Honro una deuda con esta admirable actriz, porque el trabajo que hizo como Mamaé, en La señorita de Tacna, pedía a voces que lo recordáramos en estas páginas.
La Compañía Nacional de Teatro (CNT) decidió llevar a escena este título de Mario Vargas Llosa y le pidió a Carlos Catania que lo dirigiera, con entera libertad para escoger a quienes conformarían el reparto. No en vano dijo: “Es extraordinario (poner esta obra), porque da en la cabeza y en el clavo de una determinada clase social que está en juego y en tela de juicio en este preciso momento”. Según su criterio, esta pieza era “el primer intento de captar en su totalidad una realidad latinoamericana sin recurrir a voceros… Aquí, el lenguaje es el soberano”.
A todas luces el montaje de esta obra constituía un enorme reto por su estructura, por los cambios temporales y de lugar sin solución de continuidad, su lenguaje, la atmósfera que requiere, en fin…; pero, por encima de todo, por las transmutaciones de Mamaé de anciana a joven y viceversa, que deben ejecutarse a la velocidad de un parpadeo.

Se estrenó el 30 de octubre de 1981 en la sala de la CNT y contó con la presencia del autor, quien vino al país especialmente para la ocasión. ¡Vaya honor! De esta manera, Costa Rica se sumaba a otros países que ya habían estrenado La señorita de Tacna o estaban por hacerlo pronto. La prensa dio vasta cobertura a este evento y permitió que muchas personas del medio académico, teatral, literario y periodístico pudieran expresar sus opiniones, lo cual, sin duda alguna, enriqueció el acervo de los lectores y de los asistentes al espectáculo.
En una entrevista que se le hizo a Vargas Llosa (Semanario Universidad), este se refirió ampliamente a La señorita de Tacna y, en general, a su creación literaria. Alberto Cañas Escalante celebró el “ingreso al teatro de uno de los grandes novelistas de nuestros días; que va a reforzar el tesoro teatral latinoamericano”. A la pregunta de si esta pieza era una innovación, contestó negativamente y afirmó que no se necesitaba que lo fuera; era una obra que podía tener éxito en todas partes, en virtud de que si bien documentaba una realidad peruana, esta era extrapolable a toda Latinoamérica y al mundo.
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He aquí a Gladys Catania. Su trabajo como actriz no solo fue de un rigor profesional de altísimo voltaje, una obra de arte escénico memorable, sino que debe tenerse como paradigma, como lección para ser aprendida por todas las personas que se dedican a la actuación y, por supuesto, a la dirección teatral. La perfección y delicadeza con la que cinceló el personaje de Mamaé no puede -bajo ningún pretexto- considerarse un acontecimiento más, sino una hazaña que haría figurar a Gladys en la galería de los elegidos.

Alberto Cañas dijo que Gladys Catania, como Mamaé, lograba “una especie de cumbre o epifanía, uno de esos trabajos de composición, expresión y proyección, que el espectador asiduo solo encuentra de tarde en tarde. Aquí tenemos algo para la historia del teatro costarricense. Un trabajo de incorporación, de identificación y de desdoblamiento, que consigue proyectar de manera simultánea a la anciana incontinente y a la jovencita modosa de muchas décadas atrás, todo sin mudar de maquillaje ni de ropa”.
Miriam Bustos Arratia acotó que, por la dificilísima y magistral interpretación de Gladys Catania ella le otorgaba, por su cuenta, el premio a la mejor actriz del año y que en buena hora había salido Gladys de su largo descanso teatral “para revivirnos a una Mamaé mucho, pero mucho más interesante y rica que la misma emergida del texto de Vargas Llosa. Esta Mamaé es tan soberbia que deja a la excelente Sara Astica convertida en brizna de polvo en su papel de la Abuela Carmen”.
“Posiblemente Gladys Catania logra su máxima interpretación, lo más maduro y profundo. Captó al personaje desde el fondo. […] Gladys Catania podría, así, sin más, exhibir su talento en cualquier escenario del mundo. Su caracterización de Mamaé la conduce a ocupar lugar preferente en las páginas de la historia del teatro en Costa Rica”; tales fueron las palabras de Norma Loaiza, en su prolijo comentario sobre el montaje.
El Director del Museo de Arte Contemporáneo de América Latina en la OEA, José Gómez Sicre, de paso por Costa Rica, vio la obra y destacó el ritmo que Carlos había logrado darle a la pieza y “todas esas sutiles transiciones de expresión tan magistralmente resueltas por una actriz como Gladys Catania”.

Enrique Tovar hizo diversas objeciones a la pieza y al trabajo actoral. Sin embargo, en lo referente a Gladys anotó contundentemente: “Si alguien quiere ver una actriz de categoría, en un papel desbordante, en una encarnación apabullante ante sus propios ojos, no deje de presenciar La señorita de Tacna, en donde Gladys Catania realiza sin mácula alguna, sin dudas de ninguna clase, una de las más portentosas actuaciones que jamás se hayan visto en nuestras salas de teatro. Algo verdaderamente memorable, inolvidablemente majestuoso”.
Por su parte Andrés Sáenz, aunque también hizo reparos al texto, al montaje, a algunas figuras del elenco y a la decisión de montar esta pieza en el país, reconoció que Gladys “exhibió dotes de actriz lindantes en el virtuosismo”.
La intérprete de Mamaé comentó que el carácter profundamente humano del personaje era uno de los factores más atractivos para ella en esta etapa de su carrera como actriz. “El sentido de la obra y el lenguaje en que se expresa -dijo- la pondrán en la posibilidad de ser una de las manifestaciones teatrales importantes en la temporada 1981″. Su trabajo -como no podía ser de otra manera- la hizo acreedora al premio como Mejor Actriz de 1981. En el Festival de Verano de 1982 se pudo ver de nuevo La señorita de Tacna.

Merecen un justo reconocimiento el director, Carlos Catania, el elenco y el equipo de apoyo, porque hicieron posible un montaje con mucha categoría. Como lo resumió A. Cañas: “Imaginación, una firme garra directoral y un elenco de actores inteligentes…” era lo que se necesitaba ante el texto de Vargas Llosa.
Saldamos la deuda y cerramos diciendo: Mil gracias, Gladys, por ese portento de actuación.