jorge estudiaba allá con una beca. Era el año de 1971 y de ese período y lugar conocemos varias acuarelas de la artista. Pacita nos dice -y se le iluminan los ojos- que al volver de su viaje, Margarita la busca para que vuelva a trabajar con ella. En ese momento era otra la casa, ya que como nos narra nuestra protagonista, la pintora tuvo varias moradas en Escazú. “En la primera casa en la que yo trabajé con ella, está ahí al frente de la bomba que se quemó. Es una casita de adobe, no la grande, sino una más pequeña, a la par de la pulpería. Estaba Margarita con Quetica y todos, con ellos todos. Después se pasaron como a 50 metros de ahí y luego, bajando donde ahora hay un restaurante, donde había una casa de madera muy linda, ahí viví también con ellos”.
Entonces decido hacerle la pregunta que tenía en la punta de la lengua: ¿en qué momento empezó usted a posar? Contesta rápidamente: “Yo le empecé a posar a Doña Margarita pequeña. Por cierto que también a doña Xenia Gordienko, ella me hizo un dibujo cuando era pequeña. Mientras era joven no posé desnuda, sino solamente vestida”. Es interesante que Pacita nos hable de su gordura -una de sus características como modelo- “Digamos, siendo uno más relleno de la cuenta, eso no me daba vergüenza, porque fue Margarita la que me enseñó a mí a amar el cuerpo humano. Ella me enseñó, ella fue para mí una maestra en muchísimas cosas. Una de las cosas en las que ella me preparó, fue a amarme como yo soy, claro, y hasta el día de hoy yo no me acongojo por ser gordita o por viejita o por caminar renca o nada, porque ella me enseñó. Siempre me decía que uno tiene que valorar el cuerpo como Dios se lo dio”.
”Ella era lo más bello del mundo. Yo la amaba, la sigo amando y la amaré toda mi vida”, y se le iluminan los ojos nuevamente.
Pacita nos dice muy claramente que como modelo nunca tuvo vergüenza de posar porque Margarita Bertheau le enseñó y le decía que no hay una cosa más linda para pintar o para dibujar que el cuerpo humano. “Usted tiene un cuerpo lindo para dibujar porque usted es gordita y rellenita, pero tiene algo adentro que le hace ser más bonita y especial como modelo”.

De la época en que empezó a modelar para otros artistas nos cuenta: “Pero cuando yo empecé a posar formalmente para doña Margarita y sus alumnas, ya yo tenía como 20 años, ya no trabajaba con ella en la casa, sino que llegaba solo en el día a ayudarla”. Pacita posaba muchas veces en su propia casa como era el caso de Sonia Romero que llegaba hasta allí. Las alumnas de la Bertheau eran asiduas también. “Entonces yo les posé a ellas, yo le conté a usted el otro día que era un grupo grande: doña Gisela, doña Rosi, Doña Estrella Zeledón de Carazo, Doña Ligia Cooper a ella le posé, a doña Luz Marina la esposa de don Joaquín Berrocal, doña Magda Santoanastasio y muchas otras”.
“Una de las mejores amigas de doña Margarita era doña Nydia Fishel e íbamos allá en donde ellos vivían en Santa Rosa de Heredia, y yo posaba. También un yerno suyo me hizo fotografías. En ese tiempo yo tenía una trenza larga que me llegaba hasta la cintura”.
Posar es cansado porque cuando posaba, nos cuenta que las sesiones eran extenuantes, como las de la pintora Sonia Romero que se alargaban hasta tres horas seguidas. También nos narra que cuando le posaba a Dinorah Bolandi iba toda la mañana a la casita que ella había construido en el centro de Escazú. Pero ella insiste en decir que esa época como modelo fue muy linda y satisfactoria para ella. “Era muy bonito, a mí me gustaba mucho, me sentía muy importante. Pero además conocí mucha gente interesante”.

Años después también posaba en la casa de Margarita, de esa época nos dice recordando y moviendo los brazos como señalando los espacios: “En el apartamento que le construyó Jorge, ahí estaba la cocinita, ahí estaba el clóset, aquí estaba la cama y aquí había un balconcito para ver el río, era pequeño apenas para una persona, así, sencillo, de madera. Ahí llegaban las alumnas y yo les posaba”. Con cara seria nos dice que prefiere no hablar del estudio, ya que le trae recuerdos muy amargos después de aquel fatídico dia de noviembre de 1975. Ella se culpabiliza por haberle hecho caso a Margarita cuando le mandó recado de que no llegara ese día.
Pasaron muchos años … Paci (como la llamaba) y Margarita siguen unidas.
Después de un café caliente y mil narraciones, nos despedimos y empecé a bajar la cuesta dejando atrás el palo de mango y a la modelo que gracias a una breve llamada y como obra de magia, ya no era el recuerdo de un dibujo, pero si un ser humano extraordinario que me abrió su corazón y sus recuerdos.