Cuando reposamos en un jardín somos otra persona. Los sentidos se aguzan, las distancias se distorsionan, el tiempo se difumina. Son umbrales que van más allá de lo obvio, separando las hierbas y flores de la ciudad; son una conexión con otras formas de habitar el mundo y el cuerpo. En esto ha estado pensando Dorelia Barahona.
La filósofa y escritora publica Ciudades emocionadas. Jardines, parques y espacios para la esperanza (Editorial Universidad Nacional), una reflexión sobre lo que nos brindan estos sitios y lo que provocan en nosotros.
¿Cómo surge su interés por indagar filosóficamente en este tema?
A raíz de las investigaciones que estuve haciendo en la en la Universidad Nacional desde el área de la estética, me propuse hacer un puente entre las teorías del gusto o de lo bello con los espacios y los territorios. Materialmente hablando, empíricamente hablando, no solo de ideas, sino, ¿qué pasan en los distintos territorios?
“Empecé con los jardines domésticos. ¿Qué sucede cuando la gente tiene jardines pequeños en sus casas, cuando son jardineros de sus propios jardines? ¿Qué pasa en las personas, pero también en la comunidad?
“Utilizando diferentes autores como David Harvey y su aproximación a los territorios como territorios para la igualdad o la desigualdad en las ciudades, fui recuperando las ideas platónicas de lo que es la ciudad y lo que él llamaba una ciudad apasionada cuando hizo la organización utópica de su ciudad.
“Empecé a ver que la ciudad podía ser identificada como un mapa donde las personas pueden sentirse bien o mal o sentir diferentes emociones. ¿Dónde en San José, ciudad que trato en este libro, siento cuáles emociones? La ciudad de San José es en realidad un gran parqueo porque lo que tiene son tres parques del lado norte, pero del lado sur, casi no hay. ¿Dónde es feliz la gente, dónde se siente bien o segura en la ciudad de San José? Y de allí en adelante amplío el concepto de jardín".
Jardines como espacio de encuentro
Dorelia Barahona explora en su libro cómo algunas comunidades interactúan con esos jardines y parques que terminan configurando sus maneras de interactuar. Hay ejemplos fuera de la capital, claro, como el caso de las ruinas de Cartago, pobladas día y noche, hatsa resignificadas por los usos que les da la gente; o Zarcero, que da identidad a su pueblo. “Los parques tienen y los jardines públicos pueden ser símbolos políticos, ideológicos, históricos”, dice la escritora.
Algo que pasa en San José, que ha estado sucediendo en todos el país, es que se ha vuelto una ciudad donde el comercio, la publicidad se abalanzan sobre el ciudadano; es un espacio totalmente invadido por la transacción.
Sí, claro, y no solo en la ciudad de San José. Creo que no hay mayor reglamento de las municipalidades que controle la contaminación visual, la contaminación auditiva (...). Creo que la desigualdad económica provoca mucho de la manera de destruir el espacio en las ciudades.
¿Quién tiene que velar porque se mantengan las ciudades?
Los gobiernos locales y los planes reguladores. Por ejemplo: cuando empezó el parque nacional, el camino que iba Manuel Antonio es en una colina que sube y que baja. Se fue haciendo desordenadamente llena de hoteles, pero si usted va ahora, está lleno de anuncios. Obviamente las municipalidades cobran un canon por tener un anuncio en una calle. Ellos ganan plata. Pero ¿cuál es el reglamento?
“Entonces ahora hay anuncios desde que empieza el camino hasta llegar al parque, degenerando, corrompiendo la idea de un parque nacional. Es una gran contradicción que uno llega a un parque nacional donde desde la puerta no hay anuncios. Pero de ahí para afuera, es una cosa saturada espantosísima. Entonces, eso es culpa de los gobiernos locales, que se han enfocado más en otros temas que en este otro tipo de contaminaciones que reciben los habitantes”.
Una consecuencia es que la gente, en muchas comunidades, siente que no merece, no le toca. No le tocó vivir en un lugar bonito.
Hay varias ideas sobre la división entre la cultura y la naturaleza. Una de las ideas posibles es que Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza y la naturaleza es para que el ser humano la aproveche.
“Recordemos el jardín del Edén, el paraíso donde no había que trabajar y no se tenía que pasar hambre porque siempre había comida, era una despensa permanente. Al verse la naturaleza como una despensa permanente, es nada más para el provecho, para depredar.
“Se va estableciendo una distancia entre seres humanos humanos y el mundo de la naturaleza como si nosotros no fuéramos parte del mundo de la naturaleza. Al establecerse esta distancia, los seres humanos en sus desigualdades construidas a través de la historia consideran que hay seres humanos que tienen mayor derecho de estar en ese paraíso y otros con menor derecho”.
Para Barahona, abrirles espacios a nuestros jardines y parques nos permite reconectarnos con lo corporal, pero también con algo más allá, más amplio que nosotros, escindido usualmente en nuestro mundo mediado por tantas separaciones de lo natural. Cuando estamos aquí en la ciudad, caminamos y tomamos una medida para cruzar la calle, de la esquina. Son medidas pequeñas, fragmentadas.
“En cambio, en jardines y parques, y en la emocionalidad que nos evoca, las medidas son cósmicas. Salimos al jardín, vemos el cielo. Vemos las nubes, vemos el sol, vemos la luna. O sea, son medidas cósmicas, amplias. Nos hacen ser de nuevo seres individuales frente al cosmos. Y eso da una fuerza muy grande. Te fortalece la consciencia de vos mismo”.
La experiencia estética de habitar un jardín, un parque, nos despierta a otras formas de entender el tiempo, el espacio. El cuido de estos espacios, en sí mismo, ya implica transformaciones en cómo entendemos la responsabilidad con el mundo y nuestra interacción con él. Son oportunidad, por otra parte, de alguna suerte de cohesión comunitaria, o hasta de movilización política.
Eso piensa Barahona, quien considera que debe haber mayor participación de las municipalidades en la gestión de los espacios verdes. Hay un montón de zonas verdes que ‘no son de nadie’. Pero allí perfectamente hasta se podrían sembrar cosas. Se cree que es solo asunto de ornato y no. Proporciona muchísimo más bienes que adornar. Y por eso digo que el concepto de belleza, el derecho a la belleza es un derecho al bienestar y a la salud pública".
En Ciudades emocionadas, Dorelia Barahona nos desafía a pensar más y mejor en cómo transformar nuestras ciudades por medio de parques y jardines, y cómo ellos nos transforman a nosotros. A veces, Costa Rica parece adicta al cemento y al asfalto... bueno, las más de las veces. Pero el pensamiento de alguien como Barahona, con suerte, servirá de acicate para repensar el potencial que nos brinda abrir tiempo y espacio para el verde.

