La nueva novela de Horacio Castellanos Moya, Moronga, pende entre dos personajes. Uno, José Zeledón, es tránsfuga de su identidad: aspira a borrar su pasado en su nueva vida estadounidense. El otro, Erasmo Aragón, sabe que no puede huir del pasado: se ata a la historia investigando la muerte del poeta nacional salvadoreño Roque Dalton. Ambos giran sin cesar en torno a ese eje quebrado por la guerra y la derrota.
Así, Moronga (Random House) vuelve a temas –y personajes– que el más conocido autor salvadoreño ha desplegado para examinar los traumas de su sociedad y las formas en las que ha procesado las heridas.
Incluso, uno de los protagonistas, Aragón, pertenece a una familia que ya ha aparecido en media docena de libros previos, y era quien, 20 años antes, vivía los sucesos de El sueño del retorno (2013). El escritor presentó la novela esta semana en Costa Rica, y conversó con Áncora.
– ¿Por qué le interesaba darle continuidad al personaje de Erasmo Aragón?
– Creo que eso está relacionado con dos aspectos: uno personal, que tengo 10 años de vivir en Estados Unidos, y otro, cultural y social, que es el hecho de que la mayor migración salvadoreña es hacia Estados Unidos.
– Además, supongo que es un desafío como autor imaginar las transformaciones de esa psique salvadoreña, como usted lo ha expuesto, traumatizada por procesos muy difíciles –algunos de ellos continúan–, en una sociedad que también está transformándose.
– Sí, pero, sobre todo, los choques se dan para los personajes en el ámbito cultural. No el político, sino en ciertos valores, leyes, usos y costumbres que funcionan de otra forma en la cultura anglosajona que en la latinoamericana. Además, el nivel de control y vigilancia de la sociedad norteamericana no se alcanza en Latinoamérica. Chocan con eso los personajes, con una sociedad muy tecnificada, muy vigilada, con normas muy estrictas en términos de comportamiento en instituciones y empresas a las que no están acostumbrados.
– Me llamó la atención de ese control de lo pequeño, la regulación del contacto físico, de las palabras, de la comunicación interpersonal. ¿Qué le interesaba de ese aspecto y cómo se conectaba con la experiencia que habían vivido los personajes?
– Uno de los aspectos que más destaca en la cultura anglosajona es lo que hace que la llamen la ‘cultura de la prohibición’, prohibición que, además, se reglamenta en leyes, mientras que en la cultura latinoamericana católica hay un poco más desorden en esas costumbres.
”Para mí era importante ver cómo estos personajes chocaban en esas relaciones personales, de trabajo, con colegas… hay algo que no termina de encajar. No es tan fácil como parece, solo porque se pasan viendo por televisión programas de EE. UU., enfrentar ya en la vida diaria esa manera de funcionar y ese ritmo”.
– Es un personaje que ya tenía una trayectoria vital; ¿cómo reaccionó a ese nuevo ambiente, esa nueva esfera social en la que lo colocaba?
– Erasmo Aragón, uno de los dos personajes principales, forma parte de la familia que ha sido protagonista de un grupo de seis novelas, que es la Aragón: su abuelo Pericles y su abuela Haydée son de Tirana memoria, su padre aparece con su madre en Desmoronamiento, los sirvientes de la familia aparecen en La sirvienta y el luchador, y él aparece como protagonista en El sueño del retorno.
”Esta novela es la última expresión de una familia que se ha ido derrumbando, que ha ido cayendo en la desaparición; son como familias que se van consumiendo y dispersando. En la última novela, él tiene 20 años menos, está en 1991 en México y está intentando volver a El Salvador tras la guerra.
”Para mí fue un reto decir, ‘bueno, si lo pongo ahora en EE.UU., ¿cómo voy cubrir todos esos 20 años que han pasado?’. Escojo algunos elementos como su fracaso en una relación en Alemania, en El Salvador... Es un personaje quebrado, aunque ahora dé clases de español en un college, su relación con su hija es frustrante, no logra establecer relaciones de pareja viables.
