
“No basta con vivir bien, es necesario morir bien, y qué mejor forma de hacerlo que haciendo lo que a uno le gusta: esculpiéndose a sí mismo” (Domingo Ramos).
Tuve la suerte de recibir clases hace cuarenta años con Domingo Ramos en la Universidad de Costa Rica (UCR). En la adolescencia uno está en otras cosas, pero don Domingo era especial: comenzamos modelando y luego esculpimos, siempre bajo su guía. Atento, meticuloso y capaz de transmitir aliento para continuar; lo verdaderamente sorprendente llega cuando observé su obra por primera vez. Ahí se aprecia su gran destreza teórica y su refinamiento estilístico y estético.
Cuarenta años después, tengo el gusto de exhibir su gran retrospectiva en el Museo Calderón Guardia, adscrito al Ministerio de Cultura y Juventud, donde el maestro despliega una notable capacidad y estilo. Sea en madera, piedra, mármol o mármoles preciosos.
Se observa la dedicación, la habilidad técnica y su boceto cuidadoso. La muestra que esta compuesta por más de 54 obras, nos da una idea de su periplo estético. Conceptos como la figura humana, la familia y lo preponderante están presentes en su contundente obra.
La solución plástica, sus pulimientos maravillosos juxtapuestos de áreas de gran textura, en todo un deleite visual, los grandes formatos y la maternidad en pequeños formatos conversan en la Nava de las Garantías Sociales y dialogan coherente de las ideas, búsquedas, intereses de un gran escultor como es Domingo.

Mencionar a Domingo Ramos es invocar una vida dedicada por completo al arte, no como una ocupación ni un pasatiempo, sino como una forma de existencia profunda; desde sus primeros años, descubrió en la escultura no solo un medio de expresión, sino un camino de autoconocimiento, resistencia y transformación.
Su carrera, que hoy celebramos en esta exposición retrospectiva en el Museo Calderón Guardia, ha sido testigo de cinco décadas de búsqueda incesante. Cincuenta años de modelar la materia, de someter la piedra y la madera a un diálogo espiritual y técnico que le ha permitido dar forma a un universo profundamente coherente. Con 76 años, Ramos no solo es un referente de la escultura costarricense, sino un testimonio viviente de la fidelidad al arte como camino de vida.
Desde sus inicios, en San Antonio de Zapotal de San Ramón de Alajuela, donde iniciando con figuritas de masa como lo ha expresa en entrevistas, florecían en sus manos a modo de juego, fue el presagio de la profesión que abrazaría para esculpir su apasionado destino, ligado al arte. Su obra la desarrolla y está marcada por una dualidad fértil: la exploración del cuerpo humano, especialmente el femenino, como espacio de armonía, ritmo y sensualidad; y por otro lado, la abstracción como vía para alcanzar lo simbólico, lo universal y lo trascendente.

No es casual que Ramos se refiera constantemente al “esculpirse a sí mismo”. En cada pieza, el artista también se transforma: cada bloque tallado, cada veta descubierta, cada superficie pulida es al mismo tiempo materia transformada y espíritu revelado. Así, su trabajo ha trascendido la mera producción de objetos artísticos para convertirse en una poética del vivir.
El lenguaje escultórico de Domingo Ramos se ha desarrollado en torno a una profunda relación con los materiales. Sus obra nos hablan del respeto casi reverencial por las materias primas: no impone su voluntad sobre ellas, sino que las escucha, las comprende y las acompaña en su transformación. Esta ética del trabajo revela una espiritualidad arraigada y un conocimiento técnico excepcional.
Las maderas duras como almendro, caoba, cedro, entre otras, como se ha mencionado, han sido desde siempre aliadas inseparables en su proceso creativo. Él no busca la facilidad de lo blando o lo dócil, al contrario, se enfrenta a materiales que exigen esfuerzo, paciencia y precisión, y que a cambio, ofrecen vetas únicas, colores cálidos y texturas memorables. En cada escultura de madera hay una historia contada por la propia naturaleza, potenciada por la mano y conocimiento del artista, donde el material es el complique perfecto.
Igualmente, su trabajo con piedra ha sido una constante a lo largo de los años. Ha explorado materiales como la andesita, la tobita, la diorita y el basalto, hasta llegar a los mármoles europeos, como lo indica Ramos “materiales tan apreciados por los grandes maestros del Renacimiento”; estos materiales, cargados de historia y con una densidad simbólica propia, han sido moldeados por Ramos para expresar tanto formas humanas como abstracciones puras exponiendo su voz interior en cada obra.

Entre lo figurativo y lo abstracto
Uno de los aspectos más notables de las esculturas de Domingo Ramos es su capacidad para transitar entre lo figurativo y lo abstracto sin perder coherencia ni profundidad. En su producción escultórica, estas dos corrientes no se oponen; por el contrario, dialogan y se complementan.
En sus piezas figurativas, la anatomía humana se convierte en territorio de expresión emocional, espiritual y estética. Lejos de reproducir cuerpos perfectos o academicistas, Ramos interpreta las formas desde una mirada sensible, capturando gestos, posturas y silencios. Sus figuras, aunque reconocibles, están marcadas por una intención simbólica: son arquetipos del amor, de la maternidad y la contemplación.
En cambio, sus obras abstractas revelan una búsqueda más conceptual, enfocada en la forma pura, en el ritmo de las líneas y volúmenes, en la armonía de los vacíos y llenos. En ellas, Ramos trabaja con un lenguaje escultórico más libre, donde la materia cobra un protagonismo aún mayor. Estas piezas invitan a una lectura más abierta, menos literal, pero igual de emotiva.
Ambos lenguajes, el figurativo y el abstracto, se nutren de una sensibilidad común: la del artista que observa, interpreta y transforma el mundo desde su mirada personal y espiritual. Esa dualidad no es una contradicción, sino una expansión de su universo creativo.

