
Se ha decretado incontables veces la muerte del cine, pero no podemos olvidar que también tuvo múltiples nacimientos. El 28 de diciembre de 1895, hace 130 años, uno de esos alumbramientos tuvo lugar en París, en el Salon Indien du Grand Café, y estuvo a cargo de dos hermanos que, supuestamente, dirían de su cinematográfo: “Es una invención sin futuro”.
Sin embargo, aquí estamos, entre el taquillazo de Avatar y el imán de Netflix, entre la nueva de Almodóvar (en marzo) y varios largometrajes costarricenses que se filmaron en los últimos meses.
Hay de todo y no se agota, y no es raro, porque es un arte —e industria— tremendamente joven. Piénselo así: quien escribe es nieto de un trabajador de salas de cine que nació en 1912, cuando el invento era apenas un adolescente. Y ya para entonces, Costa Rica vivía la fiebre del cinematógrafo a plenitud.
Para entender esa fiebre, hay que volver a aquella noche ya legendaria. Como toda leyenda, claro, hay que discernir entre anécdotas verídicas y chismes que, con el paso del tiempo, adquirieron fuerza de verdad. Así que nos vamos a París, al No. 14 Boulevard des Capucines, donde hoy hay un hotel y un café que evoca a los protagonistas de aquella velada: Auguste y Louis Lumière.

La noche que ‘nació’ el cine
La verdad es que esa noche no nació nada. Es decir, no por sí solo. Como todo avance histórico, como todo invento, el cinematógrafo es una suma de ocurrencias, innovaciones, casualidades y esfuerzos, no solo en Francia, sino también en Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y otros países.
¿Por qué decimos, entonces, que esa noche “nació” el cine? Porque los Lumière cobraron entrada a 40 asistentes para ver 10 pequeñas películas proyectadas, algunas de escasos segundos de duración. Ya no era una curiosidad industrial: nacía el cine como arte e industria, como espectáculo público que daba pie a un nuevo arte.

Colóquese mentalmente en aquella época. El motor a vapor, el telégrafo, los trasatlánticos, el imperio en plena expansión, los libros de impresión masiva, la fotografía... Todo era reciente y seguiría cambiando; estamos a pocos años del fonógrafo, el teléfono, el alumbrado eléctrico y todas las cosas que configuraron las ciudades modernas, San José incluida.
Pero capturar imágenes en movimiento seguía siendo un sueño, una quimera perseguida por siglos. Hasta ese atardecer del siglo XIX cuando tantas mentes coincidieron en lo que ahora llamamos cine.
Aquel 28 de diciembre, los Lumière presentaron su cinématographe: un dispositivo tres en uno capaz de registrar, revelar y proyectar imágenes en movimiento. Poder proyectar, claro, permite recibir una audiencia, con lo cual aquello pasaba de ser curiosidad científica a tener multiplicidad de usos comerciales.
Thomas Edison, Louis Le Prince, Robert W. Paul, los hermanos Skladanowsky... Fueron muchos los inventores que, desde años antes, y en paralelo, fueron aportando sus pequeños pasos hacia la invención de este mecanismo. Lo que llamamos cine debe mucho a esos creadores de máquinas, algunos de los cuales sí vieron potencial artístico en estas imágenes en movimiento.

Pero al inicio, los Lumière y otros de esos pioneros presentaron sus máquinas primero en congresos científicos o industriales. No es hecho menor que la primera película proyectada aquel 28 de diciembre fuese La Sortie de l’usine Lumière à Lyon (Salida de la fábrica Lumière en Lyon), un registro de la sede de nuestros inventores, que dura unos 46 segundos (es un aproximado, pues la velocidad la determinaba la fuerza del proyeccionista, quien giraba la manivela a mano).
¿Qué seguiría? Invención sin fin. Si bien al inicio parecía que el “cine” no pasaría de ser una atracción de feria, como una curiosidad por la que pagaríamos en las fiestas de Zapote, pronto algunos pioneros vieron su potencial narrativo y artístico.
De este modo, en los siguientes meses y años, innovadores como Georges Méliès, Alice Guy-Blaché, Segundo de Chomón, Edwin S. Porter, el mismo Robert W. Paul y muchos otros empezaron a probar suerte. Inventaron los efectos especiales. Los actores. Los decorados. El encuadre. El montaje o la edición. El ritmo narrativo. La continuidad entre una escena y otra... O sea, el cine tal como lo conocemos. Es decir: un fenómeno que convocaría a millones de espectadores, cambiaría la cultura y hasta modificaría las ciudades con sus salas de cine, a lo largo del siglo XX.
El cine, de muchas muertes y muchos nacimientos, llegó en diciembre. Comparado con otras artes, apenas está empezando a crecer.