”Es un personaje muy desamorado. Por eso tiene un epígrafe de Las metamorfosis, de Ovidio, que se refiere a Narciso; creo que es un personaje narcisista al que le cuesta entregarse y amar al otro; todo está solo alrededor de su mente. Por eso, su psiquis es su gran carcelera”.
–¿Considera ese narcisismo una estrategia de sobrevivencia? Porque la impresión que me da es que esa forma de ¿encerrarse es una forma de confrontar una realidad que no me pertenece, que no puedo controlar.
– Puede ser, no lo había pensado, pero de lo que sí estoy seguro es de que el narcisismo es un signo de nuestros tiempos. Es decir, las redes sociales, la nueva tecnología, que tienden a exaltar el narcisismo, pues presentamos lo mejor que somos, estamos atentos de qué se dice de nosotros, todo es alrededor del yo. En ese sentido, es un personaje de nuestros tiempos, solo que él llega ahí de otra forma.
–Él quiere un desarraigo completo; pretende esta separación de su pasado, pero a la hora de que el Viejo le pide algo, Zeledón está más que dispuesto a resucitar esos lazos.
– Eso es parte de las contradicciones del ser humano y, en este caso, de las contradicciones de los personajes. Es un personaje que busca una cosa, pero para sobrevivir busca otra. Son aquellas viejas lealtades que vienen de la guerra, con otros perdedores que vienen de su grupo, las que le permiten encontrar el mínimo camino hacia adelante, porque es un personaje sin ilusión, totalmente sin sentido del futuro, que va sobreviviendo paso a paso con lo que va saliendo. Pero quienes le abren esas puertas son aquellos precisamente que pertenecen a su pasado, del cual quiere huir. La paradoja. La paradoja humana.
–Me llama la atención la parte del libro en que le estalla, como una granada en la mano de este personaje, todo lo que implica la figura de Roque Dalton en su vida personal, cómo un objeto de estudio se convierte en ocasión de una transformación personal.
– Es que le devuelve algo que Aragón ya tiene como parte de su personalidad, que es la paranoia. El hecho de que Dalton haya sido asesinado por sus propios camaradas es un factor tremendo, porque ¿en quién se puede confiar? Le desata una crisis paranoica profunda.
–En esa misma línea, y en circunstancias obviamente diferentes, usted ha estado tratando con una granada en la mano en sus novelas, con todo ese desencanto, el desarraigo, esta preocupación por cómo estos personajes afrontan el legado de lo que ocurrió. ¿Cómo lo ha afectado a usted, como autor y como persona, estar con esa granada en la mano?
–Mire, yo creo que la literatura, como yo la asumo, es una forma de conocimiento que te permite penetrar a otros niveles en la mente, en las emociones, en la forma de relacionarse del ser humano, y que precisamente por ello adquiere un carácter subversivo.
”Rompe las apariencias, penetra hasta los motivos profundos del mal. Es una buena imagen decir que un libro es como una granada porque en cada libro uno quiere ir más allá, quiere profundizar más allá de lo que la historia nos está vendiendo; si profundizamos en la literatura, vamos a ver que las motivaciones de este personaje no son el bien de la humanidad ni construir una sociedad justa, sino que todo es nuestras pequeñas pasiones y nuestros intereses.
”En ese sentido, es subversiva porque trastoca la forma de interpretar los valores que mueven al hombre. Cada novela es un viaje dentro de mí mismo y dentro de los personajes. Cuando encuentro la voz de un personaje, trato de guardar mi voz en una gaveta y meterme en ese personaje, tratar de ver el mundo como lo ve él, sin juzgarlo, porque si uno lo hace, se cae.
”Lo vivo con mucha intensidad y a veces cuesta el viaje de retorno, después de estar en la mente de un criminal, de un paranoico, de una mujer desquiciada o una mujer muy conservadora. El escritor, decía Canetti, no es impune; hace sus viajes, regresa lesionado y cansado, pero con otro conocimiento”.