Uno de los temas más constantes y significativos en la obra de Domingo Ramos es el cuerpo femenino. Lejos de representaciones objetualizadas o decorativas, su aproximación al cuerpo de la mujer es profundamente respetuosa, casi reverencial. En sus esculturas, los torsos, las caderas, los vientres y los rostros femeninos adquieren un carácter cósmico, como si encarnaran principios universales.
Para Ramos, el cuerpo femenino no es solo una forma bella: es un símbolo del ritmo natural del universo, del origen, de la creatividad, del misterio. Sus esculturas femeninas tienen una musicalidad propia, una armonía que evoca la danza de la vida, el ciclo eterno del nacimiento, crecimiento, maduración y transformación. En la exposición podremos apreciar obras como Maternidad, primera talla de estudiante universitario, en el año 1975, una pieza de madrea cenízaro.
En muchas de sus obras, el cuerpo de la mujer aparece fusionado con elementos abstractos o geométricos, lo que refuerza su carácter simbólico. No se trata de un realismo corporal, sino de una forma de misticismo matérico, donde lo humano y lo sagrado se encuentran. Obras como Armonía femenina elaborada en melina policromada (2006), nos permite apreciar el cuerpo de la mujer así como la obra Madre e hijo, elaborada en mármol rosado de Portugal (1999).

La maternidad, como principio de creación, aparece de forma reiterada a lo largo de su trayectoria. Es representada no solo desde lo físico, sino desde lo emocional y simbólico. La madre es la dadora de vida, la portadora del futuro, la custodia del origen. En sus esculturas, la figura materna no es sentimental, sino poderosa: una especie de diosa cotidiana que encarna el misterio de la existencia.
Estas representaciones han sido influenciadas por su formación, su contacto con diferentes culturas y su propia experiencia vital. En el universo escultórico de Domingo Ramos, lo femenino no es un objeto de contemplación, sino un sujeto de poder simbólico, portador de esperanza, renovación y belleza esencial.
Más allá de la forma, las esculturas de Ramos se sostienen sobre una serie de temas recurrentes que reflejan sus inquietudes existenciales y filosóficas, dos de ellos destacan con fuerza: la pareja y la espiritualidad.
La pareja, por su parte, se manifiesta como unidad fundamental de la sociedad. No como ideal romántico, sino como diálogo, complementariedad y equilibrio. Ramos ha sabido representar la relación entre dos seres humanos desde la ternura, la intimidad y la complicidad, sin caer en estereotipos ni idealizaciones. Sus esculturas de parejas transmiten una conexión espiritual que va más allá del cuerpo.
La espiritualidad, finalmente, atraviesa toda su obra de manera transversal. No se trata de una afiliación religiosa específica, sino de una conexión profunda con lo trascendente. Ramos entiende el arte como un lenguaje del alma, como un medio para acceder a lo invisible. Esta dimensión espiritual le da a su obra una profundidad que trasciende lo estético para convertirse en experiencia transformadora.

El artista recibió el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Escultura, otorgado en 1988, uno de los máximos reconocimientos que puede obtener un artista en Costa Rica. Este premio no solo consolidó su posición en el ámbito local, sino que también impulsó su proyección internacional, un reconocimiento que presenta la autenticidad de su propuesta.
Su obra es profundamente local, en cuanto al uso de materiales, en su sensibilidad tropical, en su espiritualidad mestiza, pero al mismo tiempo universal, porque todo converge con lo humano, lo eterno y lo esencial.
En tiempos donde lo superficial y lo inmediato parecen dominar el escenario cultural, la obra de Domingo Ramos se erige como un acto de resistencia. Cada escultura suya es una afirmación de que el arte aún es profunda, lenta, reflexiva y espiritual.

Como él mismo expresa:
“El arte es el lenguaje de la paz y la libertad universal. El arte es la poesía del espíritu, nace del Fuego Divino y, mientras no dejemos morir el espíritu, habrá artistas; y mientras existan los artistas, la luz y la esperanza no se extinguirán”.
Estas palabras no son solo una declaración poética: son una ética de vida. Ramos ha vivido y creado desde la luz, desde la esperanza, desde la confianza en el espíritu humano. En un mundo fragmentado, su obra ofrece unidad, sus esculturas invitan a la contemplación. En una época de ruido, él esculpe el silencio.
A sus 76 años, Domingo Ramos no se detiene. Continúa trabajando, investigando, soñando. Como él mismo ha dicho:
“Vivo agradecido con Dios y con la vida porque, sin darme todo, no me han negado nada. Sigo esculpiéndome y preparándome para lo que tenga que venir…”.

Este testimonio resume el espíritu de toda su carrera: una vida dedicada no solo a esculpir obras, sino a esculpirse a sí mismo. En cada pieza, en cada forma, en cada textura, Domingo Ramos ha dejado algo de sí: su aliento, su fe, su mirada.
La exposición Domingo Ramos A: 50 años de carrera escultórica no es solo una celebración de su obra, sino un homenaje a su vida como artista, como ser humano y como buscador. En un mundo que a menudo olvida la importancia del arte, su ejemplo nos recuerda que aún es posible crear con belleza, con profundidad y con alma.
Esta muestra es también una invitación a quienes la visiten: a contemplar, a sentir, a reflexionar, y quizás, como él, a comenzar a esculpirnos a nosotros mismos.