El primer amor se quema en la punta del primer cigarrillo. A esa edad en la que todo es nuevo, no hay tiempo para pensar en que algún día extrañaremos los momentos de aburrimiento y de espera, antes de que nos acostumbráramos a pensar que ya todo lo sabíamos. Tarde para morir joven es una película consagrada a capturar justamente eso: los momentos pequeños, la piel electrizada por el primer enamoramiento, la convicción de que la vida está en otra parte.
La cinta de Dominga Sotomayor Castillo adora las transiciones, las capas que se sobreponen sobre la memoria. Si es sobre recuerdos, es sobre recuerdos falsos, posibles solo por unos instantes en los cambios de la luz entre los árboles que nos recuerdan cómo fueron cuando crecimos. Situada al borde de la democracia en el Chile de 1989, presenta a un grupo de familias que decide apartarse de la ciudad en una “comunidad ecológica” justo en las afueras. Allí, Sofía (Demian Hernández) crece y sueña con huir a la ciudad, a la vida real, aunque sea lejos de Lucas (Antar Machado), un ilusionado vecino. Pronto vendrán otros amores, muchas dudas y, sobre todo, momentos de ansiedad, de deseo y de entrega.
Hay algo de autobiográfico en esta historia, pero solo porque Sotomayor vivió 20 años en Peñalolén, reconstruida para el filme tal cual lucía al fin de la dictadura. Conversamos con Sotomayor, ganadora del premio a la mejor dirección en Locarno por este largometraje que entró la semana pasada a la cartelera costarricense.
“Tengo muy pocos recuerdos antes de la comunidad. Llegué a los 4 años y recuerdo que cuando llegamos fue una cosa medio aventurera de mis papás. Eran muy jóvenes, mucho más de lo que yo soy ahora, porque mi mamá debía haber tenido 25 o 26 años y mi papá un par de años más.
“Alguien les contó que existían estos sitios que todavía eran baratos y ellos se entusiasmaron y compraron un terreno allí. En esa época fue muy especial porque llegamos justo antes de un verano. Me acuerdo haber tenido una relación muy cercana con la naturaleza, con la construcción, con los vecinos… me marcó mucho vivir ahí en todo sentido, la sensación de las estaciones del año, de sentir cuándo había sequía y cuándo no. Recuerdo que cuando nevaba, como estábamos cerca de la cordillera, mi papá me decía ‘Vámonos caminando hasta la nieve’. Como que se llenó de esas imágenes mi infancia. Fue una especie de comunidad espontánea, no es gente que decidió construir una comunidad, sino que se quiso alejar de la ciudad. Ahora yo lo leo desde una perspectiva política, pero en ese momento ni siquiera ellos lo leían de esa manera, sino como la necesidad de tener un nuevo respiro, un espacio propio. No había electricidad, aprendí a leer con velas, pero al mismo tiempo tenía un pie en la ciudad,yendo a un colegio normal, católico, de niñas. Mi mamá era actriz de telenovelas y en aquella época era superfamosa, entonces actuaba en el canal de televisión y luego volví a aquel mundo apartado. Era loco porque yo no veía las telenovelas donde ella actuaba, porque no tenía televisión. Me faltaría el tiempo para tratar de explicar todo lo que significa ese lugar. Había una familiaridad con los vecinos, una precariedad (en el buen sentido) que hoy me llama mucho la atención: usar lo menos posible, gastar lo menos posible, ser muy consciente de que el agua era escasa… "
–Es muy hermoso y se ve en la película, esa forma de vivir y adaptarse a lo que naturaleza ofrece, pero algo interesante es el riesgo que encierra vivir en un espacio así...
–Sí, creo que con el paso del tiempo se va quebrando una ilusión. Eran puros jóvenes ilusionados, los niños y los adultos. Tampoco se puede escapar de lo humano, de lo que somos. La falta de agua hace que un vecino le robe al otro. En el comienzo del proyecto estaba esa contradicción interesante entre esta gente escapando de los peligros de la ciudad, pero enfrentándose a sus propios peligros, a sus propias oscuridades, a los peligros de la naturaleza misma. También tiene que ver con lo colorida que sentíamos que era la democracia, esa sensación de año nuevo, de que después del año nuevo todo vuelve a empezar, pero la historia es circular y ahora llegamos a esta dictadura del capitalismo que es la democracia, que tampoco era como se soñó, como se nos vendió.
–¿Mucho menos inclusiva, menos diversa o sin el tipo de conexiones que, quizá, se soñaban en aquel momento?
–Mucho menos justa. Otra estructura más, pero no una con la que todos estemos cómodos ni de la que nos sintamos orgullosos, tampoco. Siento que esta película es una acumulación de muchas cosas, de mucho tiempo, de muchas ilusiones y desilusiones, de muchas épocas de mi vida. También es una película sobre un lugar que no existe, no es tal cual así. El punto de partida es mi vida en esa comunidad, pero para mí es bien loco ver la película ahora y sentir que es un mundo inventado y eso me interesa también, que no es un documento exacto, sino la imaginación de cómo lo recuerdo, de cómo mi falta de memoria lo completa.
–También es algo que los personajes viven, la manera en que entienden las relaciones entre sí, cómo entienden el futuro, la forma en la que imaginamos el mundo y las relaciones con las que vivimos…
–Y lo que no vemos, lo imaginamos, lo llenamos con ilusión. Ella quiere irse a vivir con su mamá y lo imagina como una fábula. Ella cree que quiere eso, pero quizá no es lo que ella necesita. Como que la película se llena de pequeños quiebres de ilusiones. Lo primero que tenía era el título. ¿Para quién es tarde? ¿Por qué esa pérdida temprana de ilusiones? No es una película en la que haya querido ser didáctica en un mensaje; creo que es una exploración de preguntas, de contradicciones, de la ilusión de ser adultos o no ser adultos…
–De tener miedo también, de aceptar tener miedo, es muy rico cómo abraza la incertidumbre, la indefinición, lo borroso.
–Eso era clave para mí. Abrazar la dispersión, lo que no se puede contener, esos momentos que no son los importantes sino los momentos intermedios. Lo que me ilusionaba era tratar de documentar una emoción; no era una época ni un personaje, sino el documento de emociones, que son colectivas también. Por eso me interesa meterme en esas escenas intermedias, en esos momentos que no están registrados en la historia, recordados en la memoria, porque no son los momentos más importantes, son frágiles y transitorios, como un almuerzo del que nadie se acuerda, com un momento en el que estabas esperando algo..
–Es algo que también explora en su primer largometraje (De jueves a domingo, 2012), esa sensación de que “no está pasando nada”, aunque en realidad es allí donde se acumulan los recuerdos, las sensaciones que luego se van a convertir en heridas profundas, en momentos de gran felicidad
–Me interesan mucho los bordes difusos, las transiciones (porque significan aprender a perder, a dejar de ser algo para acostumbrarse a una nueva etapa), todos esos momentos que no dejan de ser una cosa para empezar a ser la otra, esa es mi búsqueda. Es algo tan propio de las imágenes, de un tiempo que solo existe en el cine, y creo que tiene que ver con hacer películas incompletas, películas que dan un tiempo como espectador, imágenes que te hagan recordar cosas, generar un tiempo en el espectador, un recuerdo que tiene que ver más con ellos mismos que con mi película. Son películas que tal vez no le gustan a todo el mundo, pero que te queden dando vueltas, que te incomoden, que te hagan pensar en ti, que te saquen del lugar donde estabas antes de sentarte a verla.
–Creo que algunos de los momentos más intensos de apertura hacia el espectador y sus recuerdos, son los momentos musicales, como las canciones forman eso que el espectador puede llenar con su propia historia, su propia emoción. ¿Cómo trabaja con la música? ¿Cómo lo incorpora a la historia de su proceso de trabajo?
–Es bonito eso de la música porque esa música habitó espacios de todos en distintos momentos, entonces te hace viajar adonde estabas cuando sonó esa música en tu recuerdo, dispara muchas memorias y las une. Me gusta mucho la música popular, me gusta cómo los personajes que trabajo no expresan sus emociones pero la música que escuchan los delata. Esa música carga mucho lo que ellos no son capaces de expresar. La música en español me gusta darle un nuevo valor, como la de Jeanette, Manuel Alejandro, Emmanuel, trasladada a un espacio como de arte menor, de radio AM, y me gusta rescatarla y ponerla en otro contexto. Es bien intuitivo, pero en el caso de Tarde para morir joven, que es muy musical pensaba en esos personajes y en qué música escuchaban. Sofía no pertenec ahí, escucha música en inglés, Lucas está más influido por la música argentina… Es una película sobre transiciones en muchos sentidos, así que pensé en la música de la transición. Nuestros papás escuchaban música anti-Pinochet, de protesta, y al mismo estaba Michael Jackson, o Los Prisioneros, que no tenían un discurso muy político. La música fue un hilo conductor para entender a los personajes.
–Este acercamiento a lo difuso, a lo indeterminado, casi impresionista, ¿cómo se aborda desde el trabajo de los actores? Suena desafiante lograr una sintonía entre todos esos elementos…
–De nuevo, es muy intuitivo, pero lo básico es que los actores estén conectados entre ellos y conmigo. Es una relación muy personal que tuve con cada uno, más allá de lo global, fueran profesionales o no. trabajamos con base en el momento mismo. Fue desafiante porque había actores que habían hecho muchas películas y niños que nunca habían estado en un set. Hice muchos ejercicios para que estuvieran concentrados en el otro, escuchando al otro. Me importa que se conecten con sus propias emociones, en el momento que está viviendo el otro. Es estar en el presente, estar escuchando al que tenés al frente, estar haciendo una acción real. Están siendo, no actuando, siendo en el contexto de mi guion. Es un juego, sin tantas reglas claras, puede ir cambiando, pero lo que tengo claro es que quiero que sea genuino, que no parezca un guion ilustrado, sino algo que está vivo.
–Algo muy lindo es lo que usted ha contado es que los actores estaban pasando por momentos de transición, de cambio, de maduración, que supongo que estrechó su relación con usted como directora.
–Eso fue muy especial. Estaban viviendo momentos muy importantes y, como dices tú, sus procesos personales se fueron filtrando en la película. Para mí la dirección se trata de que estén lo más cerca de ellos mismos, transparentes con sus emociones, en el contexto de esta historia. No es alejarse de ellos, sino estar muy cerca de ellos y cerca de mí. Fue un proceso de transición para ellos. Antar había vivido una pérdida personal y esta película lo acompañó, Demian estaba en un proceso de definición de su identidad… Vivimos un proceso bien bonito y cercano. Para mí el cine solo tiene sentido cuando es así. Ahora me da nostalgia también pensar en ese momento de la filmación, que pasó hace tanto tiempo, y que queda registrado en la película. Hay un tiempo muy definido, que es el rodaje, cuando ocurre como una magia, en este caso cinco semanas en que nos convertimos en una comunidad retratando a otra.
En cines ticos
Tarde para morir joven es distribuida en Costa Rica por Pacífica Grey. Se exhibió la semana pasada en el Cine Magaly y en la Sala Garbo; actualmente solo está en la cartelera de la Garbo. En abril se presentó en el Costa Rica Festival Internacional de Cine.