
El reciente estreno de la última temporada de la serie Stranger Things en Netflix confirma un fenómeno global en el cual muchas personas desean regresar a la década de 1980, aunque no la hayan vivido. Después de todo, es difícil no sentir atracción por los colores neón, la música con sintetizadores, la moda, y la prosperidad económica mostrados en la serie.
Particularmente en el cine y en la televisión, parece que estamos viviendo una nostalgia crónica. Toda la nueva oferta de producción audiovisual parece consistir en remakes, reboots, u homenajes a géneros o formatos que fueron populares en décadas pasadas.
La nostalgia también marca su territorio en la política. A lo largo del espectro ideológico, y en diferentes formas, se nos recuerda del “tiempo de nuestros abuelos” o de todo lo que perdimos gracias a los chivos expiatorios de turno.
El pasado es algo palpable y tangible. Incluso, aunque no lo hayamos experimentado directamente, podemos fácilmente encontrar referencias o materiales provenientes de antaño. Por eso es casi natural para el ser humano añorar lo que ya sucedió.
Sin embargo, la nostalgia se ha vuelto el motor de nuestra cultura. El dilema, y quizás también el peligro, es que en muchos ámbitos solo estemos viendo hacia atrás, en lugar de enfocarnos y trabajar en lo que tenemos por delante.

Trampas y espejos
En 1688, el médico suizo Johannes Hofer acuñó el concepto de nostalgia para estudiar y tratar la tristeza que sufrían los soldados al estar lejos de sus hogares. Rápidamente, el término tuvo mucha tracción y pasó a ser parte esencial de nuestro vocabulario.
La sensibilidad nostálgica de una serie como Stranger Things no es algo nuevo. El crítico cultural Fredric Jameson habla de ciclos de nostalgia para referirse a cómo ciertas décadas comienzan a ser representadas de forma afectiva en medios como el cine o la televisión.
Para Jameson, los ciclos suelen ser aproximadamente de 20 años e implican una representación del pasado que es artificial. El peligro es la idealización de momentos históricos que tuvieron muchos matices. Si bien la cultura popular de los 80s puede parecer alegre y llamativa, esta década también presenció importantes tensiones políticas o el pánico por la epidemia del sida en muchas partes del mundo.
Asimismo, otro dilema que surge en torno a la nostalgia se refiere al estancamiento cultural. En ambientes mediáticos alimentados solamente por “fórmulas exitosas” o por una dependencia de lo “retro”, resulta muy difícil innovar y que nuevas voces emerjan y puedan desarrollar una carrera.
La investigadora en comunicación Janet Wasko advierte que las industrias creativas tienen la tendencia de crear producciones similares para garantizar buenos márgenes de ganancias. Esto puede generar dinámicas de repetición que reemplazan la exploración creativa.
En este contexto, todo apunta a que la nostalgia seguirá siendo un ingrediente crucial de la producción audiovisual contemporánea. Después de Stranger Things, vendrá otra serie como ella. La pregunta es si podremos salir de ese bucle, de ese circuito.

Volver al futuro
La nostalgia da réditos de muchos tipos, desde millones de vistas en servicios de streaming a elecciones presidenciales. Su relevancia actual indica que múltiples audiencias y votantes gravitan hacia el pasado.
Quizás, es algo muy humano querer regresar en el tiempo, desear aquello que no se tiene. Quizás, las personas disfrutan una serie como Stranger Things conscientes de que no es historia, sino ficción.
El reto es que no se convierta en una prisión, no quedarnos atascados en solamente consumir nostalgias ajenas. Y tampoco podemos caer en visiones moralistas o simplistas de cualquier intento de rememorar.
No por nada, el teórico literario Nicholas Dames habla de una terapéutica de la nostalgia: la posibilidad de usar el pasado para conciliar diásporas que nunca se completaron o reconocer que toda persona es migrante de alguna u otra forma.
Pero hay muchas cosas más allá de la nostalgia. El pasado es igual que el presente, y el futuro: poroso, incierto, y, en cierta manera, con muchas mañas